Con la risa por bandera, que no quiere decir renunciando a la intelectualidad, se presentó en la villa de Jovellanos Ramón Gómez de la Serna, con un surrealismo contagioso. Solo así se explica que el cronista de EL COMERCIO, para hablar de su intervención, lo hiciera con tantas metáforas: dijo que la esperada disertación de Gómez de la Serna en Gijón «ciertamente no puede decirse que brilló como un farol, ya que la vena humorística del sutil escritor luce con verdaderos caracteres de festividad verbenera, en la rápida observación de una sección corta, cosa diferente de una conferencia tan larga como la pértiga con que se presentó».
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Así. Porque a Ramón Gómez de la Serna, impulsor de las greguerías, había que conocerlo y entenderlo. «Había anunciado un tema verdaderamente sugestivo y desconcertante para su conferencia», decíamos. El madrileño había anunciado que hablaría... de faroles. De la Serna se presentó como encendedor de los ídem, algo «que él debió entender de epatante humorismo (...) pero aquí fue su primera sorpresa, pues se encontró con que en nuestro pueblo los faroles se encienden automáticamente». Habló Gómez de la Serna de faroles, en efecto, pero a su manera. «Cosas muy curiosas dijo en el curso de su peroración el culto literato. Claro está que aquella parte del público que esperaba una conferencia repleta de datos acerca del farol y su vida a través de las generaciones sin duda no se sentiría muy satisfecha al escuchar al disertante, que ni siquiera se cuidó de ofrecernos la fácil erudición que brinda un enciclopédico».
Vaya: que mucho, lo que se dice mucho, no gustó. Decíamos que, a ratos, los asistentes al Ateneo Obrero se habían llevado la impresión «de que se hallaban en un verdadero mitin de faroles, en una de esas verbenas en que las luces se van consumiendo pesadamente». Se dedicó a disertar también sobre chimeneas, «de esas chimeneas metálicas que tienen, abatidas por el viento, toda la traza de un guerrero vencido en el combate», y mucha gente no lo entendió. «Esperaban otra cosa que el espíritu humorístico del disertante podía darles en el periódico, mejor que en la tribuna». Por escrito, muy bien. ¿En persona? Fatal.
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