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Pocas veces en su, por entonces, corta existencia había estado tan transitado el Círculo de Instrucción y Recreo como lo estuvo en la noche del 18 de marzo de 1882. Apenas cinco meses de vida contaba aquella sociedad cultural que, desgajada del Ateneo Obrero al poco de la fundación de este, buscaba satisfacer las ansias culturales de la clase media gijonesa. Salones de lectura, biblioteca, jornadas de teatro y musicales y veladas como la de aquel día se podían disfrutar a cambio de una no muy económica mensualidad de seis reales (que eran ciento cincuenta céntimos, y -sirva como referencia- a cinco, o a perra chica, estaba el precio de la docena de sardinas) más un duro de adelanto.
Y, aún así, aquella noche se colgó el «no hay billetes». De las veladas literarias que con frecuencia se celebraban en el Círculo, aquella fue la primera tan sumamente populosa como para que hubiera público de pie, pasilleando. Más de quinientas personas, según EL COMERCIO del 21 de marzo, se amontonaban a la entrada, siendo «poco menos que punto imposible penetrar en el local». No era para menos. Aquella noche se homenajeaba a José Caveda y Nava, «venerable anciano e ilustre sabio», quien, con 85 años bien avanzados ya, se estaba muriendo.
Era el asturiano por excelencia, al menos en vida. Concejal y diputado, prohombre de la política e historiador, académico y -según algunos de los asistentes a la velada aquella noche- hasta arqueólogo; Caballero de la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica y tantos otros títulos más que hicieron imposible que, a su muerte (un día antes de cumplir los 86, y apenas tres meses después de aquella velada literaria), se le pudiera honrar con una esquela sencilla: toda la portada de EL COMERCIO se convirtió en una gigante, literalmente. Pero para sus contemporáneos y paisanos, en fin, José Caveda era sobre todo una cosa: poeta. Aún más: el poeta que había llevado al papel y a la tinta la lengua asturiana. El primer texto* en lo que por entonces se definía aún como dialecto asturiano -siempre el «bable» entre comillas o en cursiva-, pero que intelectuales como el viejo Caveda defendían como idioma de méritos más que sobrados, que se publicó en el diario decano fue, precisamente, un poema del maliayo.
Hasta que lo publicó EL COMERCIO, más de medio siglo había estado rodando «El niño enfermo» como composición anónima. En 1839, sin que figurase el nombre de Caveda por parte alguna, se publicó bajo su dirección la primera antología de poesías en asturiano, «precedidas de un magnífico discurso», afirmaría muchos años después, en la velada que hoy nos ocupa, su conductor, Octavio Bellmunt, «el mejor, por no decir el único, que sobre el bable se ha escrito, lleno de eruditas observaciones acerca de su origen y de su estructura, y concluyendo la obra con unas preciosas poesías que revelan toda el alma de un poeta (…) No llevaba el libro en la portada ningún nombre, pero la opinión pública desde el primer momento se fijó en Don José Caveda, y lo que entonces fue una suposición, hoy puede afirmarse como cierto.»
La modestia de Caveda le impidió firmar el prólogo, que efectivamente era, como decía Bellmunt, una de las primeras -y magistrales- aproximaciones a la morfología histórica del asturiano y un anexo de poemas propios entre los que se encontraba este, una dramática historia de la muerte de un crío agüeyáu. El anonimato no impidió que las composiciones se transmitieran de un lado a otro, hasta el punto de que en 1991 -más de cien años después de la velada literaria en la que se desveló, negro sobre blanco, la autoría de las mismas-, en su discurso al otorgar el Premio al Pueblo Ejemplar en Villaviciosa, Felipe de Borbón recitó los versos de una de ellas… sin atribuírselos a Caveda. Hablaba el entonces príncipe de «la emoción que también sentí al leer un bellísimo romance, que circuló anónimamente por Asturias hace más de cien años, con motivo de la visita al Principado de mis antepasados S.M. la Reina Isabel II y del entonces Príncipe de Asturias, después Rey Alfonso XII» y la confusión trajo, como es lógico, su cierta polémica.
