«Más de ochenta años después, vuelven a casa, de donde nunca deberían haber salido. Con nosotros», acertaba a resumir ayer «el cansancio y la emoción» acumulados Graciela Gutiérrez al recibir en Celanova los restos mortales de su abuelo, Abelardo Suárez del Busto, fusilado el 22 de septiembre de 1939 a manos de fascistas contra la tapia del cementerio de la localidad orensana. Una emoción que atenazó también a la familia de Marcelino Fernández García, que, cuando fue ejecutado y enterrado en la fosa común de San Breixo, era un mecánico de solo 21 años y cuya caja fue recibida entre lágrimas por su hija Josefina.
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En el octubre negro de 1937, Abelardo -un albañil de 28- y Marcelino, «dos de los últimos defensores republicanos de Gijón», trataron de huir de la barbarie por mar, pero fueron capturados en los barcos por la Armada franquista y enviados al campo de concentración de Camposancos, en A Guarda (Pontevedra), en la raya con Portugal, donde los sometieron a un consejo de guerra y los condenaron a muerte. Y, junto a ellos, otros cinco asturianos cuyas familias no han podido aún ser localizadas: Baldomero Vigil-Escalera Vallejo (pintor de 19 años), Guillermo de Diego Álvarez (chófer, de 25), Alfonso Moreno Gayol (chófer, de 26), Belarmino Álvarez García (minero, de 29) y Mariano Blanco González (litógrafo, de 36).
Así que el Comité de Memoria Histórica da Comarca de Celanova -encargado de las investigaciones que condujeron a su identificación junto con el grupo Histagra de la Universidad de Santiago- y el Principado se han comprometido a «seguir buscándolas». Porque -como recordó la consejera de Presidencia, Rita Camblor- el acto de ayer «no debería haberse producido nunca si la tortura, la mutilación, el odio, la humillación, el castigo, la violencia y el rencor no se hubieran impuesto a los ideales de defensa de la democracia y las libertades, si la crueldad no se hubiera impuesto sobre la razón».
Un mensaje que repetía la nieta de Abelardo Suárez (que dejó viuda y dos hijos de siete y cinco años), convertida en portavoz de los miles que aún esperan a los suyos, enterrados en cunetas y fosas comunes. «Ahora que corren tiempos difíciles para la memoria democrática, es un deber moral luchar para que se haga justicia. Y entre todos vamos a conseguirlo porque somos muchos», prometía Graciela Gutiérrez antes de que «dos hombres buenos» volviesen «a casa» a los sones a la gaita del 'Asturias, patria querida'.
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