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Viernes, 31 de marzo 2023, 02:00
1948. Hace 75 años.
Nunca se había visto cosa igual. Y eso que se conocía ya que el de La Campona (hoy zona alta de Ceares, integrada por las calles inferiores a Francisco Carantoña) era «un barrio de poca fortuna», al que se le tenía «muy abandonado, pese a que la población se extiende constantemente hacia sus calles». Estas, caleyas más que vías; más propias de pueblo que de ciudad, se encontraban en tan lamentable estado que los vecinos del lugar adolecían de todo lo que suele adolecerse en estas circunstancias.
«Los servicios municipales llegan difícilmente», denunciábamos hace hoy 75 años. Pero, por entonces, había una olorosa novedad en La Campona. No sabemos si desagradable o aprovechable: los ajos se habían enseñoreado en el barrio, expandiéndose a otros tantos.
De forma literal. «Los que allí tienen su paso obligado», decíamos en 1948, «se vieron sorprendidos con una plantación de ajos. Pero los ajos aparecieron acumulados en una sola calle, en la de Ceán Bermúdez». Eran legión. Tantos, que, al día siguiente, las aromáticas plantas habían invadido la calle de los Hermanos Fresno, la de San José en casi todo su trazado, e incluso llegaron más allá. Tenía que haber sido, razonábamos, por una mezcla de despiste y dejadez. Habría ocurrido que alguien los depositó en la tierra «sin importarle para nada el convertir una calle en un estercolero». Así, ayudada por el tiempo lluvioso, se había expandido la popular liliácea por toda la ciudad.
Pero también habría mediado, algo digno de ser denunciado: la dejadez municipal. EL COMERCIO calificaba de falta grave «que la Policía no diese cuenta del hecho», y que los servicios municipales, que apenas llegaban a La Campona, no se hubieran preocupado de limpiar las calles «y hacer desaparecer la plantación de ajos, que ya habrán formado masa con el barro». «Ahí tenemos una prueba más del abandono en que se encuentra nuestra ciudad. De todas partes nos llegan quejas», decíamos. «Quejas justas y muy razonables, porque no puede admitirse de buen agrado que las calles de Gijón se parezcan mucho a la de los pueblos más remotos donde (...) la escoba tiene una función muy limitada». Ni para quitar ajos llegaba.
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