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La carretera no solo deja víctimas sobre el asfalto o en los centros de rehabilitación. Quizá el mayor impacto de los accidentes de circulación se sufra en el corazón de los padres que pierden un hijo, el único miembro de la familia al que, por ley natural, nunca se debe ver partir. No hay juez ni perito de seguros capaz de evaluar el efecto provocado por la irreparable pérdida de uno de tus chavales. No hay palabras que reconforten ni abrazos que consuelen. A menudo, no hay nada.
«Es una situación tan dolorosa y antinatural que no existe un término como viuda o huérfano para definir a quien pierde a un hijo». Ana Novella, que es quien así se expresa, es una valenciana que perdió a su niño de 4 años, Pablo, arrollado por un turismo. Le une a Marga Arroyo y Fernando Muñoz, los otros dos protagonistas de este reportaje, no sólo la pérdida de un hijo en un accidente de tráfico, sino también su pertenencia a Stop Accidentes, una organización de ámbito nacional que presta asesoría y apoyo psicológico a las víctimas de la carretera.
- 1.370 fallecidos en carretera se registraron en 2020, el 22% menos que el año anterior debido en parte al confinamiento y a las restricciones perimetrales.
- La mitad de las víctimas mortales fueron motoristas, ciclistas y peatones. Además, 6.681 personas fueron hospitalizadas.
Los tres han sabido trasformar el drama en un compromiso de vida por reducir al máximo las cifras de muertos y heridos que provoca el asfalto. Para concienciar en seguridad vial, recorren institutos y autoescuelas para hablar a adolescentes y jóvenes de la necesidad de respetar las normas de tráfico, a través de sus desgarradoras experiencias. Con motivo del Día Mundial en recuerdo de las víctimas del tráfico, lo cuentan también para este diario.
Marga Arroyo conducía detrás del monovolumen en el que viajaba su hijo Ibai, de 12 años, con otros cinco familiares y amigos. Era el 12 de agosto de 2012. Los dos vehículos regresaban a Bilbao después de pasar unos días en el pueblo de Burgos donde veraneaban. Pero la calzada, aunque la conocían de ocasiones anteriores, estaba mal señalizada y la visibilidad aquel día era muy mala. A la altura de la esclusa número 13 del Canal de Castilla, en un paso estrecho, sin protecciones laterales y situado en curva, el automóvil que conducía su prima Marta se precipitó al agua. Quedó boca abajo sobre el lecho del cauce y no hubo forma de salvar a sus ocupantes.
«De la misma me tiré al agua», relata la madre de Ibai. «La fuerza del sifón era terrible. Intenté abrir las puertas del vehículo una y otra vez, pero no pude. Los bomberos me sacaron con un arnés especial, pero yo volví a tirarme». Después de arrojarse por cuarta vez, con los huesos de las dedos rotos y el cuerpo amoratado, no tuvo más remedio que aceptar amargamente la realidad.
No hubiera sido posible. Marta había logrado soltarse el cinturón de seguridad y liberar a su hija Irati, de 6 años, que viajaba en sillita. Pero era tarde, la luna delantera se había roto por el impacto y todos menos ella habían muerto en el acto, dos adultos y cuatro niños. «Probé de todo. Me empastillé, pasé un fin de semana durmiendo y me planteé el suicidio. Pero ninguna de las tres era la solución adecuada. Mi otro hijo me necesitaba y forzar al destino no iba a reunirme con Ibai».
Uno de esos días, recibió la llamada telefónica de otra mujer, Cheli González, la madre de Mikel Uriarte, que era un chico fallecido dos años antes al caer su coche al agua desde la barquilla del Puente Colgante de Portugalete. Su impulso, y sobre todo mucho trabajo personal, le sirvieron para embarcarse en el objetivo de construir un nuevo puente sobre el canal que evitara a los conductores el paso por la esclusa 13.
Con ese motivo, cubrió en 2013 el Camino de Santiago en una marcha reivindicativa que fue seguida a diario durante un mes por los principales medios de comunicación de España. Prensa, radio, televisión. Desde la muerte de Ibai, han sido ocho años de trabajo y recuerdos. Pero al fin, hace unos meses, la Junta de Castilla y León se puso en contacto con ella para comunicarle que las obras comenzarán pronto. El puente de Ibai está en marcha.
El informe de la Guardia Civil concluyó que Fernando Muñoz Molina (Madrid, 25 años) se había dormido al volante cuando circulaba por la carretera de Extremadura. Su padre, Fernando Muñoz, no acababa de creérselo. El siniestro se registró a la altura del kilómetro 281. Según se supo, el vehículo que conducía el joven invadió el carril contrario. El muchacho, que viajaba con su novia a Portugal, intentó reaccionar y devolverlo a su carril, pero ya era tarde. Un guardarraíl y un pilar se interpusieron en el camino y el coche se estampó contra el muro. Fernando murió en el acto; ella logró salvar la vida.
