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No todo el mundo tenía teléfono móvil en 1998, y la cobertura no era, tampoco, la misma que hay hoy. Por los pelos se salvaron los nueve jóvenes, de entre los 20 y 30 años, que hace ahora cinco lustros se perdieron en el valle de Orandi, una zona próxima al santuario de Covadonga, al quedar aislados por la niebla. Pudieron dar aviso gracias a que, a unos metros de la cabaña donde se refugiaron, uno de ellos, Diego V., encontró «una zona con cobertura para avisar a su familia con su teléfono móvil». Solo pudo precisar que se encontraban en una zona «por encima de Covadonga», pero, afortunadamente, el contratiempo no albergaba gran peligro: los jóvenes iban pertrechados de ropa de abrigo y comida.
Hace hoy 25 años, EL COMERCIO anunció que habían podido regresar por su propio pie, «sin apenas secuelas de su peripecia». «Según relató uno de ellos a este periódico, la noche estrellada que les acompañó, tras un día de perros, no permitió que la aventura derivase en mayores alegrías. 'Estábamos muy cansados, con la ropa empapada y hacía frío, así que nos dedicamos a calentarnos junto a un fuego y a dormir un poco'». Habían salido de Los Campinos de Begoña el día anterior, a las nueve y media de la mañana, en tres coches. La excursión partía del lago Enol, por medio de «la pista que conduce al bosque de Pome a través del Mirador del Rey». Era mediodía e iban ayudados «de un mapa y un altímetro».
El día pintaba bien. Aguantó hasta la hora de la comida, que hicieron «junto a la mecedura de los ríos Pomperi y Pelabarde, y, entre tortillas y chacinas, les dieron las cuatro de la tarde». Habían comenzado ya a caminar cuando el cielo cambió. Primero vino una enorme tromba de agua; después, la niebla. Tenían solo una linterna y el camino que tomaron, «casi al azar», no conducía a la carretera a Los Lagos. Por fortuna, el resto salió bien. Encontraron una cabaña, el móvil funcionó y, ya de noche, consiguieron encender un fuego con leña que cogieron del monte y un periódico, y cenar restos de la comida: tortillas, chacinas y chocolate. Al día siguiente, volvió a brillar el sol.
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