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En 1998, Juan Pablo II tenía 78 años y una salud que comenzaba a deteriorarse a pasos agigantados: un atentado que casi le cuesta la vida en 1981; una colicistectomía en 1992; apendicitis en 1996; varias lesiones traumáticas y, sobre todo, su principal enemigo, el monstruo silente que devoraría a quien, en otros tiempos, había sido llamado 'el Papa de los jóvenes'. Wojtila padecía Parkinson desde hacía poco más de un lustro; y el cansancio era cada vez mayor. Así se atestiguó hace ahora 25 años, cuando el pontífice dio su tradicional discurso navideño «visiblemente cansado», y EL COMERCIO, en su contraportada, alertó de la situación. Exhausto, desde el balcón central de la 'loggia' de la basílica de San Pedro, el polaco consiguió denunciar, a pesar de todo, «los fuertes contrastes entre el espíritu de serenidad de la Navidad y el odio y violencia que se respiran en tantos lugares, y situaciones, del Globo, entre ellos Medio Oriente». Wojtila murió siete años después, y, desde entonces, hemos conocido dos papas más. Pero los problemas del mundo, ya lo ven, no han cambiado gran cosa.
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