Siete escritoras asturianas para un 8-M

El siglo XIX, e incluso el anterior, fue prolífico en mujeres duchas en el arte de la escritura. También en Asturias. Fueron poetas, periodistas, dramaturgas. Las primeras en ver su nombre publicado en periódicos, folletines y libros. Y no solo las primeras: en algunos casos, también fueron de las mejores en su género

Jueves, 7 de marzo 2019

Ni están todas las que fueron, ni fueron todas las que están. No cuesta trabajo echar la vista atrás para recorrer las trayectorias de estas siete escritoras asturianas que, hace siglos, dejaron negro sobre blanco sus reflexiones y sentimientos, su manera de entender el ... mundo -a cada una, de una manera diferente- y el recuerdo de una tierra que en muchas ocasiones tuvieron que dejar atrás. Por el contrario, el espacio obliga a suprimir, dolorosamente, a muchas que merecerían estar también en este artículo: Eugenia Astur, tinetense, escritora e historiadora que revisó el mito de Riego; 'Marianela', el alias de María Teresa Fernández-Getino, que emigró para poder comer y acabó de odontóloga y poeta; Fidelisa Álvarez Feria; Josefina de las Alas Pumariño; María de Villalaín o la más famosa de todas, de méritos ya tan reconocidos que nos ha cedido su hueco para que conozcamos a otras sobre las que aún pesa el anonimato: Rosario de Acuña, madrileña pero gijonesa de adopción.

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La Historia, o más bien muchos de los que la escriben, ha querido relegar a todas estas mujeres al olvido, y no cabe duda que con muchas, en mayor o menor medida, desgraciadamente lo ha conseguido. Pero los méritos acaban, en muchos casos, por sobresalir e imponerse a las visiones de aquellos que quisieron relegar a la mujer al papel de «ángel del hogar». Porque podían y sabían, también salieron a la calle y nos contaron cómo veían ellas el mundo. Estas son las historias de apenas siete de nuestras primeras escritoras.

¿La primera? Francisca Irene de Navia y Bellet (1726-1786)

«Ergo venit nostras dudum exspectatus ad oras Borbonius, turmasque trahit Bellator Iberas. Non ego jam veteres oblita videbor honores, romanosque meos, et partos Marte triumphos»

Consta en los anales de la literatura femenina asturiana como la primera mujer escritora, pero, a tenor de la fragilidad de su figura en la Historia, bien pudo haber otras anteriores cuyo recuerdo se perdiera en la noche de los tiempos. Hija del tercer marqués de Santa Cruz de Marcenado, Álvaro de Navia Osorio, Irene nació en Turín, en 1726, y murió en Madrid sesenta años después. ¿Por qué, entonces, catalogarla como asturiana? Documentalmente sabemos muy poco de esta mujer en extremo culta, bien apreciada por los literatos y los ilustrados de su siglo, pero una de las cosas es que a la muerte de su padre, de casa asturiana, se volvió a España, y que aparece formando parte del censo de Navia, al menos, en los años 1737, 1744 y 1759.

Su linaje era asturiano y, a fin de cuentas, fue el tenerlo lo que proveyó a esta mujer de los medios necesarios como para formarse en Gramática, Retórica, Filosofía y a aprender a hablar alemán, inglés, francés, latín y hasta un poquito de griego; a dedicarse a la traducción de textos y a la elaboración de versos y comedias teatrales que hoy, sin embargo, desconocemos por decisión propia de la marquesa (si no lo fue por descendencia del título de marqués paterno, sí por matrimonio con Bernardo, a la sazón ídem de Grimaldo): poco antes de su muerte, por razones que se desconocen, ordenó destruir toda su producción. Solo se han salvado unos versos, en latín, que escribió con dieciséis años y que llegaron a publicarse en las Mémoires de Trévoux en 1742. «Es de las mujeres más doctas de estos tiempos, y gran poetisa como lo sabe todo Madrid por sus comedias y demás obras', escribieron, a su muerte, en el 'Memorial literario instructivo y curioso de la corte de Madrid». El mismo en el que se daba cuenta de que el gijonés Gaspar Melchor de Jovellanos reclamaba la inclusión en plena igualdad de derechos de las mujeres en la Sociedad Matritense de Amigos del País. Eran tiempos, ya saben, ilustrados.

