Qué importante es saber lo que uno quiere. Parece sencillo, seguramente cualquiera que lea estas líneas pensará que tiene muy claro lo que quiere, incluso cuando no tenga ni la menor idea de cómo conseguirlo. En realidad hay algunas cosas que todos tenemos bastante claras ... en la medida en que no nos hemos atrevido a cuestionarlas. Algunas son los pilares de nuestras vidas: nuestro trabajo, nuestra pareja, la relación con los hijos u otros familiares, los amigos que siempre han estado... Sobre estos cimientos construimos todo lo demás, dando por descontado que sostendrán cualquier cosa que pongamos encima y que aguantarán porque hasta ahora lo han hecho. Esa es la única prueba que necesitamos para darnos por satisfechos. La inercia, la costumbre, lo debido, lo lógico y lo normal son los mimbres con los que tejemos los cestos de nuestras vidas.

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Pero la mayor parte de las veces, a lo largo del camino, tendremos que hacernos preguntas y es entonces cuando nos damos cuenta de que, si pasamos del modo piloto automático a la conducción manual, no resulta igual de fácil encontrar la dirección correcta. Pongamos algunos ejemplos:

 Juan está casado y tiene tres hijos a los que adora. Quiere hacer testamento. Le explicamos los derechos de legítima de los hijos y le preguntamos si quiere que sean herederos a partes iguales o si ha pensado en mejorar a alguno de ellos. Nunca lo había pensado. Entonces empieza a imaginar qué será de sus hijos cuando falte. Se da cuenta de que dos de ellos tienen trabajo, vivienda, una vida organizada, mientras que el tercero no ha tenido tanta suerte. En su cabeza irrumpen las dudas: ¿sería justo dividir la herencia entre sus tres hijos a partes iguales, manteniendo así la diferencia que entre ellos existe en la práctica, o debería dejar más al que menos tiene para equilibrar la situación? ¿Lo comprenderán los otros dos o esto supondrá un malentendido que enfrente a los hermanos en el futuro? ¿Merece su hijo menos afortunado tal regalo o la vida le ha llevado a donde está como consecuencia de su falta de esfuerzo y malas decisiones? ¿Tendrían que saberlo o solamente se enterarían una vez hubiera fallecido? ¿Su esposa tiene que hacer lo mismo o puede hacer lo que le venga en gana con su parte?

 Marta lleva casada más de quince años, tiene dos hijas, de siete y trece años. Su marido le ha sido infiel y ha pedido una consulta para informarse sobre el procedimiento de divorcio. Le explicamos el procedimiento judicial, las medidas que han de adoptarse y especialmente lo que tiene que ver con la custodia compartida. Analizamos la situación, posiblemente su marido quiera custodia compartida y no parecen existir motivos que la descarten: tiene disponibilidad de horarios, vivirán cerca, siempre ha sido un buen padre y la infidelidad no es un impedimento a tener en cuenta conforme a nuestro ordenamiento jurídico. Pero su marido le ha ofrecido seguir viviendo juntos y abrir la relación. Entonces empiezan las dudas: ¿Es lo mejor para las hijas separarse y estar yendo y viniendo de una casa para otra? ¿Cuál será la situación económica a la que tendrá que enfrentarse tras la ruptura? ¿Será posible seguir llevando la misma vida que hasta entonces pero siendo libres de tener otras relaciones? ¿Sería bueno intentar hacer terapia de pareja? ¿Realmente su marido la quiere o no quiere perder la comodidad a la que está acostumbrado?

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 Esperanza vive en una comunidad de propietarios en la que han adoptado un acuerdo para arreglar la fachada y resulta que el acuerdo no cumple los requisitos formales y podría ser impugnado. Le explicamos a Esperanza el procedimiento y lo que supone. Seguramente sirva para paralizar las obras durante un tiempo, hasta que se adopte otro nuevo acuerdo, este sí, con el debido asesoramiento y cumpliendo los requisitos legales. Lleva razón en la forma, aunque en el fondo no podrá impedir que antes o después se arregle la fachada, porque está hecha unos zorros. Entonces, cuando pensaba que tenía claro que haría lo imposible por fastidiar a la comunidad las dudas se cuelan por una grieta imprevista: ¿merece la pena tanto gasto y esfuerzo para llevar la razón frente al resto de los vecinos, aunque sea para ganar esta batalla? ¿Hacer gastar dinero a la comunidad, generando una derrama, la enfrentará también a los propietarios con los que hasta ahora no ha tenido problemas? ¿Qué gana ella con todo esto?

