María Revenga, en Gijón

El escribiente no conocía personalmente a Revenga. Pero lo que transmitían sus pinceladas se correspondía, también, con la realidad. Estudiante del Colegio Alemán, apasionada de la cultura y pintora de afición y formación, se había casado en 1926 con Christian Froemke, hijo del cónsul alemán en Málaga, con quien se estableció en Madrid tras la guerra. Allí, en la calle Fortuny, colocó Revenga su estudio y saltó a la fama. En la década de los 40 sus obras, centradas en paisajes de colores vibrantes y trazos ágiles, viajaron por todo el país, para dar el salto a América poco después.

«Sabe ser siempre ella, muy suya, tanto cuando recoge una nota del Guadarrama (...) como al posarse su mirada sobre El Escorial, que, a través de la interpretación de su paleta, deja de ser la mole abrumadora de piedra que otros ven para adquirir una nueva gracia insólita», comentaba EL COMERCIO. Amaba, Revenga, la naturaleza, y la captaba «con toda su viva intensidad en unas pocas pinceladas». Y, además, ninguna la asustaba.

Durante sus 87 años de vida, María Revenga retrató los paisajes de Europa, de España y de todo lo que se le pusiera por delante. Moriría en diciembre de 1988, habiendo viajado, en persona y obra, por los sitios más insospechados del mundo. Incluido también, por supuesto, Gijón.