«Morrió el Rey nuestru señor:

ya non ye Carlos tercero

el amigu de los probes,

el que alabó el mundo enteru:

el que nunca aforfugó

con acabales y cientos

nin con gabeles y sises

a los sos queridos pueblos...»

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Generalmente recordada como la hermana de nuestro más conocido hombre de las luces -con permiso de Campomanes-, Josefa o Xosefa Jovellanos nació un año después que Gaspar y uno antes de que Irene de Navia llevara sus versos a ser publicados al país vecino. Ella, por el contrario, no llegaría a ver su obra -por primera vez en la pluma de una mujer, que sepamos, en asturiano- publicada. Habría que esperar a la antología de Caveda y Nava, en 1836, casi treinta años después de su muerte, para disfrutar de una obra en la que 'La Argandona' utilizó el idioma asturiano para propagar el ideal ilustrado o llorar, como en los versos que encabezan estas líneas, la pérdida del «mejor alcalde de Madrid», el rey Carlos III, en 1788.

Xosefa Xovellanos.

El apodo le venía de un matrimonio brevísimo que la había llevado a Madrid y cuyo fin, ocurrido por la prematura muerte del marido, Domingo González de Argandón, sumió a Xosefa en la más profunda de la 'pietas'. También la pérdida de sus hijas, tres, en la más tierna infancia: en 1794, para estupor del hermano, ingresó como monja agustina en el convento de las mismas en Gijón, su ciudad natal, donde permanecería hasta 1807. Ese año, dicen algunos que disgustada por el encarcelamiento de Gaspar en Bellver, murió 'La Argandona' sin ser consciente de que su obra poética era digna de ser plasmada negro sobre blanco. El tiempo le hizo justicia.

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«A las novias no se las habla de cosas tristes. Se las adorna con alegres colores, con blanco, rosa o celeste; lo negro está excluido… ¿Estamos?»

Nació en Oviedo y fue bautizada con el primer nombre; el segundo es un anagrama que usó para su andadura artística. De todas las autoras mencionadas hasta ahora, fue la primera que publicó sus textos, y lo hizo en revistas orientadas a la mujer de clase alta: aún los encontramos en las hemerotecas, llenos de una prosa pelín meliflua, muy al gusto de la época; en títulos como 'La Educanda' y 'Álbum de señoritas y Correo de la moda'.

Fue hija de un comisario de cierta relevancia en la Guerra de Independencia y vivió casi toda su vida en Madrid o en Barcelona, donde se formó en literatura e idiomas sin olvidar nunca sus raíces: también publicó en revistas como 'Las dos Asturias', y su mayor mérito, dijeron sus coetáneos, fue la poesía. Vocal auxiliar del Ateneo Artístico y Literario de Señoras de la capital, es hoy una de nuestras grandes desconocidas escritoras, circunstancia que no siempre va unida a una militancia feminista, a tenor de los versos de 'Un novio a pedir de boca', poema de la ovetense publicado a mediados del siglo XIX:

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No tengo la ridícula exigencia

de que sean doctas las mujeres.

No deben estudiar jurisprudencia,

que sobran en el mundo bachilleres.

Cultive cada cual su inteligencia,

y atienda cada cual a sus quehaceres,

no porque haya faroles en la villa

está bien el hogar sin campanilla.

¡Vaya!

Robustiana Armiño, la primera periodista (1821-1890)

«¡Adiós, hogar paterno,

dó en la noche sombría

del nebuloso invierno,

sobre áspera gramática inclinada.

