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En un escenario con fondo negro, bajo los focos del teatro, un actor lucha contra la rigidez de su cuerpo, como si fuerzas invisibles le tiraran por los lados y oprimieran sus mandíbulas. «Mi discapacidad es mi alma gemela», declama Marcos Mayo, con natural esfuerzo. «Tenerla es una putada, siempre está presente. Pero es mi compañera de vida. Siento cosas por ella. Me ayuda, me jode... la odio. Controla todos mis movimientos. Me tocó a mí, es mi condena. Me roba el protagonismo». Afectado por una parálisis cerebral de nacimiento, Mayo escribió 'El chispazo', una obra estrenada este junio en Madrid. Con 39 años, ya tenía amplia experiencia cuando decidió producir su libreto y buscar el reparto. «Es un documento de cómo funciona la vida con discapacidad y cómo se adapta e interactúa con los demás a pesar del desconocimiento social», explica Mayo, que tiene reconocido un 57% de discapacidad. «Me abro en canal completamente. Es arriesgado. Hay gente que se va en mitad de la función».
Con la película 'Campeones' de antecedente, el protagonismo de personajes con algún tipo de discapacidad se hace cada vez más frecuente en España, gracias a obras como 'El chispazo' y al largometraje 'Sorda', que acaba de finalizar el rodaje y el año que viene se estrenará en cines. «Está sucediendo un cambio social», afirma Miriam Garlo, protagonista de 'Sorda', que trata sobre los conflictos de pareja que surgen con la llegada del primer hijo. «Me gustaría seguir reflexionando sobre mi condición y visibilizándola, para favorecer su normalización. La sordera es mi motor creativo por antonomasia, y esto me hace sentir serena y orgullosa por mí y por todas mis compañeras sordas u oyentes».
Cuando tenía doce años, Garlo hizo su primer papel «importante» en una obra basada en un pasaje de la Biblia y el año pasado protagonizó un cortometraje nominado a los Goya. La primera vez que se vio en la gran pantalla no se reconoció. «Quizás debido a la sordera, disfruto de gran percepción interna sobre mí misma, pero no demasiada de la externa», explica Garlo, nacida en 1984. «Veo a alguien que sé que soy yo, pero a quien no conozco desde fuera sino desde dentro».
En un país donde sólo uno de cada diez actores gana más de mil euros al mes y el 70% no tiene empleo, la aridez de la profesión es aún mayor para las personas con discapacidad, que también afrontan la precariedad y la competencia de los casting. «Me encantaría vivir de esto, pero es muy complicado, pagan lo que se pueda pagar y, para vivir una persona, los gastos son muchos», sostiene Margarita Gómez, de 43 años y con síndrome de Down, que trabaja en dos compañías teatrales, con las obras 'Gandula' (Amás Escena) y 'Blancanieves' (Candileja Producciones), y participó en la película 'Campeones 2'. «Trabajé de figuración. Hice el casting pero no me eligieron. Me hubiese gustado tener un pequeño papel protagonista. Para 'Campeones 3' a lo mejor, ojalá, tenga un pequeño papel».
Para ganar el lugar de la madrastra en el musical, Gómez acudió a una prueba, a la que la habían invitado después de verla en escena. «Me llamaron para un casting, me tenía que aprender un papel. Al principio me costó bastante, pero al final me lo aprendí. Había más chicas, yo hice mi parte frente al director. Me eligió y ahí estoy desde 2020. Cuando salen funciones, las hago por toda España. Al principio me vino un poco grande, porque te ponen microfonía y hay cambio de vestuario».
A las escasas oportunidades de trabajo se suma la competencia de los actores que se postulan a encarnar a personas con discapacidad sin tener ellos ninguna. «Es un debate. ¿Queremos actores con discapacidad o queremos actores que hagan de discapacitados?», plantea Mayo, quien en su cortometraje 'Tonto' dirigió a un actor para que hiciera de él mismo. «El cuerpo de un chico con parálisis cerebral es tenso y con rigidez constante, y al actor le tuve que dar pautas para que no se hiciera daño».
Aunque la actuación sea lo primordial en sus vidas, Mayo sigue trabajando en tareas administrativas en un banco, a pesar del éxito de 'Supernormal' y 'Lectura fácil', dos de las obras donde participó, y de haber dirigido tres cortometrajes. «Voy en las mañanas. Mis padres, que son mi mayor apoyo, me dijeron que siguiera allí», afirma Mayo, en el escenario de Teatro de Barrio. «Se puede vivir de esto si tienes una racha buena, algo así como siete proyectos seguidos para estar dos años bien». Por su parte, Garlo, que asegura llevar una «vida austera», da clases de pintura, fotografía y lengua de signos y talleres de arteterapia, cuando llegan las temporadas de «vacíos profesionales y económicos».
Con 30 años y síndrome de Down, Pablo Márquez vive para el teatro, pero no vive del teatro. «En alguna ocasión he pensado vivir de la actuación y en otras no. Entre sí y no», responde después de un ensayo en un centro cultural de Alcorcón (Madrid). «No gano dinero suficiente. Se puede lo que se puede. Me falta algo en el bolsillo pero luego, como es una cosa que me gusta, no digo que no. Una vez cogí un trabajo de jardinería que me salió y al pasar los días no me veía a gusto y empecé a echar de menos el teatro».
