El paisaje que ha quedado es realmente desolador», cuenta desde Santa Marina, en Cudillero, el ganadero Amalio Fernández. A él se le llena la mirada de emociones, al recordar el miedo con el que tuvo que lidiar la eterna noche del jueves de la semana pasada, cuando el fuego arrasó la tierra en la que vive y trabaja desde hace décadas. «Estábamos preparados para hacer frente a lo que viniera, con las cubas cargadas de agua y con la sensación de que las llamas iban a llegar hasta aquí en cualquier momento», rememora, al tiempo que promete que, para él, «que quemen este paisaje es como si quemaran mi propia casa».
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Fueron horas, por eso, de «muchísima impotencia», asegura. «Podíamos aportar lo poco que podíamos aportar, así que pasamos la noche en vela, charlando con unos vecinos a los que habían desalojado de su casa y que se tuvieron que quedar en la nuestra», explica y reconoce que, en todo ese tiempo de angustia, no quitaron la vista de la montaña. «Menos mal que, a la altura de Cadavedo, pudieron pararlo, gracias a las cubas de los ganaderos, que salieron altruistamente a sofocarlo», celebra, mientras reivindica, con mucho orgullo, la labor de sus colegas de profesión. «A veces, nos echan la culpa de que somos nosotros los que quemamos la tierra para regenerar pastos, pero lo que ardió fue zona arbolada. Nosotros no somos los culpables, de hecho, dentro de veinte años, seguirá habiendo fuegos, pero ya no tendremos las cubas de los ganaderos para apagarlos porque estamos todos ya a punto de jubilarnos», se lamenta. E insiste: «Los compañeros se metieron en sitios en los que no se metería nadie, pero lo hicieron por el apego que tienen hacia este lugar», prosigue, seguro de que ellos son quienes más aman ese paisaje.
Porque Amalio además está convencido -y con razón- de que «canallas los hay en todos los sectores, pero la gran mayoría vivimos estos incendios con un dolor tremendo». Ellos son quienes cuidan a diario este tierra a la que pertenecen. «Nosotros somos de aquí, no somos como los que vienen a vivir a la zona rural y piensan que es un parque temático. Yo conozco las cosas buenas y las malas de esto y este es mi sitio, yo en una ciudad no sabría qué hacer»
Ese dolor del que habla es el mismo que asalta a Natividad Canto, una bombera que lleva trabajando en Asturias desde el año 2000 y que tiene claro que esta oleada de incendios era «totalmente previsible». Para ella, bastaba con haber mirado la previsión meteorológica unos días antes para empezar a reforzar las unidades y estar listos para combatir las llamas cuando empezaran a salpicar nuestros montes. «Es muy frustrante y muy indignante. Llevamos ya muchos años diciendo que esto se va a caer», protesta. «Desde el año 2007 son todo recortes, no sacan plazas y se jubila mucha gente y este es un sector esencial», prosigue.
Ella sabe que «al ser tan pocos en cada turno, hay incendios que quedan sin apagar. Claro, cuando no hay una ventolera, lo vas llevando y es más fácil de erradicar, pero cuando hay muchos y viene una ventolera, se desmadra la situación». Natividad confiesa además que van «de dos en dos y se nos caen las pistolas al llegar y ver el panorama», explica. «Si es de día y te apoya el helicóptero, es una ayuda enorme, pero cuando vas a un incendio de varias hectáreas, seis o siete, sola con un compañero, lo único que haces es sobrevivir». Momentos de mucho miedo, en los que el fuego es «imparable. Lo único que tienes que hacer es controlar que no llegue a ninguna edificación e intentar proteger, ya que no puedes extinguir», asegura, al tiempo que recuerda que los bomberos son «un servicio integral, que cubre otras muchas cosas aparte de fuegos y no puedes dejar los parques vacíos porque haya un incendio forestal». «El mundo sigue girando», apunta, al tiempo que dice que el fuego entró en la reserva de Muniellos «y quemó allí unas 200 hectáreas».
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Una catástrofe medioambiental que vivió también muy de cerca Hilario López, el guarda mayor de Tineo. Él recuerda que estuvo «en las labores de vigilancia y ayudando a los bomberos a la extinción y a todo lo necesario para frenar el incendio». Fueron momentos muy crudos porque «había varios pueblos afectados que podían quemarse. La extensión que ardía era muy grande y había mucho viento, por lo que era muy difícil entrar a un incendio, por culpa de los focos secundarios». Así que «por un lado, no podías entrar, pero, por otro, tenían que entrar y sacar a la gente».
Hilario nunca se olvidará de lo vivido porque, en 37 años que lleva trabajando en esa zona, «nunca pensé que pudiera darse una situación como esa. Hay días que hay fuegos, pero nadie pensaba que podríamos llegar a ese límite. Fueron situaciones extremas de aire y de calor». Él ahora no sabe si volverá a ocurrir: «El problema es que vuelva a haber aire y sol. Dependerá mucho del tiempo, que es el que nos impidió actuar el otro día». Hilario -como todos- espera que esta situación extrema quede solo como un mal recuerdo, una pesadilla, y que nadie nunca vuelva a ver arde esta Asturias nuestra. Sobre todo, que nadie nunca vuelva a quemar este paraíso natural, que ahora está salpicado de cenizas y que debe renacer para que el verde vuelva a brillar como siempre y el negro caiga en el olvido.
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