A la búsqueda de una gramática unificadora
¡Probequín! ¿Qué tienes?
¿Qué te fexo mal?
Calla mi alma, calla,
Non te quexes más,
Mira; tengo date
Un corriverás,
Y un xatín pintadu
Como el de to pá…
Dos factores, a lo largo de la historia, habían jugado, según Caveda y Nava, el papel principal como causantes de la casi muerte (sesenta años atrás Jovellanos, sin embargo, no dudaba de su viveza) del idioma asturiano y de la dispersión que sufría, sobre el terreno y sobre el papel, ya en 1839. La primera, la diglosia, que aun no se llamaba así pero de la que el ilustrado hace una explicación tan temprana como certera. «En la guerra de la independencia», afirma, página 59 del tomo*, «convertidos una gran parte de nuestros labradores en soldados, después de haber defendido la nación con las armas en la mano, y de permanecer por espacio de seis años fuera de sus hogares, al regresar a ellos con presunciones de cultos, castellanizaron infinitos vocablos de su idioma, hasta entonces conservados sin alteraciones sensibles, y se apropiaron otros desconocidos a sus padres (…)».
La segunda, la mala copia de las primeras muestras de la literatura asturiana, ahora recogidas en su antología, por parte de escribanos desconocedores del idioma: fue el caso del primer poeta, que sepamos, en asturiano, el carreñense de Llorgozana Antón de Marirreguera y su Pleitu ente Uviéu y Mérida pola posesión de les cenices de santa Olaya (1639). Caveda hacía referencia a la dificultad, visto lo visto, de elaborar una gramática en tales condiciones y, sin embargo, no tuvo que esperar mucho para verla materializada: Juan Junquera publicó la primera propuesta de gramática para el asturiano en 1869, igual que el insigne Antonio de Nebrija había hecho con el castellano cuatro siglos atrás, y Caveda vivió para verlo.
Pero estábamos en 1882. Caveda se moría y EL COMERCIO dedicó todo su ejemplar del día 21, prácticamente íntegro, a contar la velada literaria en su honor. No pudo asistir el poeta a ella. «Siempre enfermo y abrumado bajo el peso de muchos años», se disculpó, «ni puedo ocuparme de las tareas literarias ni salir de casa, ni descansar un momento. Vivo solo con el recuerdo de lo pasado, sin las esperanzas del porvenir…»
Tras la lectura de la carta del ausente y la introducción de Octavio Bellmunt, comenzaron los oradores. José María Canosa recitó «El niño enfermo»; y otros: un jovencísimo Melquiades Álvarez (que sería fusilado medio siglo más tarde por milicianos anarquistas), Miguel Palacios, Eulogio Llaneza… «Nadie es profeta en su tierra», concluyó Bellmunt al acabar la velada. «Pero Caveda lo es hoy de la suya». Pronto se harán 136 años de su muerte, desde la que la inclusión de poemas y textos en asturiano en el diario decano se ha convertido en una constante. Aquella fue la primera piedra en el constructo que Caveda, inteligentemente, había comenzado a tejer mucho tiempo atrás: el de la conservación de una lengua milenaria, hija, como el castellano, del latín y madre de las primeras palabras de lengua de trapo de nuestros próceres. Y de las nuestras.
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*Hubo un previo en la primerísima etapa del periódico, a principios de 1879: una sección, precisamente escrita por Caveda, titulada «Recuerdos de la lengua asturiana» y que ordenaba, por orden alfabético, algunos dichos sueltos y disgresiones fonéticas y gramaticales del erudito.
*Biblioteca Virtual de Asturias tiene, digitalizada, una copia de la antología de poesías en asturiano de Caveda y Nava.
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