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AZAHARA VILLACORTA
Domingo, 20 de diciembre 2020, 01:49
El pasado 30 de mayo, el teléfono de la gijonesa Natus Rodríguez Taján, que vive en Florencia junto a su marido, Gianluca, y su hija Federica, de doce años, empezó a sonar sin descanso. «Hasta que, de pronto, veo que tengo un montón de llamadas perdidas. Era mi hermana desde Asturias para decirme que mi madre estaba mal. Ahí empezó todo. Falleció en una semana y yo no pude ir a verla. Removí Roma con Santiago, hablé con la Embajada española... pero fue imposible. Mi madre se murió y yo no pude ir verla. Todavía no he podido despedirla porque los requisitos que te piden para poder ir a España son alucinantes», repite esta asturiana que se enamoró de Italia durante un viaje y allí se quedó.
«Tienes que hacerte una PCR 72 horas antes de llegar a España. Ese test te cuesta 75 euros por persona si lo quieres tener en 48 horas. Si lo quieres tener antes, son 150 euros. Y no solo eso: tienes que traducirlo al inglés o al español, porque, si no, no te lo aceptan. Y tiene que ser una traducción oficial: no puedo hacerla yo. Es una locura. Luego, en el aeropuerto, tienes que firmar otro documento diciendo que no estás enfermo. Además, antes, hay que descargarse una declaración del Gobierno sin la que no puedes salir. Una declaración que tienes que hacer en dos tiempos, porque la fase final debes firmarla pocas horas antes de irte. Yo misma he visto a gente en el aeropuerto a la que dejaron en tierra por no hacerlo bien. Y si te equivocas en algún papeleo te ponen como mínimo 3.000 euros de multa».
Pero es que este año de la covid que nunca olvidaremos le deparó también su propio contagio, el de Gianluca, el de Federica y el de sus suegros: «Mi suegro murió mientras mi suegra estaba en otro hospital. Se quedó viuda sin saberlo». Y, a pesar de los pesares, esa «mujer sabia» -que, a sus noventa años, tendrá que pasar la Navidad sola (o, a lo sumo, con su hijo), porque vive solo a veinte minutos de ellos pero su casa pertenece a otro ayuntamiento- es la que les anima «diciendo que haremos una gran fiesta todos juntos en cuanto se acabe esta pesadilla».
Ese es el espíritu que embarga estos días a muchos de los asturianos de la diáspora que no podrán o no querrán volver a casa en Navidad. Esos que, en estos momentos, como si fuesen estrellas que guiasen a la magia a través del firmamento, esperan un arsenal de cajas cargadas con fabes y turrón, quesos, embutidos y conservas del Cantábrico que cruzan el océano en tripas de aviones. Será lo más cerca que lleguen a estar de los suyos en estas fechas de reencuentros en las que, aunque se les haga cuesta arriba, se han propuesto algo: «No vamos a dejarnos vencer por la morriña».
Eso, al menos, es lo que promete la ovetense Eva Aguirre mientras prepara mazapanes con los que «se les hace la boca agua» a sus amigos de Miami, el lugar al que emigró hace cuatro años junto a su pareja en busca de oportunidades laborales.
Ella estos días come menos porque anda con el estómago revuelto, lo propio de un embarazo. «¡Sí! ¡Estoy embarazada! Si todo va bien, Leo nacerá en primavera y mucha de mi gente en Asturias se estará enterando ahora mismo por EL COMERCIO», cuenta Eva desde un país donde «las cifras de fallecidos asustan» y, a pesar de todo, «hay mucho negacionista». Así que está viviendo en una montaña rusa de emociones, lejos de su casa e intentando esquivar «la sensación de soledad y de mucha pena» que por momentos la invade «a pesar de la felicidad» que siente ante la idea de convertirse en madre. «Con los nervios de embarazarse pasados los cuarenta en mitad de una pandemia y no poder compartirlo con mis padres y mi hermana, también embarazada del primero, que se llamará Enol».
Y también desde EE UU, ella desde Búfalo, donde reside desde hace dos décadas, la gijonesa de Pumarín y profesora de español en un colegio privado Rebeca Redondo (con sus hijos Noelia, de trece años, y Mikel, de nueve) admite que «estar lejos de la familia y de la gente que quieres se hace cuesta arriba. Pero intentaremos celebrar que todos a un lado y al otro lado del charco estamos bien de salud».
