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La semana pasada estuvo de aniversario Kike Figaredo (Gijón, 1959). Veinte años cumplió como obispo de Battambang, su hogar, su lugar en el mundo, en el que ha hecho de la solidaridad bandera este jesuita. Fue una celebración rara. Pero pese a las ... órdenes de distanciamiento social, fueron muchos los vecinos que se acercaron a felicitarle. Se le quiere. Y él quiere a un país que ya es el suyo.
–¿Cómo están viviendo todo el asunto del coronavirus?
–Las limitaciones son muy grandes, Camboya lo hizo muy bien, se cerró el país antes de que el COVID se manifestara, no ha habido ningún caso de muerte, y se han contabilizado algo más de 200 de contagio, que no es nada comparado ni con los países del entorno ni con España.
–¿Pero no temen que haya más casos ocultos?
–Claro, me imagino que habrá más. La gente en el campo si está enferma, se esconde, pero si hubiera habido alguna muerte lo sabríamos. Son las cifras oficiales y algo de realidad tienen.
–¿Le afecta mucho a su trabajo?
–Se nos ha fastidiado la vida, nos han cerrado los colegios y no se van a abrir hasta enero. También nos han limitado las celebraciones, no hay misas, no hemos tenido ni Semana Santa ni bautismos ni nada. Nuestro trabajo es ir a los pueblos, encontrar personas con discapacidad, ir a ayudar a las escuelas en las zonas remotas, todo eso nos lo ha frenado, en los dos primeros meses prácticamente no hicimos nada. Ahora pedimos permisos y vamos a los pueblos, tenemos nuestros pequeños servicios, pero se ha alertagado todo.
–Y el parón de actividad estará afectando a la población.
–Sí. Nosotros estamos entregando arroz para ayudar. Como nuestros proyectos no se desarrollan con normalidad, pedimos a las organizaciones que nos financian utilizar el presupuesto para comprar arroz y que la gente pueda comer. Hemos creado unos sistemas de distribución muy sencillos y estamos ayudando a mucha gente que no tiene trabajo y tampoco ingresos. Los monjes budistas viven del arroz que les da la gente, pero como ahora la gente no dispone de él, lo están pasando mal, porque además tienen acogidas a muchas personas mayores. Nosotros les estamos ayudando y eso nos ha hecho descubrir una realidad nueva: la necesidad que tienen los monjes. Además, queremos comenzar algo más productivo, que se puedan crear pequeños huertos para que planten verduras.
–Si la situación económica es dramática aquí, en Camboya se intuye que aún más.
–Exactamente. La gente sencilla de los pueblos ha perdido sus medios, no hay comercio, las fronteras de Camboya están cerradas, y quienes viven del campo dependen también del hijo emigrante en la ciudad. Hay gente mayor que está pasando mucha necesidad, porque sus hijos y nietos trabajan en Tailandia y no les pueden mandar dinero.
–O sea, que han adaptado su actividad solidaria a lo que hay.
–Sí. Hemos hecho campañas de lavado de manos, hemos dado muchos pequeños seminarios y han tenido un resultado muy bueno, porque se mejora la higiene de la gente sencilla y es útil no solo para el coronavirus sino también para otras infecciones.
–¿Los problemas son mayores para los discapacitados?
–Si a en la vida normal ya tienen problemas, en esta situación económica tan al límite, más. Los niños tienen menos recursos, nuestra ayuda va enfocada hacia ellos, estamos ayudando a familias con discapacitados físicos y mentales. Además, no nos dejan tener el ritmo que teníamos antes, de actividades, de dedicación, hemos de hablar por teléfono, todo se ha reducido. También han surgido cosas bonitas, la relación personal se ha hecho más profunda, escuchas más, estamos más cercanos a sus necesidades. Las organizaciones que colaboran con nosotros, como en Gijón Sauce o Cáritas, están haciendo un esfuerzo muy grande para que tengamos ayuda para todos.
–Pese a todo lo narrado, veo su Instagram y no hay foto en la que no sonría. ¿Cuál es la receta?
–No la hay. Aquí la gente te hace sonreír, aunque estén en medio de la tragedia y su vida esté derrotada, cuando lo cuentan, sonríen. Es una sonrisa de paz, es una manera de hablar, de relacionarse con positividad y con esperanza.
–Veinte años como prefecto y 36 en ese país. ¿Ya es más camboyano que español?
