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Vanessa Gutiérrez tenía «la tristeza prendida en el alma», cuando tomó la palabra ayer en la Escuela de Comercio. Le dolía la realidad y le dolían todos los recuerdos que el Foro Jovellanos iba sacando a la luz, durante el homenaje a Marcelino Gutiérrez, su ... hermano y director de EL COMERCIO hasta el pasado mes de septiembre, cuando falleció repentinamente. Él fue un hombre que, según confesaba la consejera de Cultura, «vivió tanto y con tanta intensidad que su vida fueron realmente muchas vidas». Porque tuvo la capacidad de multiplicar las horas, desde que era ese niño, esi 'Nenu', que crecía «como un pequeño adulto», haciendo suyo «lo mejor de cada persona, llevando los mejores valores a la excelencia de la vida adulta».
Esa capacidad de empaparse de los demás hizo que él también dejara lo mejor de sí en quienes lo rodeaban, especialmente en su hija, Mari Luz Gutiérrez, quien se parece «increíblemente a su padre», contaba. «Ella es nuestro motor», prometió Vanessa, antes de explicar que Marcelino les enseñó «el amor verdadero», ese en el que él creía y defendía con romanticismo. «Nos dijo que se quería casar con su mujer, Mari Luz Ania, a los tres meses de conocerla», se reía.
Él era hombre de convicciones y pasiones, también por el trabajo, tal y como recordaba Ángel González, el director de este diario. «Era un periodista puro y excepcional», lo alababa, sin olvidarse de los orígenes de Marcelino, «un crío de San Martín del Rey Aurelio» que llegó a la redacción en 1998 «cargado de bolis y libretas, con una grabadora y una cámara», haciendo notar ya de chaval que se estaba forjando «un periodista todoterreno».
Y ese periodista nunca defraudó porque era una «fuente de ideas para todos los departamentos», que «daba la turra, en el mejor sentido de la palabra», siendo siempre «el primero en llegar y el último en marchar». Haciendo gala constantemente de su capacidad para alargar los días y lograr hitos «como el lanzamiento de la edición de Oviedo y la página web», teniendo un único enemigo, «el discurrir del tiempo».
Le faltaban horas para hacer todo lo que quería a quien «nunca se cogió ni siquiera quince días de vacaciones» y que, tal y como ensalzaba la alcaldesa de Gijón, Carmen Moriyón, «supo ver y contar Gijón y Asturias, los tenía permanentemente en la cabeza». Lo hacía siempre «con un oficio brutal y salvaje», en el que «siempre rehuyó del protagonismo» porque él prefería luchar por esta cabecera, «que era su casa y que se encargó de mantener impoluta». Nunca la manchó porque su huella fue la de la empatía, la de «la capacidad de entender el fondo de las decisiones con sus certezas y los riesgos que conllevan».
Por eso, sus artículos dejan ver «a un periodista para el que ni los buenos eran buenísimos ni los malos eran malísimos», decía la alcaldesa. «Basta con abrir el cuadernillo que editó el Foro Jovellanos para saber hasta qué punto Marcelino supo interpretar la sinfonía de un periodismo útil y puro», del que conoció «todos los recovecos», recordaba el presidente del Foro Jovellanos, Ignacio García-Arango Cienfuegos-Jovellanos. Él confesaba su admiración por quien «participó personalmente» en todas las actividades de la entidad, destacando «por su capacidad para afrontar problemas propios y ajenos».
Capeaba temporales, con una personalidad «austera y humilde», que aplaudía ayer García-Arango. «No fue un profesional de despacho, nunca estuvo encerrado, sino que fue una persona de puertas y almas abiertas, trashumante de los despachos, que lo quería palpar todo». Por eso, hizo «de EL COMERCIO un púlpito desde el que mirar Asturias desde la verdad».
Y con ella por bandera, Marcelino defendía sus ideas «sin alterarse», ganándose a todo el mundo «con su nobleza y su alma de persona buena». Nunca cometió «el pecado de la inmoderación», en esta redacción por la que se desvivía y en la que dejó un enorme vacío. Tan inabarcable es que, cuando murió, el periodista Ramón Muñiz escribió aquello de que «se fue el que nunca se iba». Y Vanessa ayer prometía que recuerda «cada día esas palabras». Lo harán también los asistentes, entre los que se econtraban, además de su familia, el presidente del Consejo de Administración de este diario, José María González, y el exdirector general Julio Maese, además de una nutrida representación política.
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