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CECILIA PÉREZ
OVIEDO.
Miércoles, 1 de abril 2020, 00:40
A sus 91 años, Fina Clemente no deja de atender detrás del mostrador de su tienda en el Oviedo Antiguo por nada del mundo, haya pandemia o no. Es una de las comerciantes con solera de la ciudad. En tiempos de coronavirus, los dueños de las tiendas de barrio sienten que se han convertido en los grandes olvidados en esta crisis sanitaria: «Todos hablan de las grandes superficies comerciales y se olvidan de que nosotros seguimos abiertos, como hemos hecho siempre», lamentó Pedro Pablo Llavona, desde La Favorita, en pleno Fontán. «El otro día llegó una clienta y se sorprendió de vernos abiertos porque creía que solo abrían los supermercados», explicó.
«Las tiendas de toda la vida» se enfrentan ahora a un doble miedo: al propio coronavirus, por la exposición directa de cara al público; y al de las consecuencias económicas de esta crisis, que ya están notando en primera persona. «Las ventas han bajado más de la mitad», concretó Llavona. Y aún más, en el caso del comercio de Loli Arrieta, a pocos metros de La Favorita. En plena calle de Rosal, se encuentra este establecimiento de alimentación gourmet. Su propietaria es consciente de que sus productos «no son de primera necesidad» y eso repercute directamente en las ventas. «Se han reducido un ochenta por ciento», aseveró.
Los comercios se han tenido que adaptar a las circunstancias. No quieren oír hablar de prescindir de personal, prefieren reducir jornada. «Nosotros solo abrimos en horario de mañana, de nueve a dos y media, porque es cierto que se ha reducido la clientela, pero, sobre todo, lo hemos hecho para minimizar el riesgo entre los empleados», enfatizó Pedro Pablo Llavona.
Quien también conserva todos sus empleados es Jonathan Ardura, propietario de dos tiendas Oviedo y otra en Gijón bajo el nombre de La despensa de Lita. A las puertas de su local de la calle San Juan, en pleno casco histórico, hay una pizarra con un mensaje: «Éxito. Lo tenías y no te dabas cuenta. Reuniones familiares, cervezas con amigos, escapadas a tu lugar favorito y, sobre todo, libertad». En tiempos de coronavirus, viene que ni pintado. «Nosotros siempre hemos puesto estos mensajes diarios para sacar una sonrisa a la gente y ahora lo hacemos con más ganas».
Este comerciante también ha adaptado su horario de apertura con el objetivo de mantener a los cuatro empleados que tiene contratados en cada una de sus tiendas. «La mayor parte del pastel se lo llevan las grades superficies», aseguró. Con todo, él es uno de los pocos «privilegiados» que mantiene el número de ventas. «Hemos reducido horario pero vendemos más, aunque esto hace que aumente el miedo por los empleados, el miedo a que puedan contagiarse, a pesar de que llevan mascarillas y guantes», apuntó.
Fina Clemente regenta una tienda de ultramarinos centenaria en plena calle Mon. La fundó su abuelo, Sabiniano Clemente, en 1904. «Yo no tengo ningún problema, aquí sigo con mis 91 años y estoy bien». Aseguró que el coronavirus no ha hecho mella en su comercio porque «mis clientes siguen viniendo, protegidos, como yo, que llevo mascarilla, pero vienen. Así que no me puedo quejar».
Son las distintas formas de sentir la sombra del coronavirus de los tenderos «de siempre», los que «damos la vida a los barrios», como todos expresan.
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