PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA
Lunes, 3 de enero 2022
Para buena parte de los viajeros que hoy recorren la Vía de la Costa, el paso de por el concejo de Carreño es una suerte de paréntesis verde entre las grandes acerías de Gijón y Avilés. No es tampoco uno de los trechos más extensos ni de los que sobresalen en el mapa actual de las rutas xacobeas por su esplendor monumental o paisajístico. Y sin embargo su vinculación con el Camino a Santiago ya aparece documentada en fechas muy tempranas. En el año 1053 los reyes de León don Fernando y doña Sancha se encuentran en Asturias con motivo del traslado de los restos de San Pelayo y visitan el monasterio que existió en la ribera derecha de la ría de Aboño. Allí otorgan generosas ayudas para el sustento de los frailes y monjes del convento, destinando una parte al auxilio de los peregrinos que se acogen a su alberguería. Cruzando las aguas del Aboño por el antiguo puente de Poago discurrió durante siglos el Camín Real, la principal 'autopista' de los romeros a Compostela. Es el mismo trayecto, prácticamente, que siguen ahora los romeros a Compostela del siglo XXI.
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El itinerario se adentra en tierras carreñeras faldeando el Monte Areo. En una amplia zona llana de su perímetro descansan las almas -como escribió el clásico: lo que un día fueron cuerpos- de otra remota oleada de peregrinos que avanzaban por el norte peninsular hacia el lugar por el que caía el sol, las gentes neolíticas que dejaron en estos campos una treintena de dólmenes megalíticos en los que devolver a la tierra a sus muertos. En el de San Pablo impresiona la colosal bóveda cubierta de pradera que parece abrirse desde las mismas entrañas del suelo para recordarnos su perfecto camuflaje y fusión con la propia orografía, una suave loma demasiado regular para ser obra de la naturaleza. En las cámaras de Los Llanos la ruda arquitectura que forman las losas verticales y el túmulo invita a reflexionar sobre las sugestivas hipótesis de algunos arqueólogos contemporáneos acerca de la función que tendrían estos megalitos. Enterrando allí a los suyos durante varios milenios (los yacimientos de Monte Areo están datados entre el 5.000 y el 3.000 a. C.), suponen estos expertos que de alguna manera buscaban testificar la legitimidad de su presencia en ese territorio. Que el Camín Real y con él el de Santiago pasen a la vera de esta extensa necrópolis no deja de ser también un hito de la antigüedad de esa vía.
Otro monasterio muy próximo al Monte Areo aparece documentado, el de Tamón, puesto bajo la advocación de San Martín de Tours, un nuevo indicio de la impronta jacobea. Entre los caminantes que venían del otro lado de los Pirineos gozaba de gran devoción por aquello de haber compartido su capa con un pobre y seguramente llegó a ese valle de Carreño por esa vía. La misma por la que se difundió por toda Europa y especialmente en las rutas a Santiago, San Roque, al que se le alzó una ermita en el Monte Fuxa en el siglo XVI para que librase al concejo de la peste, la peregrina negra de las baladas gasconas.
El itinerario oficial del Camino avanza por las parroquias de El Valle y Tamón para salir a Tabaza, pero el histórico desplegaba un ramal hacia la villa de Candás. Su iglesia parroquial de San Félix aparece documentada ampliamente junto al asilo que albergaba, un techo que no podía faltar en el recinto del santuario consagrado a un náufrago, el Santo Cristo que rescataron unos marineros candasinos en las aguas bravas de Irlanda. En el Asilo de San Félix está registrado el hospedaje de una peregrina que iba a Compostela. La historiadora María Josefa Sanz ha dado cuenta de ello en diversos trabajos. Se llamaba María Lorenza de Olieta y era vasca, venía de San Juan «extramuros de la ciudad de Bilbao». El 13 de noviembre de 1750 bautiza en la pila parroquial a su hija con el nombre de María Ambrosia. El documento es explícito sobre las circunstancias del alumbramiento: «Tuvo su parto yendo en romería al Apóstol Santiago en el ospital (sic) desta villa». Una de esas noticias que alivia el corazón de los que estudian los archivos parroquiales de los enclaves jacobeos, entre tantos apuntes de enterramientos de peregrinos.
Desconocemos el destino que seguirían María Lorenza de Olieta y su hija María Ambrosia. El nombre de la pequeña, señala la profesora Sanz que se le impuso en honor de su padrino, Ambrosio Fernández Porley, un destacado miembro de la sociedad candasina. Ello sugiere cierto arraigo de la romera vasca con gente de la villa. No sabemos si interrumpió su viaje para regresar a San Juan con la rapacina o si continuó hasta Santiago dejándola, entre tanto, al cuidado de la familia del padrino. Que se encaminaran ambas hacia el sepulcro del apóstol y entrara la vizcaína con la criatura en los brazos por el Pórtico de la Gloria es otra posibilidad que roza muy poéticamente la condición de milagro.
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