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Sábado, 25 de marzo 2023, 03:27
1998. Hace 25 años.
Pocas noticias han indignado tanto a la población en los últimos años de historia de Gijón como la que hoy hace 25 años contamos en nuestras páginas: Eduardo Berbes, el cura de San Miguel, había recibido cuatro puñaladas mientras se disponía a celebrar un funeral. La atacante, Olga F. había entrado al templo cuando aún no habían llegado todos los fieles a su interior. «Sin mediar palabra alguna», contamos, «la joven se dirigió al altar y asestó cuatro puñaladas con un cuchillo de cocina a Eduardo Berbes, además de provocarle cortes en brazos y manos, cuando el sacerdote intentó defenderse». Acto seguido, según declararon varios testigos, procedió a limpiar el arma del crimen.
«Venid a por mi, hijos de p..., si os atrevéis», increpó la atacante, visiblemente alterada, a los agentes que se personaron en San Miguel a los pocos minutos, amagando con agredirles con «un cinturón de hebilla ancha con incrustaciones metálicas». «Los agentes tuvieron que sacar las porras para reducir a la joven, quien metió el pie en un reclinatorio, cayó y se golpeó contra un banco, lo que le produjo una brecha en la cabeza». Agredido y agresora fueron trasladados, casi al tiempo, a centros sanitarios; él, a Cabueñes, y ella a Jove.
La causa, al parecer, fueron «las alteraciones psíquicas de la joven», nuera del difunto, que había interrumpido su tratamiento psiquiátrico y cuyo padre, presente en el templo, sufrió una lipotimia «en medio de la histeria generalizada». Más tarde -y así lo contamos en 2018, en la necrológica de Berbes- se sabría que la atacante sufría esquizofrenia paranoide. En un acto de bondad, el párroco, ya recuperado unas semanas más tarde, renunció «a cualquier acción, tanto civil o penal» contra la joven. Recluida en la prisión de Villabona, donde volvió a retomar el tratamiento contra su enfermedad tras haber ofrecido en el juzgado un testimonio «calificado como delirante», solo en el mes de octubre comenzó a pensarse en ponerla en libertad. Para aquel entonces, la joven ni siquiera recordaba lo que había hecho, y el buen cura ya la había perdonado. Todo un ejemplo de caridad cristiana.
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