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«Morirse de frío en el agua es terrible. En los minutos en los que te estás yendo, eres perfectamente consciente de lo que te está pasando, y la desesperación y el estrés son infinitos. Además, el agua así de fría duele. Con mayúsculas. Te ... duele terriblemente la cabeza y los músculos, a la vez que te vas quedando sin fuerzas». Así explica el exdirector del Oceanográfico de Gijón, Javier Cristobo, lo que es un fallecimiento por hipotermia en un naufragio. Cristobo, que cuenta con cientos de horas de inmersión en las aguas heladas de la Antártida durante las misiones oceanográficas en Isla Decepción, donde España tiene una base científica, anota que «con un traje de supervivencia como los que llevan esos barcos, puedes aguantar algo más y puede darte tiempo a que lleguen los equipos de rescate, pero aún así, con un neopreno seco -un tipo de traje de buceo en el que el agua no entra entre la piel y el neopreno- sí que notas el frío de fuera y a esas temperaturas tienes como una hora, no más».
¿Qué temperaturas? Hay que recordar que aunque la zona del hundimiento no está mucho más al norte que la costa cantábrica, el oeste del Atlántico es mucho más frío que el este, zona que la corriente del Golfo calienta más de lo que estaría sin ese aporte adicional de calor. No así en la zona del hundimiento, en la que a estas alturas del año «es fácil que el agua esté entre dos y cuatro grados, sobre todo si hay hielo flotando, en cuyo caso puede estar incluso a menos», anota Cristobo.
Cabe señalar que no está lejos el lugar del hundimiento, el 14 de abril de 1912, del Titanic, en el que buena parte de las víctimas perecieron por hipotermia, al encontrarse las aguas, en plena primavera, cerca de esos dos grados centígrados.
Un deseo y un investigador contratado por el armador
Con todo, Cristobo desea «que haya suerte y que la lancha de salvamento que falta por aparecer lleve vivos a los que aún no se han encontrado». Entre los miembros de la tripulación del buque gallego hundido se encuentra un biólogo marino, Francisco Javier Navarro, que navegaba como observador contratado por la empresa armadora, «haciendo labores de apoyo a la pesca», habituales en la mayor parte de los pesqueros de altura españoles que acuden a dicha zona.
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Navarro, como los demás investigadores, «estaba efectuando tallajes, muestras de especímenes, de madurez de las gónadas del pescado, entre otros factores que contribuyen a conocer mejor las pesquerías». Para ello, los científicos que van a bordo de estos buques, habitualmente «de los centros del IEO de Canarias o de Vigo, también miran los descartes de pesca y la fauna asociada a las capturas», si bien no suelen llevar aparatos o robots de investigación tan potentes como los que equipan los buques oceanográficos del IEO. En muchas ocasiones los biólogos marinos que acompañan a estos buques de pesca en altura son contratados directamente por las empresas armadoras para mejorar su propio conocimiento del estado y la evolución de las pesquerías. Cristobo confirmó que «lo normal es que esos datos científicos que se obtienen a bordo de los buques, incluso cuando son contratados por los armadores, sean puestos por estos a disposición del resto de investigadores''.
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