Eva Álvarez, con una fotografía de su madre, fallecida el pasado mes de julio. JUAN CARLOS ROMÁN

«Mami, estamos aquí, no te dejamos»

Mayores. Los asturianos de más edad, los más golpeados por la pandemia, están siendo ejemplo de lucha y resistencia

AZAHARA VILLACORTA

Domingo, 15 de noviembre 2020, 01:02

Faustina Acosta «no murió de covid, sino de pena» el pasado mes de julio con 76 años. Eso ya no se lo quita nadie de la cabeza a sus tres hijas, que tarde sí y tarde también iban a verla a la residencia Ovida, en Oviedo, donde vivió durante los últimos tres años «muy contenta» y donde «todo el mundo quería muchísimo a la 'güeli'»: «Salíamos a comer, a merendar... Era una mujer encantadora. Y, aunque con algunos achaques, tenía buena calidad de vida».

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Hasta que, un mal día junio, por unos de esos brotes que solían darle todos los años y de los que se recuperaba con medicación, «la encontraron en el suelo y la trasladaron al HUCA. Pero, a su regreso a la residencia, en vez de volver a su habitación, la llevaron a unos apartamentos para tenerla aislada durante catorce días. Y ahí ya no levantó cabeza. Hacíamos videollamadas, pero mamá ya no se recuperó más. Incluso la médica y las enfermeras nos lo dijeron luego: se negó a vivir. Se dejó morir. No quería comer, empezaron a salirle pupas...», cuenta su hija Eva.

Susana Álvarez Gancedo, con su padre, el día de Navidad del pasado año. e

Así que de nuevo se la llevaron al HUCA. «Aquello fue un jueves», recuerda Eva, que no puede evitar emocionarse al revivir la pesadilla y que, a pesar de todo, se considera afortunada: «Todavía tuvimos suerte porque el médico que nos tocó fue maravilloso y nos regaló 24 horas con ella». «Al día siguiente, viernes, nos llamó diciendo que le iba a poner morfina para que no sufriera. Nos hizo un pase especial y, gracias a él y a las enfermeras, nos dejaron una habitación para estar las tres allí, día y noche, con ella. Hasta que se murió. No podía hablar, pero con los ojos sí se despidió. Fue como si dijese: 'Ya me puedo ir, que estáis aquí les tres y no voy a morir sola'. A pesar de que fue una situación muy dura, fue también muy emocionante, porque supo que no la íbamos a abandonar, como ella nunca nos abandonó a nosotras. Éramos su vida y ella la nuestra, la nuestra nena, y la pena no te la quita nadie, pero pudimos despedila y enterrala en Mieres, como ella quería. Mientras vivamos, jamás la vamos a olvidar».

Pero a Eva Álvarez Acosta, que no falta una semana al cementerio, tampoco se le va de la cabeza que, como su madre, hay muchas otras familias que, en estos momentos críticos, pelean y resisten junto a sus mayores frente a la crudeza de esta crisis sanitaria: «No se mueren de covid: se mueren de pena. Sobre todo, la gente que está acostumbrada a tener visitas diarias. Llega un momento en que ellos mismos deciden si luchar o si morir».

Son los más vulnerables de esta pandemia feroz, que en esta segunda ola se está cebando con los geriátricos. Y, sin embargo, algunos familiares como Susana Álvarez Gancedo, con su padre en el CPR Valentín Palacio, en Pola de Siero, piensan que «no se están teniendo en cuenta las necesidades psicológicas ni afectivas de los residentes ni de las familias, cuando todos sabemos ser responsables».

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José Manuel Suárez Castañón y su madre, en una visita.

A esta hija única, además de tutora de un padre con graves problemas de salud, un hombre de una pieza «que trabajó muchísimo en lo que hiciera falta durante toda su vida para que en casa no faltara de nada», se le está haciendo «durísimo» no poder visitarle. Porque, con el cierre perimetral de Oviedo, Susana, que reside en la parte ovetense de Colloto, no puede pasar a Siero: «Puedo llevarle al médico, pero no puedo visitarle. No consideran que las visitas sean para 'atender sus necesidades', según la Policía. Y ninguna otra autoridad, consejería, ERA... se pronuncia en uno u otro sentido sobre ellas».

Así que, de momento, Susana y Ángel están separados. Y ella teme que eso termine pasándole una factura irreversible mientras se agarra a su fortaleza: «La única familia que tiene después de que mi madre falleciera somos mi marido y yo. Y entiendo que la situación es excepcional, pero también estamos viendo un deterioro muy importante de nuestros familiares. De hecho, mi padre, en el anterior estado de alarma, empeoró muchísimo. No era él. Pero, poco a poco, conseguimos que recuperase algo con las salidas para que paseara, que le diera el aire...».

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Esa misma impotencia es la que siente Isabel López, que ve cómo su madre, Consuelo García Miranda, con 93 años, casi 94, y «que perdió el habla hace mucho pero que te entiende y te oye bien», resiste en la residencia del ERA en Grado.

Isabel López, con su madre y su hija uno de los últimos días juntas.

Allí, el positivo de una auxiliar ha provocado que lleven sin admitir visitas seis semanas. «Solo tenemos una videollamada una vez a la semana en la que le damos ánimo y le contamos que no podemos ir a verla por culpa del virus, que aguante un poco, que sea fuerte... ¿Qué le vas a decir? Le preguntas: 'Mami, ¿qué tal?'. Y ella te hace un gesto con el dedo de que está bien. Pero es una mujer muy mimosa, que necesita el contacto con la gente, los abrazos... Y nosotros pensamos que hay medidas para hacerlo, aunque sea desde la distancia. De que nos vea, de poder decirle dos palabras: 'Mami, que estamos aquí, que no te dejamos'».

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Un mensaje familiar para el lenense José Manuel Suárez, con su madre, María Luisa, en la residencia de Riaño, donde «se pueden realizar visitas con cita previa mientras no haya ningún positivo», y que es de los que prefieren espaciar los encuentros y «no forzar la situación, porque somos muchos familiares y todos queremos ver a los nuestros».

«Hay que mirar por ellos y tomar las máximas medidas de precaución posibles, porque, con un solo familiar que vaya y meta el virus allí, puede ser desastroso. Tenemos que ser conscientes de que esto no está controlado todavía. De que el Gobierno no puede controlarlo y los sanitarios están desbordados, así que protegerlos debe ser lo primero».

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Leonor Pérez, con su hija, su nieta y su biznieto.

Una opinión que comparten Aldara García y su abuela, Leonor Pérez, la 'bisa' de Pablo, «una roca» de 94 años criada entre Tineo y Pola de Allande que a los diez se quedó sin madre junto a seis hermanos, que fue ganadera y que hoy vive en la residencia ovetense de El Cristo, donde pueden verse media hora a la semana. «Una mujer como las de antes, de otra pasta». Aunque, si de Aldara dependiese, «no se podría hacer ninguna visita» y habría que conformase con las videollamadas. «Y no porque yo no quiera ver a mi abuela, porque se pasa muy mal sin poder abrazarles ni darles un beso, algo que nos cuesta horrores, sino por cuidarlos. Porque, además, compruebo que algunos familiares son muy imprudentes. Y cuando lo veo me pongo enferma». Así que esta nieta orgullosa aplaude sin reservas la labor de los geriátricos: «¿Que al principio fue un poco caos? Sí. Pero es que, al principio, todo fue un poco caos en el mundo entero. Hoy, los profesionales están haciendo mucho más de lo que pueden». Siguen resistiendo y Asturias entera, con ellos.

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