A Gastón Abrego, joven de 29 años hospitalizado por coronavirus, una noche le despertó un sonido mientras dormía. Era el ruido de la bolsa mortuoria de su compañero de habitación. No fue el único hombre que falleció a su lado durante las tres angustiosas ... semanas que la covid 19 le retuvo ingresado. Meses atrás la enfermedad se había llevado a su padre.
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El angustioso relato de su experiencia en Twitter ha viajado desde Argentina al mundo. Aunque cuando decidió contarlo aún seguía ingresado, ya ha recibido el alta. Su agonía comenzó un 4 de abril con síntomas leves «como todos». Durante una semana su salud fue decayendo. Nueve días después, con un test positivo, acudió al hospital de Mendoza.
Sus pulmones ya no respondían «comidos» por la covid 19. El diagnostico, neumonía bilateral. La falta de aire dificultaba el sueño. «Una noche después de dormir una hora sentí mucho movimiento a mi lado. El señor de la cama de al lado de estaba ahogando y las enfermeras lo estaban salvando. Todo fue en vano, dejo de respirar y nunca pudo llegar a terapia», explica.
Su compañero estaba delicado pero consciente solo unas horas antes. «De un momento a otro ya lo estaban metiendo en una bolsa negra», lamenta. Él no llegó a aprender su nombre. Fue su primera experiencia cerca de la muerte pero no la única.
El joven empeoraba, cada vez más dependiente del oxígeno. Al quinto día le cambiaron de habitación. De nuevo una experiencia similar. Un hombre enviaba audios de WhatsApp por el móvil con el habla fatigada. La enfermera le pidió que lo apagara y descansara. Accedió, obediente. Esa misma noche a Gastón Abrego le despertó el ruido de la bolsa mortuoria. Su compañero, de unos sesenta años, acababa de fallecer. El teléfono ya nunca más volvería a encenderse.
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El joven sufría preguntándose si, mientras los médicos le salvaban, sería el ambiente lo que acabaría con él, si el karma le había puesto en esa situación. Pensaba en su padre, fallecido meses atrás por covid 19. Sus hermanos le llevaron al hospital y nunca más salió.
«Cada hombre que ví morir ahí fue una parte de él que pude darle forma. La peor de las formas pero que hoy siento que necesitaba para darle el duelo que nunca pude darle. Un día sin más desapareció y eso fue todo. Solo pude ver su cajón desde la lejanía. Su tumba lleva su nombre», cuenta.
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El destino de Gastón sería distinto. Poco a poco comenzó a mejorar y un médico le comunicó que, dado el colapso hospitalario y su evolución, sería trasladado a otro centro, «un universo paralelo» en donde «no hay ruidos de camas moviéndose o gente corriendo». Los médicos entraban serenos a controlarle. Pudo volver a dormir. Regresó la esperanza.
«Quería contar esto para sacarlo de mi y dejar en el mundo un testimonio de lo que sentí. No me contagie por descuidarme sin más. No pensé nunca individualmente sin más. Pase por la experiencia de perder a alguien y seguí cuidándome. No entiendo en gran parte como se contagia. Solo creo que este virus nos viene a mostrar algo. Lo simbólico estará siempre por encima de los tiempos y de las adversidades. Solo está en nosotros descubrir que nos viene a mostrar, el drama que nos atraviesa, darle espacio y superarlo», concluye.
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El 26 abril, Gastón Abrego recibió definitivamente el alta. Ayer compartió una nueva noticia esperanzadora. Su madre ha sido vacunada y está un paso más cerca de huir de la pesadilla que ha golpeado a la familia.
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