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Lejos quedaban ya en 1974 los tiempos en los que el esperanto se vinculaba a ideologías sancionadas tras la guerra civil. Aunque hubiera sido el anarquismo quien lo puso de moda en la pasada década de los 30, ahora, en los 70, el sueño de Lazarus Zemenhof volvía a la vida y se materializaba con clases gratuitas, cada lunes y miércoles de ocho a nueve de la noche, en el local del Complejo Parroquial San Miguel de Pumarín. Al mando de ellas estaba Cándidos Cienfuegos, quien respondió a las preguntas de EL COMERCIO hace ahora medio siglo.
Nos contó Cienfuegos, por ejemplo, que Zamenhof había estudiado a fondo «el número de vocablos que, por su raíz, se repetían en los diversos idiomas. Logró entonces un sistema lingüista con la mayor posibilidad de aprendizaje». Así, el esperanto poseía un 48% de raíces latinas; un 38% anglosajonas y el resto griegas y eslovenas. «Del griego», afirmaba Cienfuegos, que había comenzado a aprender esperanto en enero de 1931- «se aprovecha el esperanto en la medida que los vocablos de esa lengua están extendidos a escala internacional en gran cantidad».
«Es un idioma auxiliar internacional», explicaba el profesor. «Tiene un mecanismo tan sencillo que la conjugación de los verbos en el esperanto se aprende en cinco minutos, ya que esta lengua no tiene verbos irregulares».
Extendido sobre todo en el centro y el norte de Europa, y en Asia, principalmente en Japón, Cienfuegos calculaba que en 1974 eran aproximadamente diez millones de personas las que hablaban esperanto, «y la cifra, afortunadamente, va en aumento». Pero el sueño acabó por desvanecerse. Prácticamente. Se rumoreaba en la prensa que «treinta miembros del Parlamento británico habían anunciado que pensaban emprender el estudio del esperanto como método para persuadir al gobierno para que aliente la enseñanza de este idioma». Eso tampoco llegó a ser. En Asturias, el primer congreso de Esperanto se había celebrado en 1929; el segundo en 1955 y el tercero en 1970, en Oviedo, Gijón y Mieres respectivamente. En nuestra villa, el grupo de esperantistas alcanzaba un centenar de miembros, Cándido Cienfuegos entre ellos, que ahora trataban de aproximar el idioma «a los barrios populosos, los cuales, por la distancia», tenían complicado llegar a las clases impartidas en el centro. En ello estaban.
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