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L. CASTRO / P. ROSAS
GIJÓN.
Miércoles, 17 de abril 2019, 00:44
Las palabras se quedan cortas para describir lo que vivieron mientras las llamas devoraban la catedral de Notre Dame. Los asturianos que se encontraban en París cuando se desató el incendio vieron la otra cara de un desastre que, a pesar de haber sumido ... a la capital francesa en una tristeza incomparable, ha sacado a relucir el lado más emotivo de una sociedad que hoy llora la pérdida de uno de sus principales emblemas.
«Son impresionantes», afirma la gijonesa Blanca Perales, de 22 años. Lleva en París desde septiembre, donde estudia Derecho, y vive a apenas dos minutos andando de Notre Dame. Había quedado con una amiga la tarde del incendio y cuando salió a la calle vio a todo el mundo con el móvil en la mano grabando una enorme columna de humo. No pensó, ni por un momento, que pudiera provenir de la catedral, pero no tardó en ver las llamas rodeando su característica aguja, que finalmente sucumbió al fuego. «Nos caía la ceniza en la cara. No me podía creer lo que estábamos viendo. El fuego avanzaba tan rápido...», relata.
Se dio cuenta de que el silencio comenzaba a romperse con los cánticos religiosos de los cientos de personas que asistían en primera fila al desastre. Levantó la vista y les vio allí, arrodillados y llorando desconsolados. «Fue algo impresionante», reconoce quien explica que muchos permanecieron allí hasta bien entrada la noche. «Seguían en los alrededores de Notre Dame y del Sena cantando y rezando», cuenta aún sorprendida.
La estampa tampoco pasó desapercibida para Mónica Monasterio. Ella está en París de visita y cuando comenzó el incendio estaba en los Campos Elíseos, pero no dudó en acercarse. «Fue desolador e impresionante al mismo tiempo. Todo lo que pueda decir es poco», señala. Tampoco tenían palabras sus familiares y amigos. Por eso, Diego Flórez Iglesias, gijonés de 15 años, prefirió cambiar las palabras por su cámara fotográfica con la que inmortalizó el momento. Sin embargo, si tuviera que quedarse con una imagen, Mónica elegiría la de los parisinos arrodillados frente a la catedral. «Fue algo brutal. Creo que los españoles no lo viviríamos así. Para ellos ha sido algo tan dramático, no encuentro con qué compararlo», admite la asturiana.
Los alrededores de la catedral continuaban siendo ayer un hervidero de gente. La esperanza de que el templo vuelva a lucir en todo su esplendor alimentaba los ánimos de muchos parisinos. «Es una amputación, pero podemos curarla», aseguraba Cécile, una septuagenaria que vive en el barrio y que había pasado parte de la noche con el resplandor de las llamas en el rostro y sintiendo el calor de sus vecinos. Como ella, muchos se vieron en la necesidad de contemplar con sus propios ojos lo inimaginable, para ser testigos en directo de la historia, pero también para sentirse menos solos. Notre Dame ardía y con ella un pedazo de Francia.
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