–Por un lado siento que soy camboyano en ciertos aspectos, pero me sigo considerando un huésped de honor. Soy asturiano de Gijon, pero mi vida ha crecido aquí, las canas me han salido aquí. Va pasando el tiempo y me siento muy querido, mi hogar está aquí, mi vida está aquí, pero tampoco puedo renunciar a mis raíces. Soy camboyano de adopción, y no creo que esté en contradicción una cosa con la otra, siento que mis dos patrias están muy unidas. Todos este tiempo han sido también años de unir mundos. Mi madre falleció el 13 de junio y no pude ir a España, pero pienso que Dios me ha dicho que pertenezco aquí. Estoy deseando compartirlo con mis hermanos, pero aquí la gente ha sido y es cariñosísima. Mi madre es la abuela de Battambang.
–36 años. ¿Qué ve al mirar atrás?
–Cuando llegué estábamos en guerra, con refugiados, el tema de las minas era horrible, ahora estamos en paz, el país se está desarrollando, hay más camboyanos nacidos después de mi llegada que antes y estamos ante una realidad social nueva. Hay que aprender de las nuevas generaciones que están entusiasmadas con su futuro, es gente adorable. Hoy en mi parroquia he estado con los niños en la huerta, todos felices, trabajando con alegría, porque, a pesar de los problemas y las dificultades, este país quiere vivir, quiere salir adelante y cada vez tiene más energía para hacerlo.
–¿Es optimista respecto al futuro?
–Lo veo con esperanza, pero los problemás también los advierto. Tenemos un centro textil precioso, con maquinaria que nos donó el Ayuntamiento de Gijón y más de cien personas trabajando, la mitad discapacitadas, y tenemos muchas dificultades para sacarlo adelante, como no haya un pedido vamos a tener que cerrar. Las dificultades las vemos, pero usted sabe qué ambientazo, con qué alegría y entusiasmo viene la gente a trabajar. Hay una actitud de mirar las cosas con positividad.
–Citaba antes las minas antipersona. ¿Han dejado ya de ser un problema?
–Han quitado millones de minas. Cuando yo llegué había más minas que personas y eran siete millones de habitantes. Ahora son 16 millones y las minas serán cientos de miles, pero ya no millones. Pero es que además ahora si se produce un accidente, que son como 200 al año, el afectado va al hospital y muchas veces se pueden salvar órganos amputados. Ahora se pueden recuperar con más facilidad.
–Veinte años como prefecto, ¿qué espera de los 20 próximos?
–Mi jubilación será aquí. Cada vez tendremos más que ofrecer de la comunidad mundial, menos dependencia de la ayuda exterior. Espero que sea un lugar donde la vida se pueda vivir con dignidad, no tenemos que buscar el desarrollo occidental, habrá que buscar otro tipo que dé esa dignidad a las personas.
–Ha dicho alguna vez que es un obispo de Segunda. ¿Se siente bien en esa liga?
–Exactamente. Gracias a eso hay menos burocracia, y como la comunidad católica es más pequeña, hay un diálogo interreligioso más abierto. Siendo obispillo u obispín estoy encantado, yo no me cambio por nadie.
–¿Una Champions? ¿Un ir a Roma?
–¡No, por favor! Yo allí ayudaría poco. Voy Roma a contar nuestra historia de Camboya y me escuchan y cuento lo que necesitamos, logros, dificultades, pero a mí que me dejen aquí, estoy en mi salsa y es donde puedo ser útil. Soy como el párroco del pueblo, y feliz, mi carrera es enraízarme cada vez más aquí y traer los valores del Evangelio; aunque no sean cristianos, quiero que conozcan los valores que manejanos de solidaridad.
–¿Cómo se evangeliza en un lugar de mayoría budista?
–Aquí estamos trabajando con la gente sencilla y en solidaridad, y queremos que sepan que queremos colaborar, queremos ser parte de esta sociedad camboyana mayoritarimanete budista. Estamos para el bien común y para que las personas sean buenos ciudadanos, con valores, honestos. Para mí que el Señor se conozca y los valores del Evangelio estén vivos es más importante que ninguna otra cosa, y eso se consigue colaborando unos con otros, y conociendo y respetando los valores de otras religiones, que también son muy bonitos, como la sonrisa. Una monje budista, una persona que vive en paz, me evangeliza él también, me hace sentir la espiritualidad budista que da mucha paz para el bien común.
–¿Cómo ve al papa Francisco?
