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Si alguien tenía anécdotas de Gijón para contar hace medio siglo ese era Manuel Fuertes. Tras 42 años al frente de la Policía, el veterano comisario se jubilaba ahora concediéndonos una entrevista desde la mesa de su despacho en el 38 de la calle Cabrales. Alrededor, decíamos, «un manojo de papeles y certificaciones (...), un Cristo en la cruz, un retrato de Franco, un cuadro de la Santina y un ángel preconciliar enmarcado». También la autoridad, ya lo ven, recurría a la ayuda divina. Aunque Fuertes había pensado, antes de llegar a Asturias, que iba a necesitar más. «Yo vine aquí a Gijón con prevención y bastante miedo. Procedía de Astorga, un sitio tranquilo, una ciudad pacífica, diez mil habitantes, sin problemas de ninguna clase». Pero no fue para tanto. «A pesar de la aglomeración humana que aquí existe, estadísticamente hablando Gijón no tiene la contingencia de hechos delictivos que pudiera haber y que hay en otras ciudades (....) a pesar de que de Pajares para allá se piense otra cosa».
'Otra cosa' quería decir que, por ejemplo, había quien aseguraba (háganse cargo de que estábamos en 1973) que en la villa de Jovellanos había «elevados índices de homosexualismo y prostitución clandestina». Fuertes negaba la mayor. «Aquí, en el aspecto de homosexuales habrá más o menos, pero como en otros sitios» aunque, eso sí, aseguraba que ambas cosas iban «in crescendo», como la delincuencia juvenil. ¿La causa? Residía, para el viejo comisario, en «los tebeos, las películas y la televisión (...) Hay que estar ya al tanto por lo que pueda pasar (...) Las películas que se proyectan algunas veces son auténticas escuelas para estos muchachos. La censura debería tamizar eso más».
Con todo y con eso, Fuertes definía a su profesión como «más bien desagradable», porque «la sociedad no comprende nuestra misión o no la quiere comprender. Yo siempre he procurado en las intervenciones que he tenido de convencer a la gente de que nuestro trabajo iba en beneficio del público en general. Sin embargo, no lo ve, y a veces hasta se ponen del lado del delincuente». Así lo pensaba, y así nos lo contaba, Fuertes ante las puertas de su jubilación.
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