AZAHARA VILLACORTA ANA RANERA
Lunes, 14 de febrero 2022, 01:51
El sociólogo Zygmunt Bauman lo llamó «amor líquido». Relaciones caracterizadas por la falta de solidez y calidez y por una tendencia a ser cada vez más fugaces, superficiales, etéreas y con menor compromiso. Lo cierto es que, según los expertos -y las cifras de divorcios-, ... cada día nos cuesta más comprometernos y establecer lazos fuertes con una pareja, bien sea por miedo, por aburrimiento o porque los encuentros esporádicos ganan terreno. Pero no desesperen, porque, en estos tiempos de apps de citas y distancias pandémicas, y en vísperas de San Valentín, aún hay amores que llegan para quedarse.
Publicidad
Y ojalá que todo el mundo mire a su pareja como mira Teodoro 'Doro' Llano (84 años) a Manuela 'Lita' Pérez (91). La mujer por la que cayó rendido hace más de medio siglo y por la que fue capaz de dejar su casa en La Pesa de Pría para empezar con ella una vida nueva en Berció (Grado). Su vida entera.
«Era pequeñina, pero muy guapa. Una mujer tan buena que no había manera de reñir con ella», dice 'Doro' así, en pasado, porque hace tiempo que 'Lita' vive en un mundo que empezó a acechar cuando, hace dos décadas, «al ir a la peluquería, se desorientó y terminó cruzando la vía del tren». Un mundo sin recuerdos de las fiestas de prao y la luna de miel en Galicia, en un coche prestado. Del convite de boda en el Palper y de que se bañaron en Riazor. Del que el amor de su vida solo regresa de tarde en tarde para preguntarle: «Dorín, ¿tas ahí?».
Porque, cuando la situación se volvió «imposible» en su casa de Berció a pesar de la ayuda a domicilio y 'Lita' -la menor de «trece rapacinos», que «supo lo que era andar por las cuevas con los padres, guardándose de la guerra»- tuvo que ingresar en la residencia del ERA en la capital moscona, 'Doro' aguantó muy pocos meses solo: «Yo estoy bien, pero entré por acompañarla, porque vivir sin ella no era vivir. Y aquí estamos muy contentos. Sobre todo, porque la tienen como una reina y todo el mundo la quiere», cuenta sin soltarle la mano ni despegarse de su cama, de la que 'Lita' lleva sin salir desde septiembre.
«Tuvimos de todo, cosas buenas y malas, pero fuimos muy felices a nuestra manera. Yo trabajaba primero en Montajes Nervión y, luego, en la fábrica de loza de San Claudio y ella, con les vaques. Y con les vaques no hay vacaciones», bromea este hombre que solo tiene una certeza: «Hasta que la muerte nos separe, porque, de momento, de allí nadie volvió a decirnos nada. El amor ye el demonio».
Publicidad
A veces, aguardan lejos y no tienen fronteras. Como cuando, hace algo menos de dos años, con la covid campando a sus anchas, el gijonés Carlos García Arancón se fue de Erasmus a Timisoara (Rumanía). Y allí estaba Cupido: «En una de las primeras actividades que hacían para los estudiantes extranjeros, conocí a Roxana Iuga. Ella era voluntaria de la asociación de Erasmus», cuenta.
Poco a poco, su relación fue afianzándose, pero el vuelo de los meses suponía el regreso de Carlos a España y empezar a vivir a demasiados kilómetros. «Estábamos los dos muy tristes cuando nos separamos. Fue muy emotivo», recuerda Carlos de ese momento. «Al principio, se hizo muy duro, pero tener un día fijado para vernos otra vez lo hizo más fácil».
Publicidad
Ese reencuentro se produjo pronto, gracias a que, tras el verano, Roxana decidió continuar sus estudios en La Coruña, así la distancia se acortaba, y mucho. «Desde antes de conocer a Carlos, ya tenía claro que quería venir a España, pero ahora tenía más motivos que nunca y elegir Galicia me permitía estar aún más cerca», relata Roxana.
Para ellos, lo peor de no vivir en la misma ciudad es «no poder compartir las experiencias del día a día», dicen. Y también duele que el tiempo «siempre sabe a poco», aunque prometen que, cuando están juntos, «muchísimo»: «Porque, por poco que sea, hacemos que merezca la pena».