Además de la precariedad propia del oficio, deben enfrentarse al encasillamiento, una especie de condena a representar siempre a un personaje con la discapacidad que tienen, como reconoce Mayo, con cierta resignación. «Si quieres actuar y es tu sueño, qué más da que sólo me den esos papeles». Garlo también interpreta «personajes exclusivamente sordos» desde hace cuatro años, aunque son «todos totalmente diferentes: unos signan, otros signan y hablan, otros solo hablan... lo que me agrada mucho, porque puedo mostrar que la comunidad sorda es, en realidad, pura heterogeneidad, y que existen tantas formas de ser sorda como personas sordas hay en el mundo».
Cuando suben a un escenario, Pablo Márquez y Margarita Gómez luchan contra ese estigma, quieran o no. Lejos del papel usual para personas con síndrome de Down, que suelen rozar la ternura en historias de superación o humorísticas, ellos encarnan personajes dramáticos en un obra dura que habla de la ley de vagos y maleantes del franquismo.
Márquez, por ejemplo, interpreta a un delincuente y llegó a meterse tanto en el personaje que preocupó a su madre. «A Ángel lo elegí yo, en un laboratorio de personajes. Estuve buscando de qué manera conectarlo conmigo. Como me gusta mucho ayudar cuando me necesitan, lo creé desde ese punto de vista», relata Márquez. «Pero empecé a hacer cosas del personaje. Hacía de maleante en la calle. En un ensayo se me vinieron las lágrimas».
Tal intensidad la tuvo que afrontar su «facilitadora», Ainhoa Pérez Castro, directora de escena de 'Gandula'. «Tuvimos que hacer un trabajo de separación. Explicarle que encarnamos un personaje, hablamos de él, sentimos como él, pero no somos él», recuerda Pérez Castro. «Que aunque empezamos a ganar muchas herramientas corporales para expresarlo, no necesitamos sufrirlo». Cuando Pablo Márquez se quedaba conectado con su personaje de maleante, le daba vueltas al papel a altas horas de la noche y al recibir una llamada nocturna, ella le tranquilizó: Pablo, le dijo, tienes una vida estupenda, con tus necesidades, sí, pero buena. En cambio a él le pasó algo muy malo que, por suerte, a ti no. «Ahora despedimos a Ángel (el personaje) antes de terminar el ensayo. Es una despedida real y se queda aquí. Está cuando trabajamos, pero lo diferenciamos de Pablo, a pesar de haber mucha conexión emocional».
En el mundo invisible de los actores con discapacidad «hay mucha tensión, a veces menos», resume Margarita Gómez. «A veces doy más de mí misma con tensión, a veces sin tensión. La gente que te ayuda a veces te da más confianza y a veces te pone más nerviosa. Pero cuando es una compañía que paga, tienes que hacer lo que dicen». Todos ellos tienen en común que el enamoramiento con la escena comenzó desde pequeños.
«Cuando actúo, me transformo en el personaje», asegura Marta Sancho, con 57 años, «buena memoria» y una discapacidad del 65%. «No me condiciona. Yo actúo y no cuento nada de mi enfermedad. No importa». Participa en la agrupación En Órbita, que dirige Laura Suárez, desde hace siete años. «Los actores que trabajan en la compañía no viven del oficio y viven de sus trabajos o de subsidios», dice Suárez, que dirige a personas de entre «7 y 78 años». «No se trata de que las personas con discapacidad se integren, sino de formar parte de una sociedad plural, llevada al escenario. Es una visión social y política, que incluye lo intergeneracional y la identidad».
A las instalaciones prestadas de un colegio privado de la periferia acude Alberto Millán. Con 38 años, una discapacidad del 43% y un trabajo en una empresa de logística, se prepara para la última función de la temporada. «El público nos recibe fenomenal. Siempre viene la gente». Amigos y familiares acuden a ver estas obras de «teatro contemporáneo». «Se tiende a infantilizarles o a decir que son capaces de actuar porque se parecen a los normales. Pero son artistas por el hecho de serlo», sostiene Suárez. «Hay una utilización de estas personas, aunque se ha avanzado mucho en el mundo de la diversidad. No es necesario que hablen de la discapacidad. Ellos tienen sus maneras de ser artistas y de actuar».
Cuando comenzaba a salir en las típicas andanzas juveniles, Marcos Mayo, actor de obras como 'Supernormal' o 'El chispazo', sintió que lo «miraban muchísimo, me hacían burla, fue duro superarlo», pero en el mundo teatral no ha sentido ningún tipo de discriminación. «He tenido grandes compañeros», dice. Sin embargo, planea sobre el mundo profesional. «Existe discriminación por falta de información y conocimientos, y es necesario desprenderse del punto de vista capacitista común para poder avanzar en cuanto a sensibilización y empatía», advierte Miriam Garlo, actriz de la película 'Sorda'. «Por ejemplo, es imprescindible que las productoras inviertan en el subtitulado de las películas para que puedan llegar en igualdad de condiciones al público sordo; o adaptar el rodaje a las personas con discapacidades que integran el proyecto. Pero para ello hay que priorizar en las personas por encima de lo económico», zanja.
D. Chiappe
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