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PABLO A. MARÍN ESTRADA
GIJÓN.
Lunes, 30 de marzo 2020, 02:44
El maliayés Javier Canteli lleva casi un cuarto de siglo recorriendo pueblos y aldeas de toda la región con su camión-tienda, un servicio crucial, especialmente en los núcleos más aislados y donde predomina la gente mayor. En estos días, el confinamiento de ... la población en sus casas motivado por la pandemia del virus COVID-19 ha convertido a este vendedor de la empresa Alicor en la principal fuente de suministro de productos de alimentación para muchos vecinos de la Asturias rural.
«No siempre hago la misma ruta, pero este mes cubro la de un compañero y recorro casi todo el oriente: la costa y Ponga, Amieva, las Peñamelleras, Cabrales. Ahí, subo hasta Sotres y Tresviso (Cantabria), dos lugares que están acostumbrados a quedarse aislados por la nieve, pero esta situación supera cualquier otra. Veo temor en los pueblos, la gente me pregunta si sé hasta cuándo va a durar todo esto», desvela Canteli. Cuenta que la primera semana los vecinos se sorprendían al verle aparecer con la mascarilla y los guantes o que les invitase a mantener la distancia de seguridad: «Les explicaba que era por mí y por ellos. Ahora, creo que ya todos están concienciados por la televisión o los familiares que viven fuera. Veo a la gente quedándose en sus casas, salvo los que tienen ganado que atender, y como mucho salen a la huertina o por el patio delante de casa, sin juntarse con otros vecinos», apunta.
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En su camión lleva carne y pescado congelados, además de productos frescos como verduras, hortalizas, pan, embutidos o lácteos: «Esta última semana la gente compra el doble o más de lo habitual, sobre todo congelados, porque el pescadero ya no viene. Quieren tener llena la nevera y lo que más me preguntan es si voy a volver la próxima semana. A los clientes fijos se suman ahora bastantes de los que viven allí. El 90% son mayores, muchos no conducen, los hijos viven lejos y me dicen que están preocupados por si tienen que ir al médico o al banco. Medio en broma y medio en serio me dicen: 'Nun sé si tendré pa pagate la siguiente'», detalla. Desde el primer momento la empresa les facilitó guantes y mascarillas: «El caso es que van perdiendo con el uso y no hay más, encargaron a modistas unas de tela. Tenemos la orden de servirlo todo en bolsas nuevas, porque la gente te trae la suya y mejor no correr riesgos». A pesar de las medidas de protección, confiesa que no puede evitar «tener en la cabeza que cada semana atiendo a entre 300 o 400 personas y en sitios distintos. Procuro no pensar en ello y tomar todas las precauciones: lavar cada poco las manos, cambiar de guantes por el dinero, desinfectar el vehículo, etc. Lo mismo al volver a casa, lo primero lavarme».
Tiene una hija farmacéutica en Gijón: «Me aconseja, claro. Ella también está cara al público. Así es nuestro trabajo, no hay más remedio que seguir. A ver si vamos librando y saliendo todos de esta. Confío en los que saben».
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