Publicidad
Encontrar amores nacidos del mundo digital es cada vez más común, pero la historia de Beatriz González y de Marcos Huete surgió mucho antes de que el uso de las aplicaciones de citas como Tinder fuera algo habitual.
Esta pareja, los dos de veinticinco años, se conoció por Twitter en 2016 por pura casualidad y, después de unos cuantos mensajes cruzados, se encontraron en el mundo real y comenzaron una historia que ya dura seis años.
Publicidad
Ella, de un pueblo de Toledo, tenía un buen puñado de seguidores en esta red y él, de Puerto de Vega, era uno más de esa larga lista de usuarios con los que, de vez en cuando, interactuaba. «A veces me escribía, pero, como me seguía bastante gente, no le hacía mucho caso», recuerda ella, entre risas, ahora que lo tiene al lado. «Hasta que, por circunstancias de la vida, me empezó a llamar la atención más que los demás y, al poco tiempo, me siguió también en Instagram». Su amistad empezaba a amenazar con ir a más. «Pero no salíamos de Twitter. Nunca quedábamos para tomar una cerveza», se lamenta.
Como la timidez les podía y no daban el paso, el destino los empujó a desvirtualizarse cuando, en una manifestación en el centro de Madrid -donde ambos estudiaban-, se encontraron de bruces. «Fue como una película», rememoran. Pero, tras aquellos saludos, llegó el silencio y ella se fue con el disgusto de no haber sabido decir o hacer algo que cambiara las cosas.
Noticia Patrocinada
Ya en casa, entró en Twitter y se encontró con un tweet de Marcos: «La manifestación de hoy mereció la pena solo por darte dos besos».
Y, con esas palabras, se reanudaba la historia, pero faltaba dejar de lado la pantalla y verse en persona y, esta vez, le tocaba a Beatriz actuar. «Dos semanas después, escribí un tweet animando a la gente a ir a una fiesta y él me dijo que allí estaría». Era el gran día y Bea reconoce que echó el resto: «Me puse más guapa que en toda mi vida». Con tanta aglomeración, los teléfonos no funcionaban y no podían hablar para encontrarse, pero la vida quiso regalarles otra oportunidad y, entre toda la gente, se volvieron a dar de bruces. «Cuando lo vi ahí, entre miles de personas, pensé que era el hombre de mi vida».
Lorena Alonso y Javi Enríquez tenían doce años cuando se conocieron, al empezar la ESO, en el instituto gijonés Emilio Alarcos. «Éramos nuestros respectivos mejores amigos», cuenta ella de aquellos años, aunque él matiza: «Tú siempre me gustaste». Tuvo que pasar el tiempo para que las cosas se pusieran en su sitio y fue en Bachiller cuando lo suyo se convirtió en noviazgo. «Siempre hubo algo entre nosotros, pero ninguno daba el paso. Hasta que acabó surgiendo y, con diecisiete, ya empezamos», cuentan a sus veintiséis.
Publicidad
Nueve años después de ese primer día, esta pareja reconoce: «Hemos crecido juntos. Hemos pasado por muchas etapas y momentos diferentes. Desde empezar a salir de fiesta a graduarnos, ir a la universidad, trabajar...», enumeran. «Poco a poco, hemos visto como cada uno iba cumpliendo sus metas y es muy bonito ver evolucionar a alguien a quien admiras tanto», defiende Lorena.
Para ella, el secreto de resistir a los envites del tiempo se esconde en «haber sido antes amigos, tener confianza y respetar siempre los espacios». Javi coincide con ella y sabe que «ninguno de los dos dejó nunca de hacer nada por el otro» en todo este tiempo juntos, que, por cierto, se les «pasó volando».
Publicidad
Lo de Isabel Menéndez (natural de Villuir, Luarca, 42 años) y Pablo Rodríguez (Collada, Navelgas, 45) también fue «lo típico de conocerse en el instituto» Carmen y Severo Ochoa de la capital valdesana y empezar a salir. «Nos conocimos por casualidad, porque coincidimos en un grupo de amigos. Yo tenía diecisiete años y él veinte. Y hasta hoy», cuenta Isabel.
