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Borja Robert
Domingo, 9 de agosto 2015, 07:41
El relato de una madre cuyo hijo sufrió sarampión puede ayudar a convencer a los que dudan si deben vacunar a sus hijos. Una foto de un niño en pleno brote, también. Pero hablarles de la eficacia de la inmunización, o recordarles que no existe ninguna prueba de que sus creencias sean ciertas, sin embargo, puede ser contraproducente. El reciente auge del movimiento antivacunas, que pese a ser minoritario ya empieza a tener consecuencias graves como el fallecimiento del niño de Olot, contagiado de difteria, ha motivado a un grupo de investigadores a estudiar qué mensajes son más efectivos, cuáles menos, y a determinar qué debe evitarse.
«Algunos estudios sobre el uso de información médica a favor de las vacunas han mostrado que esta puede tener el efecto contrario al buscado», afirman los investigadores, de las universidades de Illinois, California y Michigan (las tres en EE UU), en un artículo publicado en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS). «Los escépticos de las vacunas reforzaron sus opiniones negativas sobre estas tras recibir mensajes que supuestamente debían rebatir la relación entre las vacunas y el autismo».
El detonante del movimiento antivacunas fue la publicación, en 1998, de un artículo en la prestigiosa revista The Lancet que relacionaba la inmunización con la aparición de este trastorno. En pocos meses se descubrió que todo era un fraude y que el autor de este trabajo, el británico Andrew Wakefield, quería provocar miedo generalizado entre la población y lucrarse con ello. Ya no pudo detenerse. «En el 2000, en Estados Unidos se pensaba que se había erradicado el sarampión, pero en 2014 se notificaron 644 casos», cuentan los científicos a modo de ejemplo.
«Pero pese a los errores, sospechamos que un mensaje fuerte y directo puede ser eficaz para influir en lo que opinan los padres sobre las vacunas», indican. Y parten de una premisa: que los padres no solo deben analizar el riesgo de inmunizar a sus hijos, sino también el riesgo de no hacerlo. «Y, en vez de tratar de convencer a los padres de la seguridad de las vacunas, puede que sea más efectivo convencerles de los peligros de no inmunizar a sus hijos». De ahí la foto del niño en pleno brote de sarampión, o el relato de la madre. Sin ir más lejos, en España, la hospitalización y el posterior fallecimiento del niño de Olot impulsó durante días la vacunación de menores.
«Sabemos que los padres que se oponen a vacunar a sus hijos tienen creencias arraigadas sobre los supuestos efectos secundarios de las vacunas, y que esas creencias son la razón por la que no vacunan», señalan los investigadores. «Y como cualquier intento por modificarlas puede quedar debilitado por la tendencia de descartar o ignorar cualquier prueba contraria a su actual planteamiento, el denominado sesgo de confirmación, estos esfuerzos pueden ser en vano». Cambiar una opinión por la contraria, dicen, es más difícil que reemplazarla por otra alternativa.
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