José Rossell trabaja en un geriátrico gijonés. PALOMA UCHA

Héroes del Coronavirus | «Si ponemos de nuestra parte, saldremos de esta»

José Rossell, auxiliar geriátrico ·

Pastelero en su país, Venezuela, trabaja en un geriátrico de Gijón con el desvelo de que la protección adoptada no evite un contagio

PABLO A. MARÍN ESTRADA

GIJÓN.

Martes, 31 de marzo 2020, 02:00

El venezolano José Rossell llegó hace algo más de tres años a España. Pastelero de profesión en su país, cuenta que tras intentarlo sin éxito en su sector le surgió la posibilidad de trabajar en una residencia geriátrica de Gijón y en ella ... sigue «enlazando contratos, pero muy a gusto, no me puedo quejar para nada», asegura. Habla pausado al otro lado del teléfono y entre sus frases se escucha algo parecido a una risa breve y nerviosa: «Ahora, claro, todo se ha complicado bastante. Vivo el día a día en el trabajo con mucha tensión y preocupado, como la mayoría de mis compañeros. En la empresa son muy cautelosos y desde que comenzó la pandemia de coronavirus pusieron en marcha todo tipo de protocolos y medidas de prevención. Todos trabajamos con mascarillas y guantes. No nos quitamos la protección en ningún momento, pero, aún así, el temor a que pueda aparecer un contagio entre los residentes o que nosotros mismos podamos traer el virus de fuera es algo que tienes presente. Aunque se tomen toda clase de prevenciones, las noticias que escuchas de lo sucedido en otros lugares del país alimentan ese temor. Resulta inevitable. Es una tensión que te llevas a casa», confiesa.

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Detalla que en la residencia se han establecido protocolos para mantener aislados a los internos que vienen de centros hospitalarios: «Es frecuente que si no se encuentran bien sean conducidos allí y que regresen al otro día, ya recuperados. Ahora a estos residentes se les aísla en su habitación por un mínimo de quince días para evitar el contacto con los demás y son atendidos por personal que únicamente se ocupa de ellos, para prevenir cualquier riesgo. Y las visitas, como en todos los centros, se han suspendido», explica. Son medidas que también a él le hacen sentirse más seguro en su trabajo, aunque matice: «Asisto cada día a unas once o doce personas. Mis tareas son el aseo personal y la ayuda a vestirse de los ancianos, además de su traslado. Es un contacto muy directo y a pesar de hacerlo con la mascarilla y los guantes, dudas siempre si no debieras estar más protegido». Expresa, igualmente su convicción de que «a todos los que trabajamos en centros geriátricos debían de someternos al test del virus. Yo lo solicité por mi cuenta al teléfono oficial y aún no me han respondido».

Relata que cuando termina su jornada «regreso a casa y no salgo hasta el día siguiente para volver al trabajo. Compro un par de veces a la semana». En sus horas de descanso contacta con la familia: «Intento tranquilizarles. Allí, la situación no parece tan grave, pero es difícil saberlo, porque solo se conocen las cifras que da el gobierno. Si se extendiese en Venezuela sería terrible, porque la sanidad es pésima y no hay medicamentos». Cuando todo pase, aquí o allí, en un futuro que a veces sueña, tal vez vuelva a elaborar pasteles. Hoy su desvelo es otro: «Que todos pongamos de nuestra parte para salir de esta».

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