Eso sí: «Necesitamos que una amiga hiciera de celestina, porque él era un poco tímido», bromea desde el piso «sin barreras» que el matrimonio comparte en Lugones con su perra 'Nela'. Y resalta lo de «sin barreras» porque las cosas empezaron a torcerse para la pareja cuando a Isabel le diagnosticaron una patología hereditaria de la que nunca había oído hablar: el síndrome de Usher, que causa una pérdida grave de la audición y retinitis pigmentosa, un trastorno ocular que provoca un severo deterioro de la visión.
Publicidad
«Toda la vida había estado en el oculista y a los dieciocho me puse el primer audífono, pero no me lo diagnosticaron hasta los veintitrés», explica la luarquesa, a la que la enfermedad obligó a dejar su trabajo como administrativa (Pablo es mecánico de la empresa GAM) y que hoy ha encauzado gran parte de su energía gracias a la asociación Es Retina, donde prestan apoyo a las personas con baja visión con incapacidad para realizar tareas de la vida cotidiana.
Problemas que (como cuenta Isabel, que hoy utiliza dos audífonos y un bastón especial para personas sordo-ciegas, blanco y rojo) se han incrementado con la pandemia, porque «todo se complica con las distancias de seguridad y las mascarillas, que te impiden ver la boca de quien te habla».
Así que, si alguna vez Isabel se desespera, ahí está Pablo. «Todo lo que yo tengo de nerviosa, él lo tiene de tranquilo. Es tan tranquilo que, a veces, hasta me saca de quicio», bromea ella. Porque esa es una de las cualidades que la enamoraron de este hombre «calmado y cariñoso» con el que ha formado un equipo imbatible: «Yo soy muy de preocuparme por lo que pasará en el futuro y él siempre me dice que no adelante acontecimientos, que la mayoría de las veces luego no ye pa tanto. Que, sea como sea, las cosas se arreglarán». Un tándem al que podrán encontrarse haciendo kilómetros a lomos de su moto, su gran pasión, con la que organizarán una ruta para celebrar que esta semana cumplen veinticinco años de amor.
La historia de Leticia García e Ismael Álvarez va para veintiséis. Porque la primera vez que sus padres dejaron salir por la noche a Leticia (gijonesa, educadora social, 43 años) fue también el inicio de un amor que demuestra que las segundas oportunidades no son buenas: son mejores. «Fue la Nochevieja de 1994. Íbamos a una fiesta en el Tik. Yo tenía dieciséis años, fui con mi grupín de amigos y allí estaba él con los suyos. Ahí empezaron las miraditas y nos hicimos novietes. Él tenía dieciocho, pero, como era tan delgadín, tan rubio, con aquellos ojos azules y aquella cara de muñeco, pensé que era más joven y, como no me fiaba, hasta me enseñó el DNI», recuerda ahora con una sonrisa de oreja a oreja.
Publicidad
El de la cara de muñeco era Ismael Álvarez (gijonés de adopción nacido en Sotrondio, tornero fresador), que quedaba con Leticia de semana en semana, porque iban a distintos institutos. «Ten en cuenta que, en aquella época, no había móviles y llamar a casa de la novia o del novio era un palo porque te cogían el teléfono sus padres. Así que nos veíamos de sábado en sábado».
Pero, un mal día, después de dos meses de relación, Ismael no apareció a la cita y nunca más se volvieron a encontrar. «Y mira que es difícil, porque Gijón no es tan grande», apunta Leticia.
Y así pasaron los años. Ella se casó, tuvo dos hijos y se divorció. Él se casó, tuvo un hijo y se divorció. Hasta que, otro día, veintiséis años después, Leticia se puso «a cotillear» en una aplicación que buscaba parejas. Y así, «haciendo el tonto», vio una foto que llamó poderosamente su atención. Como un imán. «Pensé: 'Madre, vaya chico tan guapo'». Y le dio al botón de 'like'. Y aquel chico tan guapo respondió con un: «Yo a ti te conozco». «En ese momento, creí que me lo decía para romper el hielo o para sacarme información, así que le dije que yo al único Ismael que conocía era a un chico que había sido mi novio». La respuesta que llegó luego hizo que el móvil se le cayera a Leticia de las manos: «Soy yo. ¿Te acuerdas de cuando íbamos al Tik y a Casa Arturo?».
