La vida «tranquila» en Gijón del comisario Martínez

En la Comisaría de Gijón, a la que Pablo Martínez regresó como mando de la Policía Judicial después de llevar «el golpe más duro de su vida», casi nadie duda de que no era conocedor de las intenciones de su esposa y su hija. Él vivía en Astorga, como jefe del Cuerpo Nacional de Policía de la localidad que era, y su mujer, en León, con la hija de ambos. «No hacían vida de matrimonio desde hacía años», aseguran personas de su entorno, que añaden que «a Montserrat solo se la veía con él en los actos públicos, ejerciendo de mujer del comisario, solo para aparentar».

Durante la primera sesión del juicio fueron varias las ocasiones en las que su esposa manifestó que él «estaba al margen de todo». Le ocultaban, incluso, las facturas del móvil -«porque nos recriminaba que gastábamos mucho en teléfono»-, y su mujer se opuso frontalmente a que, tal y como él aconsejaba, Triana buscase trabajo fuera de León y desistiese de la obsesión de ocupar esa plaza de funcionario que nunca llegaba. Les costeaba sus gustos caros y se refugiaba en el trabajo porque su familia directa «hacía su vida».

Desde hace 20 meses se dedica discretamente a su trabajo, con una vida «tranquila» en Gijón arropado por sus compañeros y sin faltar a sus visitas a la prisión de Mansilla de las Mulas a la que va a verlas y a llevarles los recados que ellas ordenan. Hace meses, los funcionarios de la cárcel presenciaron una bronca con la que Montserrat le recriminó a su marido que se había equivocado a la hora de comprarle un producto que le había encargado. Su testimonio ante el tribunal de la Audiencia Provincial se espera para la próxima semana. Ya lo dijo en la fase de instrucción, sabía que la mujer y la hija no estaban bien, pero no se imaginaba hasta dónde podían llegar.