La playa de San Lorenzo, en la época de los balnearios.

Animación, pero no mucha

El veraneo llegó, como siempre, a la playa de San Lorenzo, aunque fue más descafeinado de lo habitual por la derrota en Cuba

Martes, 25 de julio 2023, 01:30

A finales de julio ya hacía calor en Gijón. Y en sus arenales, especialmente San Lorenzo, bullía la animación de propios y forasteros. Decíamos hace 125 años que, si bien «el contingente que aportan los pueblos del interior» no había llegado aún a nuestra ciudad ( ... se le esperaba a partir de los primeros días de agosto), la villa de Jovellanos seguía siendo un destino turístico familiar, por un lado; y una población en expansión por la llegada constante de obreros a las fábricas. Tanto que «muchas veces parezca nuestra villa una constante colonia de forasteros», para bien. Y, ante la evidencia, nos vinimos arriba. Así: «Para patentizar (sic) lo que dejamos expuesto, no tenemos más que extender la vista, desde lo alto del cerro de Santa Catalina, por toda la extensión que desde allí se domina, y admirando el conjunto de edificios que se destacan desde la hermosa y poblada aldea de Somió hasta las de Tremañes y Jove, podemos exclamar llenos de entusiasmo: 'no hay duda, Gijón está llamado a ser un segundo Barcelona».

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Nos visitaban gentes de Madrid, «de Valladolid y otras importantes poblaciones», y lo hacían en gran cantidad... aunque, eso sí, ese año se notaron las ausencias. En el verano de 1898 no vinieron ya a gozar del sol y de la mar de San Lorenzo «un buen número de forasteros que se hallaban ya otros años entre nosotros», pero era lo esperado. España acababa de perder Cuba; el desánimo era ya latente en nuestro país y, sobremanera, los últimos meses de la guerra habían dejado tras de sí muchos muertos.

Luto en las familias

«Ateniéndonos a los tiempos que atravesamos, al luto que hoy guarda una gran parte de las familias españolas, nada tiene de extraña la ausencia de tan apreciables familias, pues este año el mal afecta a todos los puntos de veraneo». Y eso solo para empezar. Pero EL COMERCIO optaba por el optimismo. «La vida de las naciones, como la de los hombres, está sujeta a muchos contratiempos», dijimos. «La resignación es la palanca más poderosa para combatir nuestras desgracias, y no es nuestro pueblo de los que menos la poseen; una elocuente prueba la da esa animación que, repetimos, bulle en nuestra playa, espectáculo consolador». Menos era nada.

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