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Lunes, 20 de abril 2020, 17:33
Hubert Rochereau murió a los 21 años tras combatir en Loker, Bélgica, el 26 de Abril de 1918. Los padres del joven oficial decidieron entonces dejar su habitación exactamente como él la dejó el día que se fue al frente. Cambiaron de casa en 1935, pero en la venta de la vivienda estipularon que la habitación debería quedarse tal cual durante cinco siglos.
La gran casa familiar cambió de manos al menos tres veces en todo este tiempo.
Sus padres no pudieron localizar el cuerpo de su hijo en un primer momento y dijeron que convertirían su habitación en un santuario permanente para su memoria.
Rochereau fue enterrado en un cementerio británico y su familia no lo descubrió hasta cuatro años después de que terminara la guerra, en 1922.
Fue repatriado a un cementerio en su pueblo natal de Bélâbre, a 72 kilómetros de Poitiers, al suroeste de Francia. Su habitación, donde también nació, permanece intacta hasta el día de hoy como un monumento permanente.
Los actuales propietarios recibieron la casa en herencia de sus abuelos y aunque entienden que esa cláusula (la habitación debería quedarse tal cual durante cinco siglos) no tiene base legal alguna la respetan.
En la estancia hay objetos militares del soldado como un casco, un sable o una colección de pistolas. También hay una bandera, sus pipas sobre la mesa y todavía se percibe el aroma de tabaco inglés de un paquete de cigarrillos.
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