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M. f. antuña
Sábado, 4 de julio 2020, 02:35
Atípica y distópica, la Semana Negra pone mucha literatura y un poco de color a la pandemia que nos acecha. Y eso que se retrata pandémica en lo inédito y antinatura del espacio del Antiguo Instituto, cerrado y cubierto, donde, eso sí, hasta en los botes de gel hidroalcóholico se dibuja la sombra que huye que es santo y seña del festival multicultural que cumple los 33. El líquido elemento abunda en un patio del Centro de Cultura Antiguo Instituto con muy pocas sillas (40) y repleto de mascarillas. Allí, sin Tren Negro mediante para trasladar a los autores, comenzó la Semana Negra nunca imaginada, pero muy trabajada y deseada.
La alcaldesa de Gijón, Ana González, de negro riguroso, dio la bienvenida a los autores: «Qué guapo ye querese y qué guapo ye que estéis aquí y podamos hacer una parte de la Semana Negra en presencial», dijo. Pese a la distancia exigida, auguró cercanía, calor e intensidad en los encuentros literarios. «Espero que podáis disfrutar de Gijón», apuntó Ana Gónzález, que fue más allá en su agradecimiento: «Gracias por atreveros a venir y hacer posible la edición 33». Con ellos, y con lectores, libreros y editores, con la cultura popular «que es alta cultura» se cocina este invento que promete diversión, porque «con la literatura siempre se pasa bien».
Tras ella, tomó la palabra el director de contenidos del certamen, Ángel de la Calle, que insistió en el ejercicio de militancia y resistencia que es esta edición hecha contra viento y marea y gracias al compromiso de los escritores que han querido estar aquí. Y que tienen, además, garantizado el lleno para sus charlas. Las entradas para las actividades de hoy ya están agotadas. Y así se cree que ocurrirá a lo largo de estos días de «locura literaria» por lo reducido de los aforos, 40 personas en el patio y 21 en el salón de actos. «Gijón le está diciendo al mundo cómo se pueden hacer festivales literarios, tenemos el foco puesto encima porque todos quieren saber cómo lo hacemos», afirmó De la Calle.
En el patio del Antiguo Instituto se celebró el acto, al que se incorporó justo al final la consejera de Cultura, Berta Piñán, que sí asió una tijera para cortar la cinta inaugural ya en el exterior, junto a la feria del libro que había abierto sus puertas por la mañana. Con la charanga el Ventolín alimentando la fiesta, se cumplió el ritual que da por lista para la acción una edición extraña en las formas, pero no en el fondo, porque, como apuntó De la Calle, seguirá siendo un festival de las ideas, un lugar desde el que gritarle al mundo «nos movemos y nos reconstruimos ya». Por su puesto, que ese camino se traza con notables ausencias, empezando por la de los feriantes y todas esas familias que hacían en el verano en la Semana Negra y para quienes Ángel de la Calle tuvo un recuerdo.
«Entre por aquí, siga recto, no traspase la línea amarilla y, al llegar al final, dé la vuelta salga por aquí por donde mi compañera. Como en Ikea pero versión suave». Cientos de veces repitió ayer Marco Antonio Muñiz este mensaje, o similar, a todo aquel que quería acceder a la feria del libro, con una veintena de estands y aforo máximo para 70 personas. No hubo multitudes, pero en las dos primeras horas se contabilizaron 312 personas, así que no estuvo mal la cosa. «Para ser el primer día, muy bien», constataba Andrea Guerra, en el estand de Acuarel, que elogiaba el buen comportamiento ciudadano, que no puso pegas al gel hidroalcohólico exigido para poder tocar los libros. Se vendió un poco de todo y se preguntó mucho por novedades como la última novela de Jöel Dicker. Entre saldos, libros de segunda mano, discos de Oasis, Héroes del Silencio y Johnny Cash, con un sol radiante y con muchas ganas fue discurriendo esta rara feria del libro instalada en Tomás y Valiente, convertida también en un ejercio de militancia literaria por parte de las editoriales y las librerías. De Valencia llega, por séptimo año consecutivo, Merche Medina, con doble sello editorial: Versos y Trazos y Huso, literatura infantil y negra y fantástica. «Es la primera feria presencial y yo creo que a la gente le apatecía venir», dice en relación a los lectores. Y en su caso, aunque se lo pensaron, el viajar hasta Asturias, la decisión estaba clara: «Hay que estar».
Y allí estaban libreros, libros y lectores, editores y escritores con la mascarilla puesta y plantando cara al virus, que ha obligado este año a convertir el más popular de los festivales literarios en el más protegido para evitar contagios. El Antiguo Instituto es su sede. Y para acceder a las exposiciones no se requiere entrada, para asistir a charlas y conciertos, en el salón de actos y el patio, sí, y ha de conseguirse por internet, donde igualmente se puede seguir en directo el grueso del programa y otro 'ad hoc'.
La dedicada al cómic anarquista es la primera de las exposiciones, casi a pie de calle, en la sala 1, dibuja con tino la aventura de personajes como Durruti con autores como Lorena Canottiere, la creadora del cartel de este año, José y Ramón Trigo, Carlos Azagra, Pepe Gálvez y Alfonso López; arriba, una pequeña sala recuerda a Mori, José Luis Morilla, el que fuera fotógrafo del festival y fallecido a principios de este año. Con sus fotos, con Joaquín Sabina, con Paco Ignacio Taibo I y II, con Leonardo Padura, con un sinfín de rostros y con las palabras de Ángel de la Calle o Miguel Barrero recordándole. «La verdadera historia de la Semana Negra solo podía contarla cabalmente Mori», escribe Barrero en ese emotivo recordatorio.
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Clara Alba y José A. González
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