«Todo nos parecía extraño -cuenta el padre-, porque era un chico muy responsable. Llevaba más de tres horas de camino, pero habían parado a descansar. Los análisis revelaron que estaba limpio de alcohol y otras drogas. Además, circulaba a la velocidad adecuada. ¿Qué había pasado?». La exnovia del chico les dio las primeras pistas.
'Fernan' era un auténtico melómano. «No podía vivir sin sus canciones». La noche anterior se enredó con la puesta en marcha de una página web de música americana que llevaba un tiempo queriendo impulsar de forma altruista con unos amigos. «Entramos en su ordenador y vimos que había estado trabajando hasta casi las cuatro de la mañana. A esa hora, aunque apagues el ordenador tu mente continúa encendida», explica Muñoz.
Por la mañana, cuando entró en su habitación a darle los buenos días, el joven estaba despierto ya. Pensé que serían los nervios del viaje». Se equivocaba. «No fue capaz de evaluar el riesgo que supone no dormir antes de hacer un viaje largo y, al final, le costó la vida», admite el padre.
Su muerte rompió de cuajo el momento dulce que atravesaba la familia y la marcó para siempre. «En junio, 'Fernan' había aprobado una asignatura de la carrera que tenía atravesada y su hermana había sacado las oposiciones de Magisterio. Estábamos contentísimos, sentíamos que la vida nos iba fenomenal. Fue un palo enorme», resume.
Fernando Muñoz y su esposa dan charlas de educación vial en autoescuelas y centros escolares. Quieren inocular en adolescentes y jóvenes infractores que han perdido el carné por puntos «la vacuna contra la siniestralidad vial». Desgraciadamente saben bien de lo qué hablan. «El tiempo te da herramientas para afrontar el día a día, pero no cura. He vivido la muerte de padres, de suegros... pero la de un hijo nunca se supera».
Ana Novella esperaba en su casa de Valencia a que su marido y sus dos hijos, de 4 y 9 años, llegaran a comer, cuando alguien llamó al timbre de manera insistente. Era Jorge, el mayor. «Al abrir la puerta, se tiró al suelo y comenzó a darse cabezazos chillando que un coche había matado a su hermano. No le creí. Le cogí de la mano y me bajé con él».
Al salir del portal descubrió la calle acordonada y tomada por la Policía, los bomberos y las ambulancias. «'¿Dónde está mi hijo? No veo a mi marido...', decía en voz alta mientras me abría paso entre la gente». Un médico se acercó a ella, le tomó la temperatura y le dio un calmante. «Con el tiempo, me di cuenta que de forma muy sutil, impidieron que me acercara a mi hijo Pablo».
Su marido estaba tumbado en el suelo, cubierto con una manta térmica. No reaccionaba. Ana pidió entonces a una vecina que se hiciera cargo de Jorge. Entretanto, un sanitario le cogió del brazo y le llevó al interior de la ambulancia. «La vi vacía y lo entendí todo».
El padre y los dos niños aguardaban en la acera a que el semáforo se pusiera en verde para cruzar, cuando un coche sin control fue directamente contra ellos. El hombre reaccionó a tiempo para retirar al mayor de la trayectoria del vehículo; y tiró de la mano de Pablo para evitar que fuera arrollado. No lo logró. El vehículo se lo llevó por delante y se estampó primero contra una inmobiliaria y después contra un árbol.
«Me lo habían matado. Tiré las gafas que llevaba y sentí un dolor tremendo en el bajo vientre. Algo insoportable», recuerda la mujer.
Dos jóvenes viajaban en el coche que segó la vida de su pequeño. El vehículo, según se comprobó, entró en la calle a 95 kilómetros por hora. No se hallaron rastros de frenada. El chico que conducía tenía 17 años en el momento del atropello. El juez que vio el caso ordenó retirarle durante varios años el carné de conducir y le obligó a asistir a terapia psicológica.
Dos años después del atropello, la familia tuvo que cambiar de domicilio. No aguantaba ya la vida en el mismo barrio. El matrimonio buscó un tercer hijo, pero el accidente provocó en la madre una menopausia precoz que lo impidió. La terapia psicológica ayudó al padre de forma limitada. A Jorge, el apoyo familiar le permitió crecer con normalidad. «El número ideal de accidentes es cero», proclama Ana Novella, presidenta actual de Stop Accidentes. «Si alguien dice que alguno más tampoco está mal, le invito a que elija a las víctimas entre su familia».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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