M. F. ANTUÑA
GIJÓN.
Domingo, 22 de septiembre 2019, 04:12
Mira por dónde, con esa pose y ese poso de rockero indómito, Igor Paskual (1975) prefiere leer a Machado por una carretera de Soria que a Kerouac en una interestatal americana. Aunque, en realidad, es un ciudadano del mundo que ondea las banderas del ... pentagrama, el fútbol, las letras y los óleos, habita un sinfín de territorios reales y ficticios, cantados, bailados, bebidos, reídos y llorados. Igor nació en San Sebastián, pero no descubrió la belleza de la capital guipuzcoana hasta que volvió de turista ya más crecido, pues su territorio no era la Concha, sino Herrera, unas afueras menos lustrosas y divas. Pero, con seis o siete añitos, Avilés se hizo su mundo. Y en Versalles, en el colegio Marcos del Torniello, con los mil alumnos del 'baby boom' abarrotando las aulas, se empezó a gestar el músico que pronto presentará en directo su nuevo álbum, 'La pasión según Igor Paskual' (La Salvaje, Oviedo, viernes 11 de octubre, 22 horas; Gijón, sábado 12, Memphis, 21.30). «En Avilés aprendí a tocar, fue donde me aficioné a la música», confiesa. Y le marcó: «Tiene el casco histórico más bello de Asturias y me flipa. Es una ciudad rock de espíritu».
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Pero Oviedo estaba a la vuelta de la esquina. Con trece años se fue con la obsesión de montar una banda de rock'n'roll inoculada en vena. No fue fácil la entrada: las pandillas estaban hechas, así que se unió la cuadrilla de todos los raros de todos los institutos. Pero, lejos de ser un adolescente conflictivo, era un niño bueno que quería tocar, cantar, que estudiaba bien, que pasaba horas leyendo. «Fui un salvaje tardío. No viví la noche hasta que monté Babylon. Me pasaba el día en casa tocando seis horas, leyendo. Como no había móviles, nada te interrumpía».
Se demoró la noche, pero llegó, y se resarció con ganas. Y se dilató la banda, pero en el 93 llegó y también se resarció. Un premio de poesía que ganó 'ex aquo' le proporcionó 50.000 pesetas de las que 48.000 se fueron directamente a una «imitación de Telecaster preciosa» que aún conserva. Para el amplificador pidió a su padre un adelanto de todas las pagas de un año. Así empezó todo. La Universidad, donde se formó en Historia del Arte, Babylon Chat, la carretera, los conciertos, la vida... Y Gijón con 24 o 25 años: el lugar elegido. «Hay un punto relajado en las relaciones sociales. Es una ciudad interclasista. Siempre me hizo sentir cómodo. Creo que tanto en las clases medias como en las bajas siempre ha habido una inquietud cultural potente. Se escucha buena música, hay cultura cinematográfica, de lecturas, se mantiene un nivel de debate en la calle y hasta en el Molinón». Y aquí vive con su mujer y sus tres churumbeles el compositor y guitarrista de Loquillo, el productor de los Staytons, el amante del arte, de la historia y del viaje que no necesita llegar a destino para disfrutar. «A mí lo que más me gusta de la carretera es el viaje en sí, el tránsito. Soy un enamorado de la Meseta castellana [su padre, Pedro, es de Palencia], de La Rioja en otoño. Me encantan esas ciudades casi ancestrales. Tenemos un país increíble y cada cien kilómetros cambian el paisaje, los sabores, la forma de hablar. Hay muchos países en uno».
Pero su mundo es más amplio: la Jordania que excavó con Juan Tresguerres cuando era estudiante es su territorio literario porque allí se lo leyó todo y debatió sin tregua; la Liverpool postindustrial, «fea y alcohólica» de los Beatles -«es mi lugar de peregrinación por excelencia»-, la América Latina que le queda por rematar, la Rusia imaginada, el Japón por descubrir... Pero, si hay que volver a algún sitio, mejor que sea a las raíces. Y eso es Lastres, el pueblo de su madre, Belén. «Es como un lugar puro. Es un lugar idílico para mí porque me lo ha contado ella y, al contrario que la mayoría de los pueblos marineros, que están protegidos en la bahía, Lastres está desafiando al mar, está a la contra, y esa es una metáfora muy bonita no sé si para explicar mi vida, pero sí lo que me gustaría hacer con ella».
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