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El sarcófago del obispo Ataulfo en la iglesia de Santa Eulalia de la Mata, en Grau. JOSÉ VALLINA
El santo que agarró al toro por los cuernos
HISTORIAS DEL CAMINO DE SANTIAGO

El santo que agarró al toro por los cuernos

Adulfo. En Santa Eulalia de la Mata se conserva el sarcófago de piedra donde la tradición sitúa los restos del obispo gallego al que Alfonso III el Magno sometió en Oviedo al Juicio de Dios

PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA

Domingo, 4 de julio 2021, 18:02

Si el rey Alfonso II abrió el Camino a Compostela, el primer peregrino notable en visitar San Salvador fue Adulfo II o Ataulfo, obispo de Santiago, y está enterrado en Santa Eulalia de La Mata, en plena ruta primitiva a su paso por el concejo de Grau. En el interior de esta iglesia de trazado románico puede contemplarse aún hoy el sarcófago de piedra en el que la tradición oral sitúa los restos de Santo Dolfo, al que se le atribuyen numerosos milagros y cuya gran devoción popular quiso prohibir a finales del siglo XVIII el titular de la diócesis ovetense, Agustín González Pisador, cercando la tumba con una reja metálica.

Fue el tercer obispo de Iria Flavia tras el descubrimiento del sepulcro del apóstol y bajo su gobierno tuvo que hacer frente a las incursiones de normandos que penetraban por la ría de Arousa. También los sarracenos acechaban las riberas del Ulla. Ante los constantes ataques, pidió al Papa Nicolás I trasladar la sede a la población que crecía en el Locus Sancti Iacobi, más resguardada en el interior y donde le resultaba más fácil organizar la defensa de las reliquias de Santiago. Pero su mayor quebradero de cabeza fue la indisciplina y el relajo que se extendía entre el clero y los monasterios de su tutela. Para atajarlo dictó rígidas medidas que le valieron un gran número de enemigos entre los corruptos. Varios de ellos se conjuraron para hacerle caer en desgracia. Sobornaron a tres de sus siervos, llamados Zadán o Zador, Cadón y Acipilión, para enviarlos a la corte del rey Alfonso III el Magno y presentar ante éste un pliego de acusaciones contra el prelado que incluían, entre otras no menores, un trato de traición con los moros y la de haber cometido sodomía, el pecado nefando. Viniendo de sus propios hombres, que se confesaban avergonzados de servir a tal señor, el monarca no dudó en creerles y mandó llamar a Adulfo para que fuera a rendir cuentas ante él de las graves imputaciones o a defenderse de ellas en caso de que fuesen falsas.

El obispo viajó a Oviedo con un pequeño séquito, formado por sus clérigos más fieles. Llegaría seguramente por el mismo camino que recorrió el Casto en su peregrinación a Compostela. Su entrada en la capital del reino fue anunciada pronto a Alfonso III, que envió soldados para salirle al encuentro y conducirlo a su Palacio. Los guardias encontraron las mulas de la comitiva episcopal a las puertas de la Catedral y uno de los criados les informó de que Adulfo había querido entrar en ella a rezar a San Salvador antes de presentarse ante el rey. La escena siguiente la relata un romance de la Crónica General: «Esos alcaldes del rey/ mucho le han denostado,/ diciendo que antes debiera/ ir al rey besar la mano/ que no entrar en la iglesia/ como él había entrado./ Respondió el arzobispo/ que no habían bien hablado,/ que muy más guiado era él/ y todo buen cristiano,/ ver al que era Rey de todos/ que no al rey que era mundano». Si esto llegó a conocimiento del Magno, no es de extrañar el recibimiento que le dispensaría al de Iria Flavia.

Se cuenta en el mismo romance y lo refiere el Padre Carvallo en sus 'Antiguedades y cosas memorables del Principado de Asturias', aunque se equivoca al poner los hechos en tiempos de Bermudo II. Sin darle oportunidad de argumentar su defensa, el rey asturiano dictaminó que la única manera de poder probar su inocencia era sometiéndose a un Juicio de Dios. Mandó traer un toro bravo y lo soltó en la plaza del Palacio para que Adulfo se enfrentase a él y lo domara. Era uno de los trabajos de Hércules y el reto aparece en múltiples leyendas gaélicas. El obispo se arrodilló a esperar la acometida del animal y cuando lo tenía justo encima lo agarró por las astas. El morlaco, humillado, bajó el testuz y lamió los pies del obispo como un buey manso. Fue el primer milagro de Santo Dolfo y debió correr como la pólvora por toda la Hispania cristiana. En el refectorio de la Catedral de Pamplona un capital recrea el suceso con su protagonista asiendo los cuernos de la bestia mientras mira a las alturas. El destino de los originales lo refiere el Padre Carvallo: «Ataulfo se fue a la Iglesia de San Salvador a dar gracias, en cuyo Sagrado Templo ofreció los cuernos del toro, dexándolos colgados en él, aunque aora no se hallan».

Es el mismo sabio tinetense quien señala donde está enterrado el obispo: «Sus clérigos le sepultaron en la Iglesia de Santa Eulalia, donde vemos al presente su sepultura, y es tenido y venerado como Santo, y a la misma Iglesia y Lugar llaman desde entonces Santo Dolfo, corrompido del nombre de Ataulfo». El sarcófago sigue reposando en La Mata.

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