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Andaba ya el franquismo en sus estertores cuando en Gijón pudimos volver a disfrutar de las obras de García Lorca, hasta entonces proscrito en el régimen. Al granadino no solo le habían asesinado y enterrado en una fosa común sobre la que aún pesan muchas incógnitas, sino que sus obras, asociadas desde entonces al 'enemigo', fueron silenciadas.
Hasta principios de los años 60, cuando Aurora Bautista se convirtió en la primera 'Yerma' del franquismo. Ahora, en 1973, un nuevo montaje de Víctor García, con Núria Espert como protagonista, llegaba a la villa de Jovellanos, con la polémica propia de cualquier revisión de un clásico, pero, además, por los «interminables problemas y prohibiciones no solo por parte de la censura, sino también de los familiares de Lorca». En Gijón se estrenó en la Universidad Laboral, «con dos años de retraso con respecto a su estreno en Madrid, pero, al fin y al cabo, llega, y eso es lo importante», dijo EL COMERCIO. 'Yerma', la segunda parte «de una trilogía inacabada sobre la tierra española construida a partir de la estructura clásica de la tragedia», traía a los escenarios gijoneses la historia «de la desesperación de la mujer estéril». Lo hacía, ahí ya de la mano de Víctor García, «plásticamente, a partir de una gran lona negra tensada por innumerables poleas dentro del espacio de un hexágono irregular».
Es lo que más llama la atención de las fotografías que se conservan del espectáculo, pero no era esa la intención del director. «No mires la lona, no mires el hierro», recomendaba al espectador; «aquí no hay ninguna pared, todo está en el aire. Las cosas suceden en el aire y tenemos que luchar para conseguir que la acción se despegue de la tierra. Esto existe para crear una sensación; no estamos exhibiendo un decorado. No hay decorado. No hay trajes. No hay nada que proponer estéticamente. Es el desierto total», como el vientre de la protagonista. «Simplemente, Yerma es la Luna, Juan es el Sol comido por la Luna, eclipsado por la Luna y unas cuantas otras posibilidades que quedan gravitando, en estado poético». Una vez más, por fin, Lorca volvía a hacernos reflexionar.
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