GUILLERMO MAESE
gijón.
Jueves, 16 de abril 2020, 02:37
En solo un año y medio se ha ganado el cariño de todo el pueblo. Y no es para menos. Enrique Álvarez Moro ha roto los moldes de la vida parroquial de Turón (Mieres). Tiene 39 años, es natural de Gijón, y ... ha vuelto al Principado tras su estancia en Roma, donde concluyó la licenciatura de Patrística (estudio del cristianismo de los primeros siglos y de sus primeros autores conocidos como padres de la Iglesia). Desde que se inició el confinamiento ha desarrollado un papel determinante para muchos de sus feligreses.
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Organiza tres momentos de oración al día a través de la página de Facebook de la parroquia y una eucaristía. En la última llegó a congregar a tres mil personas, algunas de ellas de otras comunidades autónomas o incluso de otros países. Pero en el agradecimiento a este párroco también reside una tremenda labor humana. El padre Enrique realiza todos los días una ronda de llamadas a los feligreses de avanza edad, que viven en soledad.
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«Actúo como si fuera su nieto», asegura a EL COMERCIO. Son más de treinta llamadas diarias «que hago sin esfuerzo». Ofrece una ayuda real y efectiva. Al otro lado del teléfono hay personas que se desahogan, que le transmiten su deseo de saber o que se encuentran en un estado de depresión. «¡Ay Dios mío! ¡Con lo que hemos vivido ya, cómo es posible que tengamos que volver a pasar por esto!», le transmitió días atrás una vecina. Escuchar sus lamentos no le hace temer una falta de fe entre sus parroquianos, porque «Dios no está en la pandemia, él viene a abrazarnos y protegernos», asegura el párroco. Ayer llamó a una vecina que cumplía años para cantarle el cumpleaños feliz. Por la tarde, sus familiares le acercaron a la parroquia un trozo de tarta de agradecimiento.
Su labor tras los muros de la iglesia no termina ahí. Durante los últimos días, haciendo gala de «una gran capacidad para reconocer las necesidades de la gente», notó que algunas de las personas con las que habla «no estaban llevando una dieta saludable». Pues manos a la obra. Cada mañana, tras el primer momento de oración, Enrique cocina para siete de ellos y se lo acerca a su domicilio.
«Son personas con un alto grado de vulnerabilidad que no pueden alimentarse de latas», insiste. Ayer fue pollo al horno y hoy toca arroz con verduras. «No solo sirvo a Dios, también a mi gente», justifica Álvarez Moro.
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Un párroco joven que traslada su labor fuera de la parroquia, que conoce las necesidades de su gente y que no duda en enseñar una foto portando un cordero al hombro con un mono de trabajo de Hunosa. «Conozco el arraigo de nuestra tierra», resume.
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