El triunfo del Sporting, una sonrisa en el drama de Algemesí provocado por la DANA

El sábado por la noche escribió en la red social 'X' una publicación, acompañada por una foto desde el balcón de su casa en la que se veía una plaza anegada por la riada, con un vehículo en el centro al que el agua, amarronada, cubría hasta las ruedas. «Hace cuatro días, el panorama que se veía desde mi balcón era este... Hoy estaba deshecho y, en el peor momento, mi hijo vino a decirme que ganábamos al Cádiz para animarme. Gracias Sporting por la pequeña alegría», publicó.

«Habíamos recuperado la cobertura poco antes», relataba ayer en conversación con EL COMERCIO. «Sé que es una cosa muy banal dentro de lo que estamos viviendo estos días, pero en aquel momento, que llevaba toda la tarde de rodillas, cubierto de lodo, agradecí que alguien se dirigiera a mí para contarme algo alegre, en medio de tanto drama, aunque fuera por un segundo», explicaba sobre la noticia que le llevó su hijo mayor, Nicolás, de doce años. El pequeño, Simón, tiene diez.

Antes de relatar su experiencia, durísima, Javier Coto quería dar las gracias: «Lo que saco de positivo de todo esto, además de que los míos están bien, es la gente que nos ha ayudado. Estamos eternamente agradecidos a los voluntarios, a mucha gente joven que ha estado ayudándonos. Personas que, por ejemplo, vinieron a desconectar el horno porque no teníamos luz en casa porque la fase del horno estaba mojada. Nos ayudaron a recuperar la luz».

El infierno sobre sus cabezas se desató el martes de la semana pasada, cuando llegó a casa sobre las 14.30 horas. Empezó a llover, de forma intensa. Algo habitual en octubre. Pero no con la magnitud de ese día. «En una situación así, vas pensando en cosas muy concretas. Primero, en que los tuyos estén bien porque, por ejemplo, mis padres, que son de Gijón, estaban en Cullera. Luego, en sacar el coche del garaje y, también, en mi caso, en que vivimos en una casa de pueblo antigua y nos entraba agua por el techo».

Pero, entonces, las consecuencias de la DANA subieron de grado. Uno de los dos ríos de la zona, El Magro, se desbordó. «Y si se desborda, es cuestión de tiempo que el pueblo esté anegado. Después de cuatro horas paró de llover y salí a la Farmacia. No tardé nada, volví, cerré la puerta de mi casa y, a los veinte minutos, había el escenario de la foto que hice. Entiendo perfectamente que a mucha gente la haya sorprendido porque fue así de rápido», describía.

El agua que entró en su casa, inundando por completo la planta baja, subió hasta los 1,20 metros. Esa noche no pegaron ojo: «Nos acostamos en el tercer piso temiendo que el agua siguiera subiendo». Hasta el punto de que llegaron a dibujar «una línea de seguridad en un escalón por, si seguía subiendo el agua, despertar a los niños, pero a las tres de la mañana dejó de subir».

A partir de ahí, un paisaje apocalíptico: «Es una guerra por la supervivencia. Sacamos todo de nuestra casa, que es un foco de bacterias y tienes que desinfectarla bien, retirar todo el lodo que se ha formado... Llevamos días con ello. Estamos en lo inmediato, no hemos podido pasar a otra fase todavía para valorar lo sucedido».

Una rutina dura. «Un vecino no encontraba a su hijo, nosotros estábamos incomunicados hasta que pude llamar a mi madre... Ha sido tremendo», completaba, concretando que, como abogado laboralista, ha tratado de buscar un paréntesis diario para atender a sus clientes: «Me levanto a las seis de la mañana y hasta las ocho trato de ponerme al día. Luego, a sacar lo de casa, a desinfectar y así todo el día, salvo por un paréntesis que vuelvo a dedicar de tres a cinco a la gente».