–Fenomenal. Este papa me tira muchísimo y me ayuda con sus mensajes y sus gestos, me siento acompañado e inspirado por él. Por ejemplo en lo que se refiere a cuidar la naturaleza. El problema ecológico aquí es muy fuerte, han esquilmado muchos bosques, selvas, sin criterio...Y está el problema de los plásticos, que es horrible, cuando llegué no había ni uno, no existían. Francisco nos ayuda a colocar las cosas en orden, para que la gente sencilla aprenda a tirar de su vida y su dignidad.
–Ha planteado el tema de las mujeres en la Iglesia y las bodas de sacerdotes.
–Creo que quiere que haya diálogo. Este papa nos está ayudado a que se oigan todo tipo de posiciones. La situación del mundo es muy heterogénea, no es lo mismo la Iglesia en España que en la Amazonia. En países más pobres, donde las normas tradicionales de la Iglesia no funcionan tan bien, se abre a que las iglesias locales puedan tener debates profundos. Igual con la mujer. Son temas sobre los que al final habrá que tomar una decisión.
–Mójese, ¿qué opina? ¿deberían ordenarse mujeres?
–De eso no tengo criterio.
–¿Y del matrimonio de sacerdotes?
–Defiendo que una persona casada pueda acceder al sacerdocio, pero no que un cura se pueda casar. Son cosas muy diferentes. La vida da mucha vueltas, hay que tener convicciones muy solidas para ser sacerdote.
–¿Qué le parece la reacción al terrible asunto de los abusos sexuales?
–Muy lenta. Pero la Iglesia está respondiendo y lo está tomando cada vez con más responsabilidad. Damos pasos de gigante aunque es cierto que ha habido un retraso muy fuerte. Eran temas que se trataban de otra manera, antes era pecado y ahora delito, se ha tardado en responder con eficacia pero vamos bien orientados, la voz de la gente que ha sufrido es más fuerte y eso está afectando a la manera de ver el problema. Se empieza a pedir perdón, a saber responder, es un proceso muy doloroso, pero la Iglesia está asumiendo ese sufrimiento.
–¿Cómo ve Asturias?
–Por un lado, veo con alegría que con el COVID se han portado mejor que en otros lugares. Las cosas se han hecho bien, y una vez más se ha demostrado que los asturianos están unidos por el bien común. Eso me enorgullece. En lo económico está fatal, la industria de Asturias se ha quedado como el Sporting y el Oviedo, en Segunda, sin peso en la economía española. Parece que la situación económica no va a ir para delante, no hay interés del Gobierno central, y mucha gente buenísima se tiene que ir a otros sitios a buscar formación y trabajo. Eso lo vivo con mucha tristeza.
–¿Y qué hacemos?
–Hay cosas bonitas, las iniciativas de turismo rural, todo lo que se produce desde el campo, el tema de la sidra, que los quesos cada vez se hacen con más calidad... Por ahí tienen que ir tirando las cosas, por productos de la tierra, hacer que sea un lugar de vida de calidad. Pero yo no soy un político.
–Pero iba para economista.
–A mí se me quedó la economía con el arroz camboyano. No sé por dónde podría ir, me falta capacidad.
–¿Está al tanto de lo que ocurre?
–Yo leo EL COMERCIO todos los días, sigo la actualidad pero de lejos, y tengo poca opinión porque no estoy viéndolo todo. Pero digamos que Asturias económicamente no está en la mejor posición, pero muchas veces lo económico no es lo más importante, hay que mirar que nuestra vida y nuestro entorno tengan una calidad, y que sepamos vivir en nuestro barrio o en nuestro pueblo con alegría, con respeto, con honestidad. Y eso en Asturias se da mucho y muy bien; son valores que hay que mantener. Tener trabajo es importantísimo, pero no es lo único.
–¿Saldremos de esta?
–Por supuesto que vamos a salir, pero a ver si salimos mejorados, que no salgamos más egoístas, unos en contra de otros o politizando las cosas. Es mi esperanza. Los problemas hay que asumirlos, pero con esa actitud. No es momento de echarse las culpas, sino de arrimar el hombro y si te dan un cachete, te dan un cachete, y hay que seguir adelante. En Asturias hay chispa y espíritu. Aquí los camboyanos tienen esa actitud, no nos engañamos, tienen muchas dificultades, pero en ellas pueden estar las oportunidades. Hay que buscar el lado positivo y vivir en la esperanza.
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