Fachada principal de la Universidad de Otago y el reloj construido por el profesor Beverly en 1864. EFE

Siglo y medio sin darle cuerda

El reloj construido por Arthur Beverly en 1864 representó toda una revolución al utilizar un movimiento accionado solo por los cambios de temperatura y presión

Lunes, 30 de octubre 2023, 00:17

En la era de los relojes inteligentes, aquellos que solo dan la hora se han convertido en objetos de culto para los muy aficionados o para personas que están peleadas con las nuevas tecnologías. Frente a dar cuerda al reloj de bolsillo, de muñeca, de ... pared o de la torre de una iglesia –o en su caso cambiarle las pilas–, los actuales inteligentes llevan aparejada la servidumbre de tener que estar pendientes de un enchufe para cargarlos(aunque ya es fácil encontrar modelos de carga solar). Frente a todos ellos, en 1864, el relojero y matemático Arthur Beverly inventó un mecanismo para un reloj de pared al que no había que darle cuerda y menos tenerlo enchufado a la red eléctrica.

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Han pasado 159 años y el reloj Beverly sigue funcionando como el primer día en una sala de Departamento de Física de la Universidad de Otago, en la localidad neozelandesa de Dunedin. Al cabo de este siglo y medio muchos lo han mirado con el recelo de la incultura pensando era algo mágico, que se trataba de un truco de magia. Lejos de toda superchería o engaño, la realidad fue que este relojero puso por medio sus conocimientos de la física para buscar el llamado movimiento continuo de las cosas.

Aire y temperatura

A simple vista el reloj se parece muchísimo al que podría estar colgado en el comedor de los domicilios de muchos abuelos, muy próximo al no menos tradicional cuadro de la Última Cena elaborada en relieve sobre latón. Este reloj es idéntico a los que montan maquinaria de cuerda o poleas. Aquellos que solían despertar durante la madrugada a los invitados que no estaban acostumbrados al sonido de las campanadas cada hora. Madera noble barnizada, latón pulido y cristal biselado lo engalanan.

La gran diferencia está en que el reloj de Bevely funciona en base a los cambios de la temperatura y de la presión. Detrás de la esfera, con las tradicionales agujas e indices en números romanos se encuentra una caja cerrada llena de aire. Los cambios de temperatura hacen que el aire que contiene se expanda o contraiga. Para ello necesita que en el lugar donde se encuentra exista una variación de temperatura de unos cuatro grados a lo largo de la jornada.

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Las misma presión del aire que contiene la caja empuja un diafragma. Este mecanismo activado por las contracciones es capaz de levantar unos 2,5 centímetros la pesa de 0,55 kilos, lo suficiente para que la maquinaria funcione. El resto son los habituales engranajes para movilizar las agujas.

A lo largo de estos 159 años el reloj se ha parado, como explican los responsables de la universidad. Y es que una variación de unos seis grados en una habitación moderna es algo poco frecuente, lo que no ocurre si el reloj se deja en el exterior. También se paró el reloj para proceder a la limpieza y el lógico engrase del propio mecanismo.

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