Iba con alma osada,

sin maestro ni guía,

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los idiomas del norte descifrando

al son del ronco viento

que estaba mis cristales azotando»

A ella le tocó obtener mayor fama, pero también compuso versos su hermana Dorotea. Ambas eran hijas de un farmacéutico gijonés y ella, Robustiana, ya coqueteaba con las letras cuando se casó a mediados de siglo, hecho que precipitó la salida de Gijón que inmortalizó en los versos que preceden. La cuestión es que la Armiño fue a parar a una familia implicada políticamente -la prima del marido, Matilde Cherner, era federalista-, a pesar de lo cual la gijonesa, aunque en torno siempre a una moderación militante, siempre mostraría estar al margen de unas y otras sensibilidades, para unos; ligeramente inclinada al carlismo, para otros.

Sea como fuere, con Robustiana Armiño nos encontramos ante la que quizás quepa calificar como la primera periodista asturiana y, si hablamos de dedicarse a ello de forma autónoma, también española: dirigió 'Ecos del Auseva'/'La Familia' y fue redactora en 'El periódico para todos' corresponsal para el 'Diario de la Marina' y colaboradora para 'Ellas'. Toda una pionera a la que cuando murió, sin llegar a cumplir los setenta años, le tiñeron las necrológicas más bien de sus virtudes sobre lo que se esperaba de ella como mujer: «Supo cumplir con admirable ejemplaridad todos los deberes domésticos y sociales como hija, esposa, madre y abuela», escribió el 'Diario de la Marina', «en existencia hora de vanidades, rescatada a la vida de un hogar que ella supo hacer modelo». Había escrito actualidad, opinión, drama -que, tristemente, no se conserva- poesía… pero todo eso era secundario.

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La locuaz voz del «tíu Pachu». Enriqueta González Rubín (1832-1877)

«Pero mios jiyos del alma, también yo consideraba que ¿qué han de trabajar les muyeres sinon ganan pa comer en nada de lo que elles pueden trabayar? Los condenáos de los homes llevantáronse con todos los oficios, y no ios dexan ningún: ¿qué han jacer?»

Vivió tan solo cuarenta y cinco años, pero durante ellos esta riosellana de Santianes del Agua consiguió lo que nadie nunca antes: publicar, en vida, una novela en idioma asturiano. Ocurrió en el año 1875, dos antes de su prematura muerte, y la obra, 'Viaxe de Tíu Pachu el Sordu a Uviedo' utiliza una sencilla peripecia del susodicho Pachu -transportar un salmón de Ribadesella a Oviedo- para reflexionar, a lo largo de veintipocas páginas, sobre la política y la sociedad asturianas de la época, con grandes dosis de socarronería.

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Enriqueta, maestra de profesión, publicó en prensa, sobre todo en 'El Faro Asturiano' bajo diversos seudónimos, y fue autora de no pocos relatos que ya se conocían cuando, en 2007, se encontró en una biblioteca privada un ejemplar de aquella novela corta publicada por primera vez ciento treinta y dos años atrás y que, hasta entonces, permanecía en las tinieblas del olvido. Se descubrió, entonces, una prosa audaz con un trasfondo de profundo conocimiento de la actualidad de 1874: Enriqueta González habla, en boca del locuaz tíu Pachu, de la fracasada República; de los «faciosos» (carlistas), de la sequía que impedía que creciera el maíz en Asturias o del trabajo femenino, tantas veces silenciado y oculto tras las paredes de la casa. Como ya había dejado escrito -esta vez en castellano- diez años atrás.

