Tras jubilarse como marino militar, a Juan Miguel Alcobas podría haberle dado por ir a bailar pasodobles, jugar al mus o viajar con el Imserso. Pero no, se compró una bicicleta y le dio por pedalear, tanto que cogió un camping gas, un saco de ... dormir y un colchón y salió desde su tierra, Cartagena, rumbo a Santiago de Compostela. Después, enganchado ya al camino, volvería a peregrinar partiendo de Francia, Holanda, Roma y Suecia; siempre solo, durmiendo al raso y con las banderas de España, de la región y de su ciudad adornando su bicicleta. A punto de cumplir los 78, Alcobas tilda de «paseo agradable» los 60 kilómetros que recorre diariamente, y aunque quita mérito a sus hazañas definiéndose como una persona «muy normalica», no solo las recuerda con agrado, sino que le brillan los ojos de ilusión al hablar de las futuras.
-Más que el aperitivo, esta vez me interesa el desayuno: ¿qué se mete en el cuerpo para hacerse etapas de 100 km en bicicleta?
-¿Cuando estoy en ruta? Normalmente, un café con leche y algunas galletitas, si llevo, pero voy pendiente cuando paso por un pueblecito para desayunar mejor en algún bar. La alimentación en la bicicleta es esencial y, sobre todo, la hidratación. También llevo frutos secos o alguna barrita energética, porque si dejas un poquito de comer te puede dar una pájara. A mí me dio una en Italia.
-Se aficionó a la bici después de jubilarse.
-Sí, soy monitor nacional de vela y me he dedicado toda mi vida a las regatas. Lo de la bicicleta surgió estando en San Francisco con mi mujer: pasó un matrimonio con cuatro o cinco niños en bicicleta y me impactó, pensé «¡qué imagen más bonita». Y le dije a Ángeles: «Cuando llegue a Cartagena me compro una bici de segunda mano». Al principio me encontré inestable porque no había hecho ciclismo antes, pero empecé a pasear por aquí, acabé de aprender y me fui a hacer el Camino de Santiago saliendo desde Santa Lucía [Cartagena].
-Para no haberse subido nunca a una bicicleta, cruzó el país de punta a punta.
-La siguiente salí desde Saint-Jean-Pied-de-Port; hice el Camino Francés. Me fui aficionando, porque la verdad es que ya me captó el primer camino. El tercer camino fue desde Ámsterdam, le llaman 'El Gran Camino', y lo hice en menos de un mes.
-Ahí tuvo un problema de salud.
-Cierto. Cuando bajaba por Francia noté unas molestias estomacales, entré en una farmacia y me dieron unos comprimidos, pero seguía notando una pérdida de fuerza en las piernas y me costó muchísimo llegar a Santiago. Después, volviendo en tren, perdí el conocimiento. Al llegar a Madrid me llevaron al hospital, y resulta que era una úlcera sangrante. Al poco tuve que volver para operarme, pero a los nueve meses salí de Roma, que fue el viaje más duro.
-¿Por los Alpes?
-Sí, porque yo nunca los había subido, y te confieso que subí más andando que en bicicleta; no me daban las piernas. En la carretera había nombres de ciclistas, y yo pensaba «¡pero esta gente son monstruos!».
-¿Qué es lo mejor del viaje?
-Llegar a la plaza del Obradoiro. Voy a la misa del peregrino, miro a Santiago y le digo «lo he conseguido, ¿eh? Lo he conseguido».
-¿Y lo peor?
-La noche es lo que menos me gusta: como estás cansado, las dos primeras horas las duermes de un tirón, pero después te despiertas y estás así hasta que amanece. Y esperando que no llueva, que la noche sea apacible.
Un oso con olfato fino
-¿Nunca ha pensado en abandonar?
-No. Yo soy un poco competitivo conmigo mismo y me voy poniendo metas.
-¿Tampoco ha sentido miedo?
-No. Bueno, una vez un poco. Bajando los Alpes vi un riachuelo, un lugar muy bonito, y pensé en quedarme allí a hacer noche. Saqué mi camping gas y me puse a hacer unos macarrones; entonces se me acerca un matrimonio y me da a entender que hay un oso en la zona y que la gente que hace picnics ha tenido problemas porque el oso tiene un olfato muy fino y huele la comida, por lo que me aconsejaron que si iba a dormir allí me llevase la comida a otro sitio. Yo les hice caso y me llevé todo a dos kilómetros, pero esa noche no dormí. Pero son tonterías, porque no he tenido ni el más pequeño problema yendo solo. Me acostumbré a viajar así y para mí es ideal.
-Viajando solo ¿ha descubierto algo de sí mismo que antes no sabía?
-Como no tienes con quién hablar, la soledad del camino te da mucho tiempo para pensar en la familia, disfrutar del viaje, del silencio, del bosque, de los lagos que vas cruzando… yo lo disfruto. Sinceramente, es un aliciente.
-Su mujer tendrá celos de la bicicleta.
-No, ella ya está concienciada, lo que le fastidia es que vaya solo. Es verdad que, a veces, lo he pensado, porque el día antes de que me diese eso en el tren yo iba solo por la montaña. Si me llega a pasar el día antes… pero voy poniendo más atención, no exponiendo mucho y yendo por caminos y no por carreteras. Además, ahora llevo GPS y teléfono, y te da cierta tranquilidad.
-¿Ya tiene pensada su próxima ruta?
-Por cuestiones familiares no podré hacerla, pero yo tenía una ilusión, y la sigo teniendo: ir de San Francisco a Nueva York.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.