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l. a. g.
Martes, 17 de marzo 2020, 03:55
«Virólogos muy reputados aseguran que no es un virus que se haya escapado de un laboratorio, pero tampoco te aseguran lo contrario», dijo el psiquiatra José Miguel Gaona en 'Cuarto milenio' el 1 de marzo. El nuevo coronavirus SARS-CoV-2 se creó en un laboratorio chino con fines militares y se transmitió a humanos «accidentalmente», aseguró Uri Geller en Instagram nueve días después. Y, según el periodista Daniel Felipe Arranz, «estamos ante un virus agresivísimo fabricado», aunque dice que no sabe «con qué intenciones». El psiquiatra que fue en 2010 a grabar psicofonías al campo de exterminio de Dachau para Iker Jiménez, el doblacucharas israelí, que se comprometió en su día a parar con sus superpoderes el Brexit y a encontrar el desaparecido vuelo 370 de Malaysia Airlines, y el colaborador de Distrito TV son sólo tres de los muchos emisores de bulos alrededor de la enfermedad Covid-19.
Un colega me ha mandado hace unas horas un mensaje en el que un antiantenas vasco –que se presenta como geobiólogo, como se autodenominan ahora los zahorís para ganar credibilidad– alerta a sus contactos de que «la mayor propagación» del coronavirus en Vitoria «se ha dado en los aledaños de la única antena 5G». Para él, está claro que el virus se activa «por impulsos electromagnéticos artificiales»; vamos, que están experimentando con nosotros. «Da la sensación de que se está jugando una gran partida de ajedrez y nosotros sólo somos el escenario, el tablero, que además modifican con sus movimientos, y juegan a modificarlo. Gobiernos de estados son meros peones de la partida», sentencia el antiantenas, que une la amenaza real para la salud que supone el nuevo coronavirus con la inexistente de las ondas de radiofrecuencia.
Creado en laboratorio por los chinos o la CIA, amplificado por las redes 5G o quién sabe si por los extraterrestres, el nuevo coronavirus ha infectado a decenas de miles de mentes con ideas conspiranoicas. «En la Organización Mundial de la Salud, no sólo estamos luchando contra el virus, sino también contra los troles y los teóricos de la conspiración que difunden información falsa y socavan la respuesta al brote», advertía el 8 de febrero el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus. No es algo nuevo. Ocurrió con el 11-S, con el 11-M, con la gripe A y con el sida, por citar cuatro ejemplos recientes. ¿Por qué pasan estas cosas? ¿Porque, ante sucesos que nos desbordan, nos volvemos conspiranoicos?
Conspiraciones reales e inventadas
Toda teoría de la conspiración descansa en la idea de que una o varias personas o entidades maquinan en secreto, generalmente al margen de la ley, para alcanzar un objetivo. En la historia reciente, hay numerosos ejemplos de conspiraciones reales, como el intento de asesinato de Adolf Hitler del 20 de julio de 1944, la manipulación del tabaco por parte de la industria para hacer los cigarrillos más adictivos, el caso Watergate, la implicación de la CIA en el golpe de Estado de Augusto Pinochet en Chile, la guerra sucia del Gobierno español contra el terrorismo vasco entre 1984 y 1986, el hundimiento del 'Rainbow Warrior' por los servicios secretos franceses... Hasta los gobiernos democráticos sujetos al más estricto control ciudadano recurren al secreto para actuar fuera de ley y a espaldas de la opinión pública, escudándose en la denominada seguridad nacional. Y, en ocasiones, alimentan la idea de una conspiración ficticia, como cuando la CIA aprovechó la fiebre por los platillos volantes para camuflar aviones espía, como el U-2 y el SR-71, durante décadas como naves extraterrestres. Así que hasta cierto punto es normal que seamos desconfiados.
Pero una cosa es eso y otra creer que todo el mundo conspira sistemáticamente contra nosotros, que las farmacéuticas nos quieren matar –entonces, ¿a quién van a vender sus productos?–, que nos están fumigando con los 'chemtrails' –¿por qué lo hacen desde tan alto?–, que el sida no existe y las vacunas no sirven para nada –¿están todos los científicos del mundo implicados?–, que el ser humano no ha pisado la Luna –¿cómo se explica que los rusos no denunciaran el engaño del 'Apolo 11'?–… El negacionismo del VIH –impulsado en sus inicios en España por la revista esotérica 'Más Allá'– y las ideas conspiranoicas sobre los atentados del 11-M y el 11-S, la gripe A y el nuevo coronavirus se nutren de nuestra incertidumbre. Queremos respuestas y, al principio, no las hay. Entonces surgen los desaprensivos, individuos que quieren hacer negocio del miedo y políticos a la caza del voto.
Un mes después de los ataques de marzo de 2004, un ufólogo español firmó un libro de 'investigación periodística' en el que sostiene que los atentados formaban parte de un plan internacional orquestado por Estados Unidos, «cuyos gobernantes han resultado beneficiados por lo ocurrido». ¡No sé por qué perdieron tanto tiempo los servicios secretos, la Policía y los jueces de medio mundo investigando el entramado del terrorismo internacional cuando un perseguidor de platillos volantes dio él solito con la verdad en unos días! Nuestro ufólogo recurrió para vender su libro a un truco que siempre funciona en el negocio conspiranoico: culpar del crimen a personajes, colectivos y países con mala imagen entre los destinatarios del mensaje. El servicio secreto zarista se inventó a principios del siglo XX en 'Los protocolos de los sabios de Sión' un supuesto plan judío para conquistar el mundo, y décadas después Hitler hizo tres cuartos de lo mismo con las terribles consecuencias que todos conocemos. Ahora, con el Covid-19 periodistas saudíes han puesto en el centro de la conspiración a las farmacéuticas occidentales, los rusos han apuntado a Estados Unidos y su pugna económica con China, y la ultraderecha yanqui, a los chinos.
