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Era un mal endémico en toda Europa después de la Guerra Mundial y en España después de la nuestra civil: la construcción iba a un ritmo demasiado bajo para el crecimiento poblacional. En Gijón, el problema no se paliaba ni siquiera con el hecho de que se estuvieran levantando edificios de importancia, «como por ejemplo la manzana grande de la inmobiliaria junto a la Puerta de la Villa, inmobiliaria de Fomento; edificios en la avenida de Hermanos Felgueroso; las casas de la calle Fernández Vallín y de la plaza del Seis de Agosto, o la nueva casa grande -tan bella, por cierto, pero por desgracia incompleta- de la plaza del Generalísimo». Tan solo 477 licencias de obra se habían expedido en 1946, «más de la mitad para obras de una sola parte», y pocas más en 1947. 500, concretamente; 41 para casas de planta baja; 78 para cobertizos; 65 para casas con planta baja y un piso y 55 recrecimientos. Solo salvaba la situación, pero era poco, la construcción de vivienda protegida en La Camocha, en el barrio del Cortijo y las proyectadas en Jove, entre otras. Hacían falta casas. Poder vivir.
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