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Hubo un tiempo, según resulta de leer el ejemplar de EL COMERCIO de hace hoy 75 años, en que a la calle Francisco de Paula Jovellanos, «mejor dicho, una travesía» se la denominaba, popularmente 'El Pedreru'. Claro está que no por nada bueno. «Los chicos del barrio, cuando acuden a ella a jugar, suelen decir: 'Vamos al pedreru'», nos contaba Luis García en una carta al director. «Y en verdad que les sobre razón», afirmaba, «pues allí abundan las piedras de todos los calibres, sobresaliendo del 'pavimento' con tal prodigalidad que bien pudiera estar subvencionada por el gremio de zapateros». Hasta suponía un riesgo caminar por aquel firme no tan firme, en el que tampoco faltaban los promontorios «producto de una zanja recién abierta y vuelta a cubrir deficientemente». Las aceras no se quedaban atrás. Las había, según García, «altas, menos altas, bajas, más bajas aún, amén de algunos tramos sin ellas», a gusto del consumidor; con anchuras «de todas las dimensiones». «¿No habrá manera de arreglar un poco aquello?», se preguntaba nuestro lector. Ciertamente, ¿la habría?
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