Unos pantalones beige de Zara usados fueron arrojados a un contenedor de ropa para reusar o reciclar en Madrid. Primero la prenda llegó a Emiratos Árabes y luego a Costa de Marfil. Se sabe porque iba con un dispositivo de seguimiento que Greenpeace le colocó ... antes de depositarlo allí. Fueron 22.000 kilómetros de viaje hasta llegar a una gasolinera de Abiyán, «donde estacionan los 'gbakas', que es como se denomina a los minibuses informales», dice la organización ecologista. Ahí se le perdió la pista.
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En esta investigación, que duró un año, se rastreó el destino de 29 prendas. Zapatos rojos, vestidos de flores, jerseys oscuros, pantalones claros y otros modelos todavía servibles llegaron a países como Pakistán, Marruecos, India, Egipto, Camerún, Togo, Ghana, Costa de Marfil, Rumanía y Chile.
Con un geolocalizador, todas partieron de once ciudades españolas como Bilbao, Castellón, Granada, Madrid, Málaga o Valencia. «Dieron más de cinco vueltas a la Tierra», indica Sara del Río, responsable de investigaciones en Greenpeace España, y denuncia que «no hay una economía circular» que frene el «impacto ambiental y social de la industria de la moda rápida».
La que tuvo el trayecto más corto, y por lo tanto se considera la más apreciada de todas, fue una chaqueta vaquera. Sólo pasaron «pocas semanas» hasta que se exhibió en una tienda de ropa de segunda mano en la ciudad rumana de Tulcea, donde se vendió. Había salido de Algeciras y recaló en Bulgaria, antes de su parada final. Ninguna otra ropa terminó en Europa.
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En agosto de 2023 comenzó el viaje. Dos tuvieron un recorrido muy corto y acabaron en vertederos de Almería y Madrid, 21 traspasaron la frontera nacional y seis desaparecieron antes de empezar. Las que salieron de España atravesaron una distancia de casi 10.000 kilómetros de media cada una hasta otros continentes. «Las posibilidades de que la ropa depositada en los contenedores acabe en Europa es escasa», indica el documento 'Siguiendo la pista a 23 prendas de ropa', publicado por Greenpeace en su web.
Emiratos Árabes recibió siete prendas, casi una tercera parte de las viajeras, entre ellas los pantalones más viajeros. Su periplo, como el de otras seis ropas (casi un tercio de la muestra), se intuye de la actividad económica que se afinca en la zona: «empresas de compra-venta de ropa usada». De ahí llegó a Costa de Marfil, mientras otras tres fueron a Egipto e India.
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El pantalón beige no tuvo un mal destino, hasta donde se sabe. Otras acabaron en almacenes de residuos y en centros de reciclado de algodón y poliéster repartidos por el mundo. La mayoría en Asia y África. «Esto evidencia que las importaciones no solo dañan el medioambiente, sino que pueden tener un impacto social negativo en términos de desarrollo económico», advierte la ONG. Los pantalones, tal vez, cubren ahora otras piernas. O siguen recorriendo el mundo por debajo del radar.
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