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Todos conocemos ese refrán que dice que «más vale un mal acuerdo que un buen juicio» pero, como ocurre con muchas de estas máximas, acabamos aplicando casi siempre ese otro que sentencia «consejos vendo que para mí no tengo». Tal vez porque alcanzar un acuerdo ... no siempre es fácil y ante todo exige que ambas partes estén dispuestas a escuchar, pensar y valorar, como decimos en el título de este artículo, antes de decir que no. Incluso añadiríamos algo más aplicable especialmente cuando existe una controversia jurídica. Hay que escuchar, pensar y valorar desde un punto de vista lo más objetivo posible y considerando los efectos positivos y negativos de nuestra decisión a corto y a largo plazo.
No obstante, por mucho que a priori esta idea nos parezca razonable, cuando se trata de aplicarla en nuestro caso, nos tropezamos o nos encerramos en un no tan rotundo que no deja ni un resquicio al diálogo o ponemos unas líneas rojas tan gruesas en aquellos puntos en los que no pensamos ceder que resulta del todo punto imposible acercar posturas.
Negociar puede no conducir a ningún lado. O puede que sí. Y solo por el hecho de que exista esa posibilidad merece la pena intentarlo.
Un «no quiero hablar» desde el principio o la imposición de unas altas exigencias son posturas irracionales, ya sea porque creemos que tenemos de nuestro lado la más absolutas de las razones, ya sea porque nos ciegan los sentimientos, que suele ser lo más habitual. Y no importa, para que esto suceda, que estemos inmersos en un tema de divorcio, de arrendamientos o de comunidades de propietarios… En la inmensa mayoría de los asuntos jurídicos existe un componente emocional que hay que tener en cuenta pero al que hay que conceder la importancia justa. Primero hay que considerar los hechos y la situación normativa y después valorar las soluciones legales y las expectativas que tenemos de conseguir nuestros objetivos a través de un acuerdo o, de no conseguirse este, de un procedimiento judicial.
Alcanzar un acuerdo implica en la mayor parte de los casos y para ambas partes ceder en algunos extremos para conseguir otros y obtener ambas el cierre definitivo del problema existente de una manera rápida y satisfactoria. Ahora bien, la pieza clave en este camino es centrar el foco en lo esencial y no utilizar cuestiones secundarias o que carecen de trascendencia jurídica como armas arrojadizas contra el otro.
No son pocas las ocasiones en las que nos encontramos que alguna de las partes más que una solución a la controversia planteada lo que busca es simplemente incomodar al otro. Si este es el punto de partida, cualquier alternativa que se plantee para solventar el tema va a ser desechada porque la única satisfacción posible es continuar en el conflicto. Por eso es importante escuchar con calma lo que se nos proponga, pensar de forma objetiva apartando los sentimientos negativos o reproches fundados en actuaciones pasadas y tomar una decisión valorando lo que realmente de positivo conseguimos con ella.
Claro que esta actitud han de tenerla todas las partes implicadas. De nada sirve si uno de los afectados se obceca en su posición y no admite opciones aún cuando los demás pongan de su parte en el avance de la negociación. Cuando cualquier solución extrajudicial es imposible, siempre nos queda la vía judicial.
En estos casos, no hay que olvidar que aún es posible, a lo largo del camino procesal, retomar el diálogo y poner fin al procedimiento con un pacto entre las partes. En ocasiones, vernos inmersos en la maquinaria de la Administración de Justicia nos permite reconsiderar posiciones y aceptar que es mejor no ir más allá en nuestras pretensiones.
Si el enfrentamiento continúa hasta el final, será un juez el que determine en último término en su sentencia quién se declara triunfador legal de la batalla pero realmente en el camino ambas partes han perdido la oportunidad de poner fin a un conflicto de una forma mucho más sencilla.
Porque en un juicio se aportan pruebas y se ataca la posición de la otra parte y suceden cosas que pueden generar rencillas para siempre. Puede ocurrir que, finalizado el procedimiento nunca más tengamos que ver a la otra parte. Pero también puede darse el caso de que no. Y aquí es donde más tenemos que considerar otras opciones. Un juicio en una comunidad de propietarios entre vecinos que han de convivir diariamente o un pleito hereditario en que las familias queden enfrentadas para siempre son ejemplos más que claros de que ser razonables y elegir la solución pactada es mucho más efectivo.
Y si esta conclusión es importante en relación a cualquier pleito, lo es mucho más en temas de familia, y aún incluso más, si son temas de familia en los que la discusión se centra en cuestiones relacionadas con los hijos menores… porque esa relación entre ambos progenitores, unidos por una descendencia común, no va a finalizar nunca. A la otra parte de un contrato podemos no volver a verla más pero al padre/madre de nuestros hijos vamos a tenerlos ahí de por vida.
Abrir los oídos para escuchar, ver todas las opciones, hacer propuestas constructivas y con intención real de llegar a un acuerdo, saber dónde está realmente el punto intermedio, dejar de lado sentimientos y emociones negativas y rodearnos de profesionales que nos ayuden a encontrarlo analizando nuestra situación desde un punto de vista objetivo… son los mejores y principales consejos cuando tenemos cualquier problema jurídico.
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