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Melchor Sáiz-Pardo / agencias
Martes, 13 de marzo 2018, 15:36
Finalmente, tras casi 48 horas, Ana Julia Quezada ha confesado a mediodía de este martes el asesinato del pequeño Gabriel, según han revelado fuentes de la investigación. De acuerdo con su confesión, tuvo una discusión la tarde del 27 de febrero ... con el menor. El niño, siempre según la versión de la detenida, intentó atacarle con un hacha. Tras el forcejeo y, «de forma accidental», la asesina acabó golpeándole la cabeza con la parte roma del hacha. Una versión que en absoluto convence a los investigadores que, recuerdan, no concuerda con la autopsia, que apunta a que la mujer, además de golpearle, terminó sofocándole tapándole la nariz y la boca.
La asesina confesa ha conducido a la Guardia Civil al vertedero donde tiró las ropas del niño. Esta primera declaración de Quezada ha durado, según su abogada, dos horas y la acusada, siempre de acuerdo con su defensa, se ha mostrado dispuesta a colaborar con la investigación.
Entre sollozos, la asesina ha detallado que, tal y como sospechaban los investigadores, la tarde del 27 de febrero salió instantes después de Gabriel de la casa de su abuela en Las Hortichuelas. Que le pidió que le acompañara a la casa de la finca de Rodalquilar, que el padre del menor y la asesina estaban reformando para instalarse. Que una vez en esa finca se produjo una discusión y que fue entonces cuando golpeó al pequeño, que quedó inconsciente. Después, fruto del pánico, le terminó ahogando, cerrándole las vías de respiración.
Acto seguido –y siempre según su declaración- le desnudó y tiró sus ropas en un contenedor o vertedero cercano a esa finca. Posteriormente, decidió cavar una fosa cerca del aljibe de la finca de Rodalquilar propiedad de la familia de su pareja, el mismo paraje de donde el domingo extrajo el cuerpo poco antes de ser detenida por la Guardia Civil.
Los investigadores muestran todo tipo de prevenciones ante la declaración de la detenida, que, insisten, trata de borrar cualquier huella de la premeditación.
Quezada, hasta derrumbarse este martes al mediodía, había mantenido una actitud totalmente ausente y se había negado a responder cualquier cuestión, incluso cuando fue trasladada a la finca de Rodalquilar donde fue grabada sacando el domingo el cuerpo del pequeño.
«Parece que esté en otro lugar. Es como si la cosa no fuera con ella». Estas palabras las pronunciaba este martes por la mañana en conversación telefónica uno de los operativos de la Guardia Civil que está participando en las investigaciones sobre el asesinato del pequeño Gabriel. Ana Julia Quezada -afirma- no había abierto prácticamente la boca desde que fuera detenida a primera hora de la tarde del domingo en Vícar. Allí, el domingo, durante unos minutos insistió a los agentes en su inocencia y en que se equivocaban con su arresto. Luego –explica este operativo- cuando comprobó que sus ruegos no eran escuchados por los funcionarios se refugió en un silencio que no se había roto hasta hoy.
Quezada –apuntaba esta fuente- se mantuvo totalmente serena, incluso «ausente», cuando este lunes los agentes le llevaron a la acequia o aljibe de la finca de Rodalquilar en el que escondió el cadáver del niño. Le preguntaron detalles. Le dijeron que le habían visto sacar el cuerpo el domingo. Ella –señalaba el funcionario- miró al suelo. Luego miró a un punto perdido de las montañas cercanas. Tampoco se inmutó cuando una muchedumbre la increpó a las puertas de su casa de Vícar.
Los agentes ya sabían, gracias a los análisis criminalísticos previos, que se iban a enfrentar a un tipa dura y fría, pero esperaban que 48 horas después de su arresto –y sobre todo sabiendo que las pruebas que le incriminan son «irrefutables»- la detenida «humillara» (confesara, en el argot policial). Un hecho que se ha producido este martes.
Dicen los investigadores que Ana Julia parece ya resignada a su largo futuro en prisión y consciente de que haga lo que haga nada va a cambiar. «Es como si espera a que pasara el trámite de su detención». «No sabemos si al final va a colaborar», confesaba el funcionario. «No muestra la más mínima empatía», concluía.
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