 José Manuel le ha prestado dinero a un amigo de toda la vida. Quedó en devolvérselo al cabo de un año, pero ahora le dice que no le va bien, que le puede devolver la mitad. Pero José Manuel ve que, mientras que él ajusta sus gastos y ahorra, su amigo sigue viviendo cómodamente, se va de vacaciones, utiliza ropa de marca, frecuenta restaurantes y terrazas... así que consulta si podría recuperar su dinero y cómo puede hacerlo. Se lo explicamos, por suerte el préstamo quedó documentado y se puede reclamar judicialmente. Su amigo no tiene liquidez, pero tiene numerosas propiedades que podrían embargarse. Pero la amistad es un dato a considerar: ¿quiere José Manuel perder la amistad para siempre a cambio de recuperar su dinero? ¿Sería mejor esperar un tiempo prudencial por si el otro recapacita y cambia de opinión? ¿Y si pone una excusa para decirle que la necesidad apremia a ver si de ese modo logra su objetivo dejando a salvo su amistad?

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 Virginia tiene un novio desde hace diez años que quiere cambiar de coche para comprarse uno mejor que va a financiar. Como solamente gana mil euros mensuales la financiera le pide un avalista y su novio ha pensado en ella, que es funcionaria y tiene unos ingresos elevados. Le explicamos a Virginia lo que supone un aval y que tendrá que responder solidariamente en caso de impago y esto seguirá siendo así aunque después de un tiempo rompan su relación, pues el contrato con la financiera seguirá vigente incluso en esa situación, hasta que se devuelva todo el dinero prestado con sus intereses. Si bien es cierto que lo que ella pague podrá reclamárselo después a su novio, no podrá después recuperarlo mientras él no tenga ingresos que superen el salario mínimo, que es inembargable. A Virginia le asaltan las dudas: ¿no están las parejas para apoyarse en lo bueno y en lo malo? ¿Si yo le fallo dejará de quererme? ¿Puedo negarme sin que esto suponga una pérdida de confianza irreparable?

Podría poner cientos de ejemplos. Lo cierto es que la vida nunca deja de sorprendernos y en cuestiones legales nos sorprende por partida doble, porque la mayor parte de los ciudadanos desconoce las normas, lo que hace que no pueda prever las circunstancias que en uno u otro momento va a tener que enfrentar.

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En mi despacho soy testigo, a diario, de este tipo de situaciones que si bien pueden implicar decisiones no demasiado complicadas para un espectador que analiza la situación desde afuera, sumen al protagonista en un mar de dudas que se atraviesan con diferentes emociones con las que tiene que lidiar: culpa, amor y desamor, decepción, orgullo, desengaño, pero por encima de todo miedo. Miedo a lo que pueda suceder y a no tener el control de lo que pueda pasar, miedo al cambio, a perder, a decepcionar a los seres queridos, a equivocarse.

¿Y cómo puedo yo ayudar a un cliente inmerso en un mar de dudas? Sería muy fácil decirle a Juan que mejore al tercero de sus hijos, que los otros dos no van a enterarse y cuando lo hagan él ya no va a estar en este mundo, pero se irá sabiendo que los tres quedan protegidos; a Marta que se divorcie y que rehaga su vida, porque su marido va a ser un buen padre pero nunca llegará a ser un buen marido y aun es muy joven para conformarse y abrir una relación que ella quiere bien cerrada; a Esperanza que se deje de tonterías y negocie con sus vecinos una solución amistosa, porque la fachada hay que arreglarla; a José Manuel que reclame su dinero, porque su amigo está abusando de su confianza y a Virginia que no avale a su novio, porque el préstamo puede llegar a durar más que la relación.

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A pesar de que yo suelo verlo claro la mayor parte de las veces, he de decir que nunca voy a tomar una decisión por un cliente, ni le voy a empujar en una u otra dirección. Lo que sí puedo hacer, y es la parte que más me gusta de mi trabajo, es explicarle de una forma que pueda comprender cuáles son sus derechos y los de la parte contraria, es decir, cómo el ordenamiento jurídico regula la situación en la que se encuentra, las opciones que existen y los pros y contras de cada una de ellas, intentando que lo comprenda y valore dejando a un lado, aunque sea por un momento, las emociones que lo confunden.

Después de un tiempo de reflexión y con la información adecuada la mayor parte de las personas es perfectamente capaz de tomar una decisión. Y la toma. Y si cuando la toma yo no coincido desde un punto de vista jurídico o deontológico, pues me aparto del caso y le dejo seguir adelante con su decisión, pero sin acompañarle, porque no me gusta ayudar a alguien a cavar un agujero en el que luego vaya a caerse. Por el contrario, cuando coincidimos, me ocupo de poner todos los medios a mi alcance para lograr el mejor resultado posible.

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Como recomendación, para temas legales y para todo en la vida, no hay que tener miedo a hacerse preguntas y a encontrar las respuestas, nos gusten o no, porque solamente tomando decisiones se puede avanzar. Eso sí, cuando para tomarlas hagan falta conocimientos jurídicos, técnicos, médicos, psicológicos o de cualquier otra rama del conocimiento, es fundamental estar bien asesorado, haciendo el sincero esfuerzo de comprender la situación, de la forma mas objetiva posible y con la mente abierta, porque algunas veces vamos a descubrir que lo que creíamos un pilar sobre el que sostenernos, nos deja en el aire y no queda otra opción que aprender a volar.

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