Lo siguiente fue que se pasaron «seis días colgados del WhatsApp». Y, de paso, Ismael aprovechó para confesarle a Leticia que el día que no se presentó a su cita fue porque su padre se empeñó en pasar el fin de semana en el pueblo y «luego le dio vergüenza» llamarla.
De aquella confesión se cumple un año estos días y ya no se han separado. Con sus amigos y familia «viviendo la historia como si fuese una serie». Y ellos, con la extraña impresión de ser los protagonistas de una de «esas cosas que solo les pasan a los demás»: «Tenemos la sensación de que se nos han escapado veintiséis años y, a la vez, de que llevamos toda la vida juntos. Nos miramos y sabemos lo que está pensando el otro y nos da la risa. Este segundo capítulo es estupendo y, además, hemos juntado a tres paisaninos maravillosos: su hijo, que tiene nueve años, y mis mellizos, de diez».
Publicidad
«Los guajes» están también en el horizonte de Alma Luis Rodríguez (21 años, auxiliar de enfermería) y su chica, Eva María Cachón (24, repartidora). Dos gijonesas enamoradas hasta las trancas que este verano sellarán su amor ante su gente. Primero en el Ayuntamiento y, después, con un fiestón en el Marieva Palace con DJ y unos sesenta invitados.
El suyo es un querer de los que parecía escrito. Porque, hace seis años, Alma fue a tomar un café con su madre a un bar en el que Eva trabajaba como camarera. Flechazo inmediato. «Le dije a mi madre: 'Voy a darle mi número a esa mujer'». A lo que su progenitora repuso: «Alma, por favor, no des el cante». Así que, aquella vez, no hubo intercambio de teléfonos.
Pero el destino estaba de su parte y volvieron a coincidir para ya no separarse nunca más hace un año y medio, porque las dos están convencidas de que lo suyo es «para siempre».
Lo saben porque, desde que sus caminos se cruzaron, sienten lo mismo, algo que jamás habían sentido. Lo resume Alma -la más lanzada de las dos- mientras Eva asiente a su lado: «Sentimos que podemos ser libres estando atadas. Que, si nos pasa cualquier cosa, la otra va a estar ahí. Que, aparte de ser pareja, somos amigas. Que el futuro es juntas».
Así que, hace unos meses, mientras entrenaban con el equipo de fútbol en el que ambas militan (el Estudiantes), Eva dejó a un lado su timidez y, rodilla en tierra y con la complicidad de algunas compañeras, le pidió matrimonio a Alma, que no se lo esperaba «ni de lejos»: «Me quedé tan alucinada que tardé un tiempo en decirle que sí». Pero lo dijo y, entonces, llegó el momento de comunicárselo a su familia.
Publicidad
«Con mi padre, fue una situación un tanto incómoda, porque le costó asimilarlo. De hecho, estuvimos un tiempo corto sin hablar. Pero, cuando conoció a Eva, fue distinto, lo normalizó completamente y, de hecho, se lo va contando a todo el mundo», recuerda Alma con orgullo.
Todo lo contrario que su madre, aquella que un día no le dejó darle el teléfono a Eva: «Ella está encantada. Lo primero que dijo fue: '¡No me va a dar tiempo a hacer los vestidos para la boda!'».
Pero sí le ha dado tiempo y ya ha cosido el de Alma, que irá preciosa enfundada en un vestido rojo. Una elección que es también una reivindicación. Porque, «a pesar de ser una boda bastante tradicional, como somos nosotras», siguen teniendo que luchar contra «una sociedad en la que hay personas muy jóvenes protagonizando ataques homófobos y que hipersexualiza a las mujeres por culpa del porno»: «Ojalá que un día no muy lejano la gente vea a una pareja de lesbianas y piense: 'Mira qué monas'. Y nada más».
3 meses por solo 1€/mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
El pueblo de Castilla y León que se congela a 7,1 grados bajo cero
El Norte de Castilla
Publicidad
Te puede interesar
El pueblo de Castilla y León que se congela a 7,1 grados bajo cero
El Norte de Castilla
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.