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Era la tierra prometida, y no solo en las películas. En una España convulsa en la que aún reinaba el caciquismo y la miseria estaba más presente de lo que suele creerse para los 'felices' años 20, muchos asturianos soñaban con cruzar el charco. Algunos lo conseguían pero, como en cualquier época, también hace un siglo hubo desaprensivos que se aprovecharon de la coyuntura. Consuela saber que, al menos, uno acabó entre rejas. Lo contamos hace hoy cien años: la Policía gijonesa, en una efectivísima acción, había detenido en cuestión de horas a un tal Peblo H.A., a quien llamaban 'El Madrileñito', porque aquella era su procedencia.
Toda una pieza de carne de presidio que ya había dado con sus huesos en la cárcel ocho años antes, acusado en aquella ocasión de robar del bolsillo del gabán de una señora despistada un monedero, un rosario y un pañuelo. Eso fue en Madrid. Ahora, establecido en Gijón, Pablo H. había embaucado a un vecino «que se proponía emigrar para América» para escamotearle cierta cantidad de dinero, y volvió a intentar repetir la hazaña al día siguiente «con el vecino de la calle de Benito Conde, número 24, don Manuel P». Fue su perdición, porque la víctima, oliéndose algo raro, «avisó al guardia que presta sus servicios en el Velódromo, Cipriano Viña, quien procedió a la captura del fracasado timador».
El 'modus operandi' era sencillo. Pablo H., en encuentro casual con el indiano, le pedía entregar en Cuba doce mil duros, pidiendo como garantía «una cantidad a convenir». La garantía se daba -el timador, para parecer más creíble, imitaba, además, el acento argentino-, pero los duros eran de mentira. No había fajo, sino «un billete de mil pesetas falso, respaldado con el anuncio de una casa de comercio, ciñendo el falso a un periódico cuidadosamente doblado». Cuando se le arrestó, llevaba otro de esos inventos encima, pero el 'Madrileñito' se defendió con uñas y garras, asegurando ser «un honrado comerciante de Madrid, duelo de una fábrica de alpargatas; al efecto, exhibió una factura en blanco burdamente hecha». Un desastroso timador.
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