Armstrong, Collins y Aldrin, ante el 'Apollo 11'. NASA

Lunario sentimental

Neil Armstrong, Michael Collins y Buzz Aldrin, los tres tripulantes de la misión que pisó por vez primera la Luna, fueron condenados hace medio siglo a ser unos héroes

juan fueyo margareto

Viernes, 19 de julio 2019, 13:03

Cerca de mi casa, en la Universidad de Rice, en Houston, el presidente Kennedy prometió que llevaría un hombre a la Luna antes de 1970, pero murió sin saber si su mosaico deseo se cumpliría. No fue la única tragedia oculta bajo las indelebles ... huellas dejadas por tres astronautas en el espacio exterior.

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En la rueda de prensa de la NASA donde se presentó al público la tripulación del 'Apolo 11', un periodista preguntó a Neil Armstrong, comandante de la misión:

–¿Quién será el primer hombre en pisar la Luna?

Armstrong, que estaba sentado junto a Aldrin y Collins, contestó sin mirar hacia ellos.

–El plan actual es que un hombre esté en la Luna por unos cuarenta y cinco minutos antes de que un segundo hombre emerja de la nave –habló con mucha calma y despacio, sin reflejar el debate que tenía lugar en la NASA y que le consumía por dentro–. Ahora bien, quién será es algo que en este momento no está decidido.

Neil Armstrong fue el primero en descender a la Luna y pronunció la histórica frase: «Un pequeño paso para el hombre, un gran avance para la humanidad». Esas palabras contribuyeron a su fama, que ni se le subió a la cabeza ni se pudo zafar de ella.

Armstrong había decidido ser astronauta después del fallecimiento de su hija Karen. Cuando Karen tenía dos años sufrió una caída en el parque y fue llevada a casa con la nariz sangrando. Días más tarde comenzó a tener problemas de visión y se hizo más evidente su dificultad para caminar. Fue diagnosticada de un tumor cerebral localizado en la protuberancia. A pesar del tratamiento con radioterapia –que aún es el tratamiento convencional–, falleció poco tiempo después. Para evitar hundirse en el luto que le corroía las entrañas, se volcó en su trabajo y tomó la decisión de ser astronauta. Después del alunizaje, Armstrong se dedicó a la enseñanza de temas relacionados con aeronáutica en la universidad, rechazó numerosas ofertas para que entrase en la política y murió en su granja de Ohio. Fue despedido por el país como un héroe nacional.

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Aldrin pisó la Luna minutos después que Armstrong. Pero sufrió más por no haber podido ser el primero de lo que podía haberse alegrado por haber sido el segundo. Un ciudadano de derechas y religioso, tomó comunión en la Luna. Su vida ha estado marcada casi a partes iguales por su hazaña de astronauta y por otros aspectos más dramáticos. Su madre, que se llamaba curiosamente Marion Moon (Moon significa Luna en inglés) se suicidó con una sobredosis de pastillas, y su abuelo se había matado años antes con un disparo en la cabeza. Después de la proeza lunar, Aldrin manifestó síntomas de esta tendencia depresiva, se convirtió en un alcohólico. Abandonó su carrera en la NASA poco después de llegar a la Luna e intentó trabajar en un comercio de coches, pero no pudo vender ninguno en seis meses y perdió su trabajo. Escribió dos biografías donde cuenta su fulgor y tragedia. Hay quien rechaza la teoría de la depresión y sostiene que ser el segundo hombre en descender del módulo lunar precipitó su caída en el abismo del alcohol.

Cuando Collins supo que sería el único de los tres que no pisaría la Luna, manifestó públicamente que, a pesar de todo, su papel era tremendamente importante para garantizar el éxito de la misión, y que, aunque era verdad que no le había tocado el papel de máximo protagonista, estaba orgulloso de haber sido uno de los tres elegidos. Sus palabras positivas sonaban tristes. Collins durante la misión se sintió el hombre más solo del mundo. Sobre todo, cuando su nave orbitaba la cara oculta de la Luna. Era entonces cuando las comunicaciones con la Tierra se cortaban de cuajo y él no podía evitar pensar: «Estoy solo, realmente solo, absolutamente aislado de cualquier forma de vida». Es entendible que la cicatriz en la mente dejada por el sentimiento de la insondable e infinita soledad no llegase a curarse nunca. Sintió también miedo de que, muertos sus dos compañeros, tuviese que regresar a la Tierra «como un hombre marcado para toda la vida». Con respecto al significado de su viaje, ha matizado que si pudiese reescribir la historia le hubiese gustado mucho más ser parte de la tripulación del primer viaje a Marte: «Me mandaron al sitio equivocado».

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Los tres mosqueteros del 'Apolo 11' no eran como los de la novela. No hubo amistad verdadera entre ellos. Se definían a sí mismos como 'desconocidos neutrales', sin actividades comunes fuera del trabajo. Con respecto a los recuerdos del viaje más ambicioso de la humanidad, se diría que trataron de escapar de ellos, algo que no les fue permitido.

En el 'Lunario sentimental' de Lugones, el escritor argentino que admiraba Borges, se recogen innumerables metáforas con el tema de la Luna. «El resplandor yerto» y «la extática infinitud de su estela» podrían incluirse entre las reflexiones sobre nuestro satélite de aquellos tres hombres que hace ahora cincuenta años fueron condenados a ser héroes.

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