Algunos medios de comunicación españoles y el entonces principal partido de la oposición, el PP, mantuvieron durante años que se ocultaba a los ciudadanos la verdad sobre la autoría de los atentados del 11-M. Alimentaron con mentiras, desde periódicos y emisoras de radio y televisión, la idea de que existía una conexión entre ETA y el terrorismo islámico hasta el extremo de que la sentencia del juicio del 11-M dedicó en 2007 tres párrafos a desmontar el bulo. «Toma un dato aisladamente –la ausencia de él, en este caso– para, omitiendo cualquier otro que lo explique, elucubrar sobre hipótesis puramente imaginativas, pues carecen del más mínimo sostén probatorio», destacaba el tribunal en los fundamentos jurídicos del fallo. Es algo que hacen todos los conspiranoicos, cogen un dato, lo magnifican o tergiversan, se olvidan de todos los otros que respaldan la que ellos llaman 'versión oficial', y montan su castillo de naipes. Algo parecido hacen los videntes a la hora de apuntarse éxitos.
La epidemia que previó una vidente
Imagínese que le aseguro que la pandemia actual podía haberse evitado porque hace tiempo que se sabía que iba a estallar. Y no me refiero a un saber vago –los científicos siempre han dicho que tarde o temprano iba a suceder algo así en nuestro hiperconectado mundo–, sino a algo concreto del estilo de: «Alrededor de 2020, una enfermedad grave similar a la neumonía se extenderá por todo el mundo, atacando los pulmones y los bronquios, y resistiendo todos los tratamientos conocidos. Casi más desconcertante que la enfermedad en sí será el hecho de que de repente desaparecerá tan rápido como llegó, atacará nuevamente diez años después y luego desaparecerá por completo». ¿Qué le parece? No me he inventado el párrafo; ni una sola palabra. Lo he copiado del libro 'End of the days' (El fin de los días), publicado en 2008 por la vidente estadounidense Sylvia Browne, que murió en 2013. Parece sorprendente cómo encaja con lo que estamos viviendo. ¿A qué sí?
Parémonos a pensar un poco antes de retuitear la historia o mandar un wasap a todos nuestros contactos. Es lo que ha hecho el escéptico estadounidense Benjamin Radford. No como Kim Kardashian, que, ¡sorpresa!, está impresionada por las dotes de la fallecida adivina. Si de la mano de Radford desmontamos el mensaje en piezas, lo primero que destaca es que no habla de 2020, sino de «alrededor de 2020», lo que abre un abanico temporal que puede abarcar diez años o más. Además, dice que se trata de «una enfermedad grave similar a la neumonía», cuando no es así. Según el Ministerio de Sanidad español, el SARS-CoV-2 provoca una enfermedad leve en la mayoría de los contagiados y sólo en los casos graves –generalmente personas mayores, enfermos crónicos o con inmunodeficiencias– «puede causar neumonía, dificultad importante para respirar, fallo renal e incluso la muerte». Sí, se está extendiendo por todo el mundo y, aunque todavía no hay vacunas ni tratamientos específicos, se está tratando con antivirales que han demostrado su eficacia, porque los científicos llevan décadas investigando coronavirus como éste. Es bastante improbable, además, que desaparezca de repente.
La predicción de Browne no resulta muy acertada, pero, si se analiza en su contexto, lo es aún menos. Es evidente que la adivina tenía en mente algo parecido al coronavirus que causó el síndrome respiratorio agudo grave (SARS), que sí provoca una neumonía atípica, apareció en noviembre de 2002 en China y mató a 765 personas en todo el mundo hasta julio de 2003. Por eso quizá fue incapaz de ver la gripe A, que estalló en 2009, sólo un año después de la publicación de 'End of the days'. Algo que, además, pasan por alto quienes dan por buena esta predicción de Browne es que hizo miles similares a lo largo de su vida. Sólo por azar en alguna tendría que haber acertado, aunque ésta no y tampoco, por ejemplo, en la de su muerte. Porque Sylvia Browne murió el 20 de noviembre de 2013, a los 77 años, cuando había predicho en 2003, en una entrevista en televisión con Larry King, que iba a vivir hasta los 88. Médium, alardeaba de acertar en sus visiones «entre el 87% y el 90%» de las veces. Sin embargo, Ryan Shaffer y Agatha Jadwiszczok se tomaron en 2010 la molestia de revisar 115 casos criminales sobre los que Browne había hecho predicciones y descubrieron que no había dado ni una.
Así que no, no había manera de saber que el coronavirus que causa el Covid-19 iba a saltar al ser humano en noviembre pasado, que iba a provocar una enfermedad como la que causa y que iba a propagarse cómo lo hace. La prioridad ahora es frenar su expansión y por eso estamos encerrados en nuestras casas. También podemos ayudar a frenar la propagación del conspiravirus, ignorando los mensajes de los Gaona, Geller, Arranz y compañía, individuos que hacen negocio del miedo y minan la confianza en las instituciones democráticas. Ideas como la que se difundió por las redes horas antes de la primera noche en estado de alarma, que había que encerrarse en casa porque nos iban a fumigar para matar al virus. Antes de dar al botón de reenviar, parémonos a pensar. Yo, el primero.
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