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P. A. MARÍN ESTRADA
Domingo, 10 de noviembre 2019, 03:56
Asociamos generalmente los descubrimientos arqueológicos a la búsqueda de restos bajo tierra, pero el historiador Andrés Menéndez Blanco (Oviedo, 1986) localizó el suyo observando el territorio desde el cielo a través de una serie de fotografías aéreas del concejo de Allande. «Buscaba en ellas vestigios de estructuras de la minería de oro y de pronto vi una forma peculiar que me pareció desde el primer momento un posible campamento romano, el cual acabaría comprobándose que efectivamente lo era». Sucedió en 2007 y fue el inicio del estudio que concluiría este mismo año con la presentación de su tesis doctoral 'Estudios diacrónicos del paisaxe y el poblamientu nel noroeste ibéricu: el territoriu d'Ayande (sieglos I-XIII)', redactada en asturiano y con la que obtuvo la máxima calificación. El descubrimiento de ese y otros campamentos en el occidente asturiano por el joven arqueólogo amplía la perspectiva del periodo de las guerras astur-romanas, hasta entonces delimitado al yacimiento de La Carisa, entre los concejos de Lena y Aller.
Menéndez Blanco eligió Allande porque su familia materna proviene de La Puela, el lugar donde él reside actualmente habitando la casa de los suyos: el palacio de Cienfuegos. «Es del siglo XVI y por tanto se escapa a mi época -explica, entre risas-. No influyó tanto en mi vocación por la historia como el haber salido desde que era crío por el monte e ir encontrando restos de la minería romana. Eso me llamó la atención y sirvió para que comenzase a hacerme preguntas. El propio territorio ayuda a orientar tus intereses en la vida», asegura. Se crió en Gijón, pero cada regreso a la tierra de sus mayores ahondaba el interés por las huellas del pasado en el propio paisaje o en la memoria inmaterial de la tradición oral. En su investigación utiliza la toponimia y los relatos populares como medio para localizar esos restos: «Cruzando esos datos que siguen vivos en la gente con la documentación y con lo observado en el terreno comprobamos que coincidían. La propia toponimia es elocuente: Montefurao y otros nombres asociados a la mineríanos hablan de lugares medievales desaparecidos. Su denominación perdura».
El paisaje es una buena fuente de información para el conocimiento de la historia «porque acumula restos de todas las épocas, van quedando en él evidencias 'fosilizadas' de cada periodo». A partir de ahí intentar entender qué procesos sociales hay detrás y motivan cada cambio». Esa es la intención de su tesis dirigida por Javier Fernández Conde y Margarita Fernández Mier, estudiosos también pioneros en la aplicación de la toponimia a la investigación.
Con el doctorado en la mano es consciente de «la precariedad laboral en la que trabajamos los jóvenes arqueólogos en Asturias. La mayoría de mis compañeros se han ido para seguir investigando. Quedarse significa renunciar a ello para aceptar un empleo alejado de esa tarea». Sus planes inmediatos pasan por una beca postdoctoral con la que continuar sus investigaciones «y poder seguir viviendo aquí».
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