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J. C. / A. F. / N. A. E.
Domingo, 23 de febrero 2020, 03:22
Llegaban en un avión desde Ucrania y, nada más pisar el aeropuerto de la Costa del Sol, eran conducidos en furgonetas a una finca, donde los recibía la imagen de un vistoso picadero de caballos bien cuidados. Sin embargo, a partir de ese ... momento, no volvían a ver el sol. Durante un mes estos 'topos' iban a ser la mano de obra de una fábrica subterránea de tabaco de contrabando. Día y noche en un búnker clandestino en el que casi se asfixian.
Trabajaban a destajo, comían y dormían en ese zulo, ventilado tan solo por un circuito cerrado de aire que funcionaba con un generador alimentado con gasóleo que había que reponer a diario. El día de la operación policial nadie le echó combustible, porque sus jefes habían sido detenidos a las cinco de la mañana, cuando se desató la redada. Y los seis 'topos' estuvieron a punto de morir. Fue la pericia y la buena forma de un guardia civil asturiano, destinado en Andalucía, la que les salvó de perecer. El agente persiguió corriendo una furgoneta sospechosa, que al circular por un camino poco practicable, no podía circular a gran velocidad. Así logro dar con el picadero en el que se escondía la fábrica clandestina.
Corredor de maratones, y de poco más de treinta años, siguió al automóvil durante varios kilómetros. Dar con el búnker fue otra complicación. Durante 17 horas los miembros de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil inspeccionaron cada palmo de la finca en busca de una compuerta, un zulo, algo. Ya entrada la noche, uno de ellos reparó en un contenedor marítimo colocado en un lateral de la cuadra, haciendo las veces de una caseta de aperos. Había una máquina delante, pero a nadie le extrañó porque pensaron que se utilizaba para cargar la paja.En realidad, era la llave que abría la compuerta.
Con ella, empujaron el contenedor y dejaron al descubierto la entrada a la primera fábrica subterránea de tabaco de contrabando detectada en Europa. Bajo sus pies, a cuatro metros de profundidad, encontraron un búnker de 200 metros cuadrados divididos en varios habitáculos donde se encontraban los seis hombres de origen ucraniano, que ya se estaban quedando sin oxígeno. De hecho, llevaban horas golpeando las paredes pidiendo auxilio, pero nadie lograba escucharlos porque las instalaciones estaban insonorizadas para que no trascendiera al exterior el ruido de las máquinas al producir cigarrillos. Pese a que también fueron detenidos por pertenecer a la organización, sus caras al ver a los agentes «eran de alivio», detalló el comandante de la Guardia Civil Carlos Gallego.
Los seis ucranianos trabajaban en turnos de 24 horas durante un mes, comían también bajo tierra y dormían en literas en el mismo zulo. Antiguos empleados de fábricas de tabaco, sabían perfectamente como manejar la vieja empaquetadora que se desmanteló en Polonia y que la organización compró en el mercado negro.
Pasado ese mes, otra furgoneta traía al grupo de reemplazo, y a ellos los devolvía al aeropuerto y a su país. Ese contenedor que les robó la claridad estuvo a punto de ser la lápida de su tumba.
A los agentes les llamó la atención la frialdad de los responsables de la organización, quienes, ya estando detenidos, y sabiendo que el generador debía de haberse apagado por falta de combustible, no dijeron nada del lugar donde se encontraba el acceso a la fábrica, aún a riesgo de que sus seis trabajadores murieran. Si no hubieran localizado la fábrica, como hizo el agente asturiano, y el búnker, habrían perecido.
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