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Estuvieron llamados a ser parte de la Historia, pero lo hicieron a medias. Los listados de tripulantes que participaron, en 1519, en la expedición de Magallanes arrojan un total de 247 hombres que, repartidos en cinco naves ('Trinidad', 'Victoria', 'Concepción', 'Santiago' y 'San Antonio'), salieron el 20 de septiembre de 1519 de Sanlúcar de Barrameda rumbo a lo desconocido. Entre ellos, cuatro asturianos: Juan de Oviedo, García de Tuñón, Pedro Hernández y Miguel de Pravia. El destino estaba claro: que España arribase a las islas de la especiería que hoy conocemos como las Molucas (en la actual Indonesia) por otra vía que no trastocase las intenciones de los expedicionarios portugueses… en un viaje liderado por un portugués.
Cómo hacer. No fue fácil. En 1494, el Tratado de Tordesillas había previsto que, para llegar a Oriente, los españoles no interferirían en la ruta portuguesa, que pasaba por el cabo de Buena Esperanza, a cambio de que, viceversa, tampoco los portugueses tomaran rumbo por las Antillas españolas. Al luso Magallanes, interesado por descubrir nueva ruta que uniera los océanos Atlántico y Pacífico para el mundo navegable y de la que ya tenía relativa certeza –seis años atrás Núñez de Balboa había avistado el Pacífico por tierra, desde su costa oriental–, su rey no estaba por la labor de financiarle un viaje innecesario para los portugueses, que ya comerciaban con especias desde las Molucas Septentrionales. Pero sí Carlos I, el monarca español.
Otra cosa sería obtener la confianza necesaria de la tripulación, española en un 62% y que desconfiaba de un líder que, según narra el cronista Pigafetta en su 'Relación del primer viaje alrededor del mundo' (1536), tampoco dio muchos detalles de lo que iba a hacerse para que la tripulación no se desanimase ante un viaje peligroso y que, en la mayoría de los casos, supuso que aquellos hombres no volvieran jamás a casa. Empezando por el propio Magallanes.
No fue el caso de los asturianos, de los que no se sabe gran cosa, pero sí que estaban enrolados en la nao 'San Antonio', la de mayor capacidad y la que se enfrentaría, ya a la altura de la Patagonia, al poder omnímodo del portugués. Precisamente por esa misma circunstancia, todos ellos pudieron volver a España. Eran un sobresaliente (García de Tuñón, hijo de Alonso Méndez de Guado y de Inés García, y natural de Santo Adriano); un marinero (Pedro Hernández, hijo de Pero y Teresa, riosellano); un tonelero (Juan de Oviedo, residente en Sevilla y casado con Inés Pérez) y el más joven, Miguel de Pravia, a la sazón grumete que aprendía el oficio de la mar.
Si se sobrevivía, desde luego, la expedición de Magallanes era un buen lugar para aprender. Lo difícil fue salir bien parado de un viaje en el que los marineros tuvieron que enfrentarse al escorbuto, al hambre, al enfrentamiento con las tribus locales y también a las rencillas internas que causarían que, medio año después de comenzada la expedición, la nao 'San Antonio' diera por acabada su participación en el viaje. Todo había empezado tiempo atrás, a la altura de las Canarias. Magallanes, advertido de la traición que aparentemente preparaban contra él, entre otros, Juan de Cartagena, capitán de la 'San Antonio', decidió restringirle aún mas la información a las otras naves –él dirigía la 'Victoria'–, que se consideraban conjuntas del portugués y, por tanto, beneficiarias también de los datos que Magallanes se guardaba para sí.
Entre ellos, la 'derrota' del viaje, el camino que debía seguir la expedición y que, hasta entonces, las otras naos, obligadas a ir siguiendo a la 'Victoria', desconocían. El explorador claudicó y entregó a Juan de Cartagena las señas, pero poco después, cerca de Sierra Leona, las cambió. A partir de ahí, todo mal. En noviembre, Juan de Cartagena fue hecho preso en la 'Victoria' después de que los capitanes fueran llamados a ella con la excusa de juzgar a un marinero que, acusado de sodomía, acabó siendo arrojado al mar. En marzo, Cartagena seguía preso –el mando de la 'San Antonio' había sido cedido a Álvaro de Mesquita– y, según los cálculos de Magallanes, se debía encontrar el estrecho que hoy lleva su nombre y que conectaba ambos océanos pero, en realidad, las naos solo habían llegado al actual Uruguay, tierra de caníbales. Pasaron más de un mes, se avanzaron no pocas millas. Sin información, sin datos sobre lo que se preveía y lo que no y ateridos por el frío de la Patagonia, en abril de 1520 se hizo imposible continuar la expedición y Magallanes se impuso: pasarían allí el invierno, entre el hielo y racionándose los alimentos hasta la práctica inanición de los tripulantes. Y estalló el motín.
La sublevación duró cinco días y, aunque se inició con las acciones de Cartagena y otros dos capitanes –solo la 'Santiago' permaneció leal a la Victoria–, acabó con la victoria de Magallanes, ahora desvelado como vengador impío: los capitanes Quesada y Mendoza fueron asesinados y descuartizados y Cartagena, abandonado en tierra. La nao 'San Antonio' emprendió el regreso a España, renunciando, con ello, a que los cuatro asturianos que, sin comerlo ni beberlo, se habían visto imbuidos en tremendo lío, surcasen las aguas del Pacífico en un viaje que demostraría, entre otras cosas, que la tierra, de plana, no tenía nada. Ni la complejidad humana.
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