«Es más fácil ser célebre escritora que tierna esposa; buena madre, hija respetuosa y cariñosa hermana. Las coronas de laurel que alfombran el camino de la primera la compensan de sus fatigas, pero la mujer fuerte de la escritura vive y muere desconocida, y sólo Dios ciñe a su generosa frente la aureola de la gloria»

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Eva Canel, la voz más conservadora de Ultramar (1857-1932)

«Ya sabemos que la mujer jamás podrá pasarse sin el auxilio masculino: si no es en mucho siempre será en algo: tampoco conviene que se pase sin él, porque sería una ficción imposible en la práctica, de perniciosos resultados para la familia»

Si abundasen las películas sobre nuestros personajes ilustres, que desgraciadamente no, la de la vida de Eva Canel sería de las más trepidantes. Apenas tres años vivió esta coañesa en Asturias, trasladándose a Madrid aún niña con su madre después de que el padre muriera en alta mar, abordado su barco por los piratas. Fue actriz y escritora; febril detractora del divorcio; esposa del director de una revista satírica -'La Broma'- que fue represaliado por la censura; emigrante a Ultramar y periodista. En Perú, junto a su marido, fundó varios periódicos; en Cuba, marginada por las direcciones de los más importantes diarios, acabó haciéndose el suyo propio.

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Eva Canel.

Cuentan en su haber cuatro novelas, varias piezas de teatro, recopilaciones de cuentos y crónicas de viajes producto de su paso por unos países que, tras el desastre del 98, no la recordaron del todo con cariño: la Canel, en Cuba, fue una de las más convencidas españolistas, defensora de los desmanes militares de Valeriano Weyler en la guerra hispanocubana. Para cuando, en los años 20, se le concedió el Lazo de la Orden de Isabel la Católica, Eva ya no estaba del todo bien. En 1916, a su paso por Panamá, un médico le diagnosticó una «sobreexcitación cerebral». Murió dieciséis años después, viuda y habiendo visto fallecer a su único hijo, desencantada con el gobierno español, y a miles de kilómetros de sus nietos, que vivían en Estados Unidos. A ella se le fue la vida en La Habana, donde había conocido la gloria. 75 años le corvaban la osamenta.

María Luisa Castellanos, frente a frente (1894-1974)

«Si los hijos de la hidalga villa nunca supieron lo que era tentarse a cortejar bajo el hórreo, o la sombra del pomar, si no comprendieron bien lo que era la belleza, en las romerías que se celebraran en la Corte, beberán sidra al pie del tonel, se sentarán en rústico banco y charlarán a la vera del hórreo con linda rapaza. Si a su amor nunca llegó el sonido dulzón y melancólico de la gaita asturiana que en escala de brillantes fermatas suelta el aire de la tierra como chorros y de armonía, oiránlo en teatros y romerías y verán cómo sabe sentir el gaitero las notas serenas que guarda el aterciopelado fuelle»

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Llanisca, periodista de vocación y de sangre. María Luisa Castellanos, nuestra más ponderada representante al otro lado del Atlántico, era hija de un procurador de Tribunales que en su día fundó el periódico 'El Pueblo' y mamó en casa, desde muy pequeña, el amor por las letras. Tanto fue así que su primer texto, publicado en 'El Oriente de Asturias', lo sacó a la luz con tan solo once años, y a los veintiuno, aún -por entonces- menor de edad, debutó en 'Asturias, revista gráfica semanal'. Siempre vinculada a Asturias, siempre enamorada de la prensa, que ella calificaba como «lo más hermoso y lo más espiritual; lo más progresivo y lo más humanitario» en la «campañas contra el alcoholismo, contra el juego, contra la incultura (…) en favor de los niños desamparados, de los ancianos desvalidos, de los heridos, de la mujer», Castellanos se casó en 1921, en Llanes, con Antonio Alonso Iguanzo, otro periodista de raza con quien, tras emigrar a México, fundó 'El día español'.

María Luisa Castellanos.

Si Alfonso Camín fue el poeta de los asturianos en América, la pluma que retrató como nadie la «señaldá» del emigrante en ultramar, María Luisa Castellanos fue su equivalente en prosa. Escribió varios ensayos y novelas; se adentró en el género místico con su «Leyenda de La Guía», en 1913, y vivió largamente, hasta los 82. «El mirar frente a frente y sin descaro», dejó escrito, «es un adorno de la belleza física y moral de la mujer». Toda una declaración de intenciones.

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