Así que Rebeca prepara «una celebración virtual aunque sea en la distancia»: «En Nochebuena, cenamos parecido a cuando estamos en Asturias. Embutidos, quesos y entrantes, merluza o rodaballo en salsa. Eso sí: ni pitu caleya ni cabritu. Yo siempre hago acopio de turrones, polvorones, mazapanes y productos españoles que encuentro en unas tiendas de aquí. Además, mi familia me manda un paquete con cosas ricas y parece que así estamos un poquitín más cerca. Después del 25, viajaré a Nueva York a pasar unos días y mi plan es ponerme las botas en el restaurante de José Andrés. Y, si hay suerte y toca la Lotería el 22, pues entonces empezar a preparar viaje para, tan pronto como se pueda, ir a abrazar a mi gente. La Nochevieja siempre la celebro dos veces: primero con las uvas con una videollamada con los míos de Gijón y aquí, seis horas después, con la bajada de bola de Time Square».
Y, claro, el deseo para 2021 no puede ser más evidente: «Poder estar con ellos pronto y que todos sigamos bien de salud». Un brindis compartido por la llanisca Eliana Álvarez precisamente desde la ciudad de los rascacielos: «En principio sí quería ir en Navidades a casa, ese era mi plan, pero fui cambiando de idea porque empezaron a pedir un montón de requisitos. Entre ellos, la PCR con 72 horas de antelación».
Nada que pueda doblegar el ánimo de esta cineasta de Celorio por el mundo: «Me da cosa no ir a pasar las Navidades con mi madre y mi hermana, aunque, como les digo a mis amigos, ya va a terminar todo pronto. Hay que esperar que pase y porque no vayamos un año no nos va a ocurrir nada, así que a tener paciencia».
Un poco más arriba en el mapa, en la gélida Canadá, el candasín Rodrigo Mateos Cuervo, consultor ambiental en Vancouver desde 2016, aprovecha para mandarle un mensaje a su familia. A sus padres, Conchita y Javier, y a sus hermanos, Álvaro y Alexandra: «Tuvieron casos de covid y lo pasaron mal, pero, gracias a Dios, nada más allá. Siempre estoy pensando en ellos y en cuándo los voy a volver a ver. Quiero decirles que les mando todo mi cariño y mi amor, que los echaré mucho de menos y que espero poder verles enseguida. Que más pronto que tarde allí estaré». Pero, mientras, intentará combatir la nostalgia gracias a Paella Guys. «Es una empresa española y, para ocasiones especiales, mis amigos y yo encargamos allí una paella enorme. Aunque también tengo todavía latas de conservas asturianas que me manda mi madre, así que algún paté y alguna otra cosa interesante abriremos. Y, sobre todo, que no falten les marañueles de Candás. No las de Luanco: les de Candás, que me encantan», bromea.
Una estrategia, la de hacer patria, compartida desde la cálida Panamá por el ovetense y muy oviedista Fernando Cuenco Nava: «Estaremos confinados en casa, sin salir a la calle. Eso sí: seguramente, mi grupo de españoles comeremos las uvas en el restaurante Taberna 21, del asturiano Hilario Suárez, y, de ahí, cada uno para su casa a pasar la Nochevieja en la burbuja familiar».
«Por suerte, aquí está empezando el verano y podemos aprovechar el buen tiempo para ir a la piscina del edificio con el niño a bañarnos, jugar al balón o andar en bicicleta para cambiar de aires», se anima Fernando al igual que hace Seila Montes, fotoperiodista en Ciudad de México desde hace seis años.
«Me muero de ganas de ver a mi familia y amigos, pero prefiero esperar», relata Seila, que explica que «la situación en México es bastante crítica. En este momento, estamos con un 80% de ocupación de camas de hospital, pero aquí un confinamiento severo no funciona, porque gran parte de la población vive del comercio informal y, si no se vende, no se come». Así que en Nochebuena cenará en 'petit comité', con su pareja y un par de amigos: «El menú será mezcla de los dos países. Supongo que unos embutidos y quesos y, de segundo, cordero o pescado al horno, acompañado de salsas mexicanas y tortillas de maíz. Y, de postre, un poco de turrón para recordar mi casa y una tarta de queso asturiana que haré gracias a que el otro día encontré dónde venden cuajada... ¡pequeñas sorpresas que te da el súper! Todo eso regado con vino y mezcal, porque, aunque puedas encontrar sidra en algún sitio de importación, lo tengo más fastidiado con lo del vaso, así que prefiero esperar a llegar y disfrutarlo al completo, con vaso y, si se puede, con oricios». Y, para despedir el año, a la playa: «¡Por fin» Me iré a la costa de Oaxaca con... ¿cómo lo llaman ahora?, ¿grupo burbuja? Pues con ellos a disfrutar de la costa, del aire libre y de unos mezcalitos».
El plan lo firma también, a miles de kilómetros, la gijonesa Sonia García, licenciada en Química que trabaja en un laboratorio de aromas y sabores en Sídney, donde vive desde 2018, y que apunta que «Australia lleva con fronteras cerradas desde marzo. Y eso significa que, aunque consiguiera salir del país, no podría regresar y perdería la visa de trabajo que tanto me ha costado conseguir. Aquí, apenas hay contagios y la vida ha vuelto casi a su situación habitual, así que pasaremos una Navidad tranquila con amigos, disfrutando del veranito, donde espero haya hueco para una tortilla de patata y un poquito de sangría para sentirse un poco en casa y una llamada por Skype con la familia para sentirnos todos un poco menos lejos».
Y si Sonia no se acostumbra «a una Nochebuena a treinta grados», la parraguesa Marije Amieva, profesora de educación especial en Londres, directamente no tendrá cena de Nochebuena: «Una compañera acaba de dar positivo y tengo que estar aislada hasta el día 26».
Aunque, en realidad, ella ya había decidido «no viajar por pura responsabilidad»: «Mi familia pertenece al grupo de alto riesgo y la salud de mis alumnos es extremadamente frágil, así que no quiero exponer a nadie en Asturias ni en Reino Unido», donde, además de la preceptiva PCR, también exigen «una cuarentena al volver».
«Así las cosas, doy por perdidos los trescientos euros que me costaron los billetes que había sacado en julio y llueve sobre mojado, porque ya desaproveché los de las vacaciones de octubre también», se resigna Marije, que, con todo, no se queja en un año que, «aunque haya sido a bofetadas, nos ha enseñado qué y quiénes son los que realmente importan y también que el ser humano es más vulnerable de lo que pensábamos. Solo falta que las vacunas sean efectivas y que el día 22 me sonría la suerte. Tal vez el Gordo me permita regresar antes de lo esperado para disfrutar de todas las cenas, espichas, parrilladas, fiestes de prau, besos y abrazos que la covid tiene secuestrados. No faltaré tampoco a mi marcha a Covadonga desde Arriondas para agradecer a la Santina su ayuda. Soñar es gratis», sonríe.
El sueño del gijonés Alejandro Sanz, que trabaja en un Zara de la capital británica, de momento, es «volver en Reyes», mientras que el de la ovetense Natalia Velasco, coordinadora de español en una universidad alemana y que, con un confinamiento estricto, ya ha puesto a enfriar la sidra El Gaitero, es «regresar con más ganas si cabe. Aprovechar el tiempo al máximo en mi Asturias del alma».
Les manda ánimos desde Dubái la periodista Cristina Mitre, que pasará sus primeras Navidades lejos de Gijón en sus 43 años de existencia: «Yo también pienso que lo más generoso que puedo hacer es no viajar y no poner en riesgo a mi familia. Así que a mal tiempo buena cara y este año celebraremos Nochebuena en el desierto y a 24 grados, con chanclas y aire acondicionado. Todo un poco surrealista. ¡Incluso he puesto el árbol por primera vez en mi vida! Además, cuando estás fuera tus amigos se convierten en tu familia y tengo la suerte de poder celebrar estas fiestas con una amiga gijonesa, Graciela Sáenz, quien me ha invitado a su casa, con su marido y sus hijos. Éramos vecinas en Viesques y, tras no vernos en más de veinte años, hemos vuelto a coincidir en Dubái. La vida...». Esa que no se detiene y que, a veces, se parece más a un pasodoble de Concha Piquer